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Ese no fue más que el comienzo del desastre… Ahora comenzaba la verdadera tragedia.

Desde el aire empezaron a llover óxidos nítricos, convirtiendo el mar en ácido. Nubes de hollín, provenientes de los bosques incinerados, obscurecieron el cielo, ocultando el Sol durante meses. Por todo el mundo, la temperatura cayó bruscamente, matando la mayor parte de los vegetales y animales que habían sobrevivido al cataclismo inicial. Aunque algunas especies habrían de demorar durante milenios su desaparición, el reinado de los grandes reptiles finalmente había terminado.

Se había vuelto a poner en hora al reloj de la evolución; la cuenta regresiva que llevaba hacia el Hombre había comenzado.

La fecha era, muy aproximadamente, 65.000.000 Antes del Presente.

4

Sentencia de muerte

Dada, aunque fuera por un instante, una inteligencia que pudiera comprender todas las fuerzas por la que esta animada la Naturaleza… una inteligencia suficientemente vasta como para someter estos datos al análisis… abarcaría en la misma formula los desplazamientos de los cuerpos más grandes del Universo y los del átomo más liviano; para esa inteligencia, nada sería incierto, y el futuro, así como el pasado, serían el presente para sus ojos.

Pierre Simon de Laplace, 1814

Robert Singh tenía poca paciencia para las especulaciones filosóficas, pero, cuando en un libro de texto sobre astronomía se topó por primera vez con las palabras del gran matemático francés, experimentó algo cercano al terror: no importaba cuán improbable pudiera ser la noción de una «inteligencia suficientemente vasta», la idea misma de la posibilidad de su existencia era pavorosa. ¿Era el «libre albedrío», que Singh inocentemente imaginaba poseer, nada más que una ilusión, ya que todos y cada uno de los actos que uno realizaba podían estar predeterminados, en principio por lo menos?

Quedó sumamente aliviado cuando se enteró de cómo la pesadilla ideada por Laplace había sido exorcizada por el desarrollo de la Teoría del Caos, a fines del siglo XX. Fue entonces cuando se advirtió que ni siquiera el futuro de un solo átomo — y, menos aún, el de todo el Universo—, se podía predecir con perfecta exactitud: hacer eso exigiría que la posición inicial de ese átomo y su velocidad se conocieran con precisión infinita; cualquier error del orden del millonésimo, o del mil millonésimo o del cien mil millonésimo lugar decimal, en última instancia se iría incrementando hasta que la realidad v la teoría dejaran de guardar el más mínimo parecido.

No obstante, algunos sucesos se podían predecir con absoluta confianza, por lo menos durante lapsos que, según las pautas humanas, eran prolongados: los movimientos de los planetas bajo la acción del campo gravitatorio del Sol y del de los demás planetas fue el ejemplo clásico al que Laplace dedicó su genio cuando no estaba discurriendo sobre filosofía con Napoleón. Aunque la estabilidad a largo plazo del Sistema Solar no se podía garantizar, las posiciones de los planetas se podían calcular por decenas de miles de años en el futuro, y dentro de límites muy pequeños de error.

Se necesitaba conocer sólo unos meses del futuro de Kali, y el error permisible era el diámetro de la Tierra. Ahora que el radiofaro implantado en el asteroide había permitido que a su órbita se la computara con la precisión necesaria, no había más lugar para la incertidumbre… o la esperanza.

Y no es que Robert Singh alguna vez se hubiera permitido albergar muchas esperanzas. El mensaje que David le trasmitió no bien llegó por medio de un haz coincidente infrarrojo, proveniente de la estación retransmisora lunar, era exactamente lo que había esperado:

«Las computadoras de GUARDIÁN ESPACIAL informan que Kali chocará con la Tierra dentro de doscientos cuarenta y un días, trece horas, cinco minutos, con más o menos veinte minutos de diferencia. El epicentro del impacto todavía se está calculando. Probablemente zona del Pacífico.»

Así que Kali descendería en el océano. Eso de nada serviría para reducir la magnitud de la catástrofe en todo el globo; hasta podría empeorar las cosas, cuando una ola de un kilómetro de alto barriera todo hasta las estribaciones del Himalaya.

— Confirmé recepción — dijo David—. Está entrando otro mensaje.

— Lo sé.

No pudo haber transcurrido más que un minuto, pero pareció una eternidad.

«Control GUARDIÁN ESPACIAL a Goliath. Tiene autorización para comenzar Operación ATLAS de inmediato.»

5

ATLAS

La tarea del mitológico Atlas era la de contener los cielos para que no se precipitaran sobre la Tierra. La del módulo de propulsión ATLAS que transportaba la Goliath era mucho más simple: tan sólo tenía que sujetar una parte muy pequeña del cielo.

Armado en Deimos, el satélite más lejano de Marte, ATLAS era poco más que un conjunto de motores de cohete unidos a tanques de propulsante que contenían doscientas mil toneladas de hidrógeno líquido. Si bien su impulso por fusión podía generar menos empuje que el primitivo proyectil que había llevado al espacio a Yuri Gagarin, podía funcionar en forma continua durante no sólo minutos, sino semanas. Aun así, su efecto sobre un cuerpo del tamaño de Kali sería triviaclass="underline" un cambio de velocidad de unos pocos centímetros por segundo, pero eso debía de ser suficiente, si todo marchaba bien.

Parecía una lástima que los hombres que habían luchado tan intensamente a favor, y en contra, del Proyecto nunca habrían de saber cuál fue el resultado de sus esfuerzos.

6

El senador

El senador George Ledstone (independiente, Norteamérica occidental) tenía una sola excentricidad pública y, tal como admitía alegremente, un solo vicio secreto. Siempre usaba imponentes anteojos con armazón de carey (que no tenían aumento alguno, claro está), porque ejercían efecto intimidante sobre los testigos que no querían cooperar, pocos de los cuales se habían topado jamás con una novedad así, en esta era de cirugía ocular instantánea con láser.

Su «vicio secreto», perfectamente conocido por todos, era el tiro con rifle en un polígono olímpico normal, dispuesto en los corredores de un silo de misiles abandonado hacía mucho, cerca del monte Cheyenne. Desde el instante mismo en que tuvo lugar la desmilitarización del planeta Tierra, tales actividades merecieron reprobación, cuando no una activa oposición.

El senador aprobó la resolución de las NU precipitada por las matanzas en masa del siglo XX, que prohibía la posesión, por parte de los Estados y de los ciudadanos individuales, de todas las armas que pudieran herir a otros que no fueran la persona a la que se apuntaba. De todos modos, el senador se mofaba de la famosa consigna de los Salvadores del Mundo: «Las armas son las muletas de los Impotentes»

— No en mi caso — replicó, durante una de sus innumerables entrevistas. (La gente de los medios de prensa lo adoraba) — Tengo dos hijos y tendría una docena si la ley lo permitiera. No tengo vergüenza por admitir que adoro un buen rifle: es una obra de arte. Cuando se aplica esa segunda presión sobre el gatillo y se acierta en el centro del blanco… bueno, pues, no hay sensación como esa. Y si el tiro al blanco es un sustituto de la actividad sexual, me conformaré con ambos.