Cuando se acerca al Sol, el Swift-Tuttle, al igual que muchos cometas (el Halley entre ellos) experimenta una propulsión por chorro alimentada por el Sol, cuya operación es por completo impredecible. Aunque el efecto que eso tiene sobre su órbita es bastante pequeño, tal como observa el doctor Steeclass="underline"
Si las sumas y los modelos son levemente incorrectos — y se podría no esperar que esta fuerza retropropulsora actúe de manera coherente—, entonces el cometa puede chocar contra la Tierra el 14 de agosto de 2126. No hay duda alguna sobre la fecha, pues ésa es la fecha en la que la órbita del cometa intersecta la de la Tierra ese año. Sobre lo que no hay certeza en este momento es respecto de si el cometa estará allá en ese momento también, o si (con suerte) estará ligeramente más adelante o más atrás en su órbita.
Como es comprensible, la Circular de la Unión Astronómica sugiere que «en consecuencia, parece ser prudente intentar el seguimiento del Swift-Tuttle durante tanto tiempo como sea posible, después del actual paso por su perihelio, con la esperanza de que se pueda hacer… una adecuada determinación de su órbita».
Duncan Steel otra vez:
¿Qué pasa si el cometa choca con la Tierra en 2126? Eso tendrá lugar a una velocidad de sesenta kilómetros por segundo. El núcleo tiene un tamaño de alrededor de cinco kilómetros, así que el kilotonelaje liberado sería equivalente, según mis cálculos, a doscientos millones de megatoneladas, o diez mil millones de veces la bomba de Hiroshima. Si los cinco kilómetros fueran el diámetro en vez del radio, divídanse esas cifras por ocho. Así y todo una gran bang en el lenguaje cotidiano.
Saludos — Duncan.
Ahora bien, yo fijé la llegada de mi hipotético Kali alrededor de 2110, cuando el mundo verdadero puede estar empezando a padecer angustia por el Swift-Tuttle, dentro de nada más que dieciséis años. Así que me sentí muy feliz de emplear esa información para «añadir un aire de verosimilitud a una narración que, de otro modo, estaría desnuda y carecería de convicción», como lo expresa tan elegantemente The Mikado.
Y ahora, he aquí algo que nadie va a creer…
Todavía estaba puliendo este capítulo, cuando cambié de canal y pasé a CNN (la hora exacta, 18:20, 6 de noviembre de 1992: hace apenas dos horas). Imaginen mi asombro al ver a mi viejo amigo, el astrónomo holandonorteamericano Tom Gehrels, experto en asteroides y miembro destacado del equipo GUARDIÁN ESPACIAL. Visitó Sri Lanka en varias ocasiones, con la esperanza de establecer aquí un observatorio (su cautivante autobiografía, On the Glassy Sea, American Instituto of Physics, 1988, tiene un capítulo cuyo encabezamiento dicte «El Telescopio de Sri Lanka y Arthur C. Clarke».
¿Y qué es lo que está haciendo Tom en CNN6? Acaba de informar sobre la confirmación final de la teoría Alvarez. El arma humeante se halló… y el epicentro de impacto es, como mencioné algunas páginas antes, la estructura Chicxulub, en Yucatán.
Gracias, Tom. Cómo me habría gustado que Luie todavía estuviera entre nosotros para oír la noticia.
Otro incidente extraño tuvo lugar apenas dos semanas después que se publicara Martillo: un pequeño meteorito cayó en Nueva York —¡de todos los sitios, justo ése! — dañando un auto estacionado. (¿Qué otra cosa sino esa podría haber golpeado?)
El incidente me hace acordar de la película Meteoro, que me gustó más que a la mayoría de los críticos. (Tengo un umbral de tolerancia muy alto para las películas malas de ciencia ficción. Después que lo persuadí para que viera una clásica — Lo que vendrá, creo—, Stanley Kubrick se quejo: «¿Qué está tratando de hacerme? ¡Nunca más veré otra película que usted me recomiende!»)
Hay un parlamento, que se pierde, en el momento crítico de Meteoro: después del bombardeo desde el espacio, el científico ruso y su colega norteamericano acaban de salir de nuevo a la superficie, luego de haberse abierto paso entre los escombros del subterráneo de Nueva York, en el que habían buscado refugio. Los dos están cubiertos de barro de la cabeza a los pies. El ruso se vuelve hacia su colega y le dice:
— Algún día tengo que mostrarle el subterráneo de Moscú.
Los sufridos pasajeros del transporte urbano neoyorquino, que viajan en los vagones para ganado festoneados con inscripciones varias en aerosol, apreciarían esa salida aguda.
El acontecimiento de Tunguska de 1908 se incluyó en la serie de TV Arthur C. Clarke’s Mysterious World, y una discusión detallada, con fotografías y mapas, se encuentra en el capítulo 9 («The Great Siberian Explosion») del libro escrito por Simón Welfare y John Fairley.
Mi coautor, Gregory Benford (Beyond the Hall of Night, 1991) acaba de hacerme recordar la novela que él y William Rotsler escribieron sobre el tema del desvío de asteroides, Shiva Descending (1980). Debo confesar que nunca la leí, pero ciertamente sí estaba al tanto del título, y muy bien puede haber influido inconscientemente en la elección de Kali (la consorte de Shiva) como nombre para el asteroide. Surgió instantáneamente en mi cabeza cuando empecé a escribir.
Otra novela sobre el mismo tema es Lucifer’s Hammer, de Larry Niven y Jerry Pournelle (1977), que sí leí y que acaba de despertar un débil recuerdo de la antigua y querida Astounding Stories. Al salir como un tiro para mirar el invalorable Complete Index to Astounding/Analog, de Mike Ashley, encontré el motivo: «The Hammer of Thor»,[12] cuento corto de Charles Willard Diffin (marzo de 1932).
Estoy atónito… eh, asombrado…[13] por haber recordado este humilde cuento sobre invasores espaciales, pero es evidente que ha estado rondando mi subconsciente durante los últimos sesenta años. Y, para completar el archivo, estoy contento por admitir que, de modo completamente deliberado, robé mi propio título similar de una obra de G. K. Chesterton: su detective-sacerdote, el padre Brown, resolvió un asesinato misterioso que implicaba a «El Martillo de Dios».
También debo mencionar la novela A Torrent of Faces, por James Blish y Norman L. Knight (1967), que se refiere al impacto de un asteroide contra una Tierra que tiene una población de mil billones de personas, y los intentos por desviarlo. No puedo evitar la sensación de que a un mundo así no le vendría mal el impacto de un asteroide de vez en cuando.
Los nombres de los sitios de Marte que se mencionan en el capítulo 14, improbables como pueden parecer, provienen, todos, del Atlas of Mars (1979) de la NASA. Para evitarles a los lectores las penurias que trae la curiosidad no correspondida, he aquí el origen de esos nombres: Dank: pueblo de Omán; Dia-Cau: pueblo en Vietnam; Eiclass="underline" pueblo en Somalia; Gagra: pueblo en Georgia (Rusia); Kaguclass="underline" pueblo en Moldavia (Rusia); Surt: pueblo en Libia; Tiwi: pueblo en Omán; Waspam: pueblo en Nicaragua; Yat: pueblo en Nigeria.
En la actualidad estoy tratando de persuadir a la comisión de nomenclatura de la Unión Astronómica Internacional para que en Marte ponga Isaac Asimov, Robert Heinlein y Gene Roddenberry. Por desgracia, todas las formaciones principales ya recibieron nombre, por lo que tendremos que conformarnos con Mercurio que, como señala con ironía mi contacto en la UAI, «puede ser que no se colonice durante algún tiempo».
La base teórica para la doctrina de los Renacidos (capítulo 20) se encontrará en «Efficient coded messages can transmit the information content of a human across interstellar space»,[15] William A. Reupke, Acta Astronautica, Vol. 26, Nos. 3/4, pp. 273-6, marzo/abril 1992.
15
"Los mensajes cifrados de manera eficiente pueden transmitir, a través del espacio interestelar, la información que contiene un ser humano". (