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A lo que el senador sí se oponía por completo, empero, era a la caza:

— Por supuesto, eso estaba bien cuando no había otra manera para conseguir carne, pero disparar a animales indefensos por deporte, ¡ah, eso sí es propio de enfermos! Yo lo hice una vez, cuando niño: una ardilla, por suerte, no era una especie protegida, entró corriendo en nuestro jardín, y no pude resistir la tentación… Papá me dio una paliza, pero no fue necesaria: nunca olvidaré el estropicio que hizo mi bala.

No había duda de que el senador Ledstone era singular; esa parecía ser una característica de la familia: su abuela había sido coronel del Ejército Civil de Beverly Hills, cuyas escaramuzas con los Irregulares de Los Angeles habían dado origen a interminables psicodramas en todos los medios, desde el anticuado ballet hasta los microprocesadores mnemónicos. Y el abuelo había sido uno de los más infames contrabandistas del siglo XXI. Antes que se lo matara en un tiroteo con los medipolicías canadienses, durante un ingenioso intento por contrabandear un kilotón de tabaco aguas arriba de las cataratas del Niágara, se estimaba que «Humeante» Ledstone había sido responsable de veinte millones de muertes como mínimo.

Ledstone no estaba arrepentido en absoluto por su abuelo, cuyo sensacional fallecimiento había precipitado la derogación del fenecido tercer, y más desastroso, intento norteamericano por imponer la Prohibición. El senador argumentaba que a los adultos responsables se les debía permitir que se suicidaran en cualquier forma que les pluguiera, mediante el alcohol, la cocaína o, inclusive, el tabaco, en tanto y en cuanto en el trámite no mataran a inocentes espectadores. Cierto es que abuelito había sido un santo, en comparación con los magnates de la publicidad que, hasta el momento en que sus costosos abogados ya no pudieron mantenerlos fuera de prisión, se las habían arreglado para enviciar en forma fatal a una fracción importante de la especie humana.

La Mancomunión de Estados Norteamericanos todavía llevaba a cabo su Asamblea General en Washington, en un ambiente que habría resultado perfectamente familiar para generaciones de espectadores… si bien cualquiera que hubiese nacido en el siglo XX se habría sentido perplejo en extremo por los procedimientos y estilo de los discursos. Sin embargo, muchas comisiones y subcomisiones todavía conservaban su denominación originaria, porque la mayoría de los problemas que se presentan al gobernar es eterna.

Fue como presidente de la Comisión de Apropiaciones de la MEN que el senador Ledstone se topó por primera vez con GUARDIÁN ESPACIAL, Fase 2… y quedó indignado. Era cierto que la economía del globo se encontraba en buenas condiciones: desde el derrumbe del comunismo y del capitalismo, en esos momentos ocurrido hacía ya tanto, que ambos sucesos parecían simultáneos, la diestra aplicación de la Teoría del Caos por parte de los matemáticos del Banco Mundial había quebrado el antiguo ciclo de prosperidad y recesión y alejado, hasta ese momento, la Depresión Final predicha por muchos pesimistas. De todos modos, el senador argumentó que el dinero se podía invertir mucho mejor en tierra firme y, en especial, en su proyecto favorito: reconstruir lo que había quedado de California después del Superterremoto.

Cuando Ledstone hubo vetado dos veces la propuesta de suministrar fondos para GUARDIÁN ESPACIAL, Fase 2, todos coincidieron en que ninguna persona de la Tierra lo haría cambiar de opinión.

No habían tomado en cuenta a alguien de Marte.

7

El científico

El Planeta Rojo ya no era tan rojo, aunque el proceso de reverdecerlo apenas si había comenzado. Concentrados en los problemas de la supervivencia, a los colonizadores (que odiaban esa palabra y ya estaban diciendo con orgullo «Nosotros, los marcianos») les quedaban pocas energías para dedicarlas al arte o a la ciencia. Pero el brillante relámpago del genio cae donde quiere, y el más grande físico teórico del siglo nació bajo las cúpulas en forma de burbuja de Puerto Lowell.

Al igual que Einstein, con quien se lo comparaba a menudo, Carlos Mendoza era un excelente músico. Dueño del único saxofón que había en Marte, era un diestro ejecutante de ese antiguo instrumento. También compartía la agudeza, llena de humildad, de Einstein: cuando sus predicciones sobre ondas gravitatorias se confirmaron de modo espectacular, su único comentario fue:

— Bueno, eso deja de lado la Teoría de la Gran Explosión, Versión 5… hasta el miércoles, por lo menos.

Carlos pudo haber recibido su Premio Nobel en Marte, como suponían todos, pero él adoraba las sorpresas y las bromas pesadas, así que apareció en Estocolmo con el aspecto de un caballero medieval vestido con armadura de alta tecnología, portando uno de los exoesqueletos provistos de energía propia que se habían desarrollado para parapléjicos. Con esa ayuda mecánica, Mendoza podía funcionar casi sin impedimentos en un ambiente que, de otro modo, lo habría matado con prontitud.

De más está decir que, cuando la ceremonia hubo terminado, a Carlos lo bombardearon con invitaciones para que asistiera a funciones científicas y sociales. Entre las pocas que pudo aceptar había una para presentarse ante la Comisión de Apropiaciones de la MEN, donde dejó una impresión inolvidable:

SENADOR LEDSTONE: Profesor Mendoza, ¿alguna vez oyó hablar del Pollito Alarmista?

PROFESOR MENDOZA: Temo que no, señor presidente.

SENADOR LEDSTONE: Bueno, pues era el personaje de un cuento para niños. Solía ir corriendo por ahí, gritando «¡El cielo se cae! ¡El cielo se cae!». Me hace recordar a algunos de sus colegas. Le agradecería que me diera sus puntos de vista sobre el Proyecto GUARDIÁN ESPACIAL… Estoy seguro de que sabe a qué me refiero.

PROFESOR MENDOZA: Por cierto que sí, señor presidente. Vivo en un mundo que todavía lleva las cicatrices de miles de impactos meteoríticos… algunos de centenares de kilómetros de ancho. Otrora fueron igual de frecuentes en la Tierra. pero el viento y la lluvia, algo que todavía no tenemos en Marte, ¡si bien ya estamos trabajando en ello! los desgastaron hasta hacerlos desaparecer. Ustedes todavía tienen un ejemplo prístino, empero, en Arizona.

SENADOR LEDSTONE: Lo sé, lo sé: los partidarios de GUARDIÁN ESPACIAL siempre me están señalando el Cráter del Meteoro. ¿Con cuánta seriedad deberíamos tomar sus advertencias?

PROFESOR MENDOZA: Con mucha seriedad, señor presidente. Más tarde o más temprano es inevitable que se produzca otro impacto de cuantía. No es mi campo, pero averiguaré las estadísticas para dárselas a usted.

SENADOR LEDSTONE: Me estoy ahogando en estadísticas, pero estimaría grandemente su meditada opinión. Y agradezco su presencia a pesar de habérselo invitado con tan poca antelación, en particular cuando tiene una cita con nuestro presidente Windsor dentro de unas horas.

PROFESOR MENDOZA: Gracias, señor presidente.

El senador Ledstone se sintió impresionado y, en verdad, encantado, con el joven científico, pero no convencido aún. Lo que lo hizo cambiar de opinión no fue una cuestión de lógica. Pues Carlos Mendoza nunca cumplió con su cita en el palacio de Buckingham: mientras viajaba hacia Londres se mató en un rarísimo accidente, cuando los sistemas de control de su exoesqueleto funcionaron mal.

Ledstone inmediatamente abandonó su oposición a GUARDIÁN ESPACIAL y votó para que se liberasen fondos para la fase siguiente. Cuando ya era un hombre muy viejo, le dijo a uno de sus asistentes:

— Me cuentan que pronto podremos sacar el cerebro de Mendoza de ese tanque de nitrógeno líquido y hablar con él mediante una interfase de computadora: me pregunto en qué estuvo pensando ese cerebro durante todos estos años…

II