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—¿Sabes, Gordie? Cuando yo era chico la excursión a Cloudburst necesitaba una buena semana, porque no había carreteras. Ahora podemos ir en una hora. Es el progreso.

—Sí, pero también tiene sus ventajas. Gracias al progreso podemos ir allí y no perder el trabajo.

—Claro. Cuánto me gustaría ir. —Cuando llegaran arriba, tras una hora de viaje, buscaran un lugar adecuado, sacaran las cosas de las mochilas y levantaran el campamento, buscaran leña húmeda y lograran hacerla arder, y encendieran sus hornillos portátiles, los alimentos congelados les sabrían como siempre deliciosos. Y el café a media noche, bajo un refugio a resguardo del viento y escuchando el sonido de éste por encima... Pero todo aquello no valía un cometa—. Siento mucho tener que quedarme.

—No te preocupes. Hablaré con Andy. ¿Querrás encargarte de preparar su equipo?

—Desde luego.

Lo que Gordie quería decir era: «No dejes que Loretta prepare la mochila de tu hijo. Ya es bastante duro ir de excursión a esas alturas sin todos los cachivaches que le hace llevar. Botellas de agua caliente, mantas adicionales, una vez incluso llevaba un despertador.»

Harvey tuvo que volver al coche para recoger la chaqueta y la corbata. Cuando salió del garaje tomó otra dirección, pasando por el jardín trasero. Había pensado preguntarle a Gordie: «¿Qué te parecería llamar a tu banco «Banco de Gordo y Tertulia de Señoras»?» Pero por la expresión del rostro de Gordie cuando le mencionó el banco, prefirió dejarlo correr. Sin duda su vecino tenía algún problema personal relacionado con su trabajo.

Andy estaba en el jardín trasero, al otro lado de la piscina, jugando a baloncesto en solitario. Randall permaneció inmóvil, observándole. En un tiempo mínimo, en lo que debía haber sido un año pero parecía una semana, Andy había pasado de ser un chiquillo a... a una especie de figura leñosa, todo brazos, piernas y manos, largos huesos en equilibrio tras una pelota de baloncesto. Lanzó el balón con exquisito cuidado, brincó para cogerlo de rebote, hizo una finta y volvió a lanzar para marcar un tanto perfecto. Andy no sonrió, y se limitó a hacer un gesto de asentimiento con una grave satisfacción.

Harvey pensó que el chico no era malo.

Sus pantalones eran nuevos, pero no le llegaban a los tobillos. El próximo septiembre cumpliría quince años y ya podría ir a la escuela superior. Había pensado matricularle en la Escuela Juvenil de Harvard, que era la mejor de Los Angeles, pero aquel centro pedía una fortuna sólo por reservarle una plaza, y el especialista en ortodoncia quería unos miles de dólares en el acto y algunos más posteriormente. Andy estaba metido en un club de electrónica y no pasaría mucho tiempo antes de que quisiera tener un microordenador propio, cosa de la que nadie podría culparle, y... Randall entró sigilosamente en la casa, satisfecho de que Andy no se hubiera percatado de su presencia.

Un adolescente solía ser un bien. Podía trabajar en los campos, dirigir una yunta o hasta conducir un tractor. La presión podía ser compartida, traspasada a unos hombros más jóvenes. Y un hombre podía descansar.

En la papelera de la cocina había papel de envolver. Loretta había estado de compras otra vez. La Navidad se había convertido en una serie de cuentas por pagar, y aquellas facturas acabarían posándose en la mesa de Harvey, el cual ya había oído el informe radiado sobre las cotizaciones de bolsa. El mercado estaba bajo.

Loretta no estaba presente. Harvey entró en el gran vestuario al lado del baño, se desnudó y se metió en la ducha. El agua caliente le golpeó la nuca, llevándose la tensión. Su mente cambió de rumbo, y se imaginó como una masa de carne a la que daban masaje con presión hidráulica. Deseó que su mente cambiara realmente de rumbo.

Andy tiene conciencia. Sabe Dios que nunca he tratado de hacer que se sintiera culpable. Disciplina, sí. Castigos, de cara a la pared, incluso algún cachete, pero cuando se ha terminado, se ha terminado, sin que queden rastros de culpabilidad... De todos modos sabe lo que es la culpa. Si supiera lo que me cuesta en dinero y en años de vida, si supiera hasta qué punto influye en la manera en que me veo obligado a vivir, la mierda que tengo que soportar para conservar ese maldito trabajo y conseguir las pagas que nos mantienen a jiote... ¿Qué haría Andy si lo supiera? ¿Se iría de casa? ¿Conseguiría un empleo como barrendero en San Francisco para tratar de reembolsarme? No, no hay miedo de que llegue a saberlo.

Entre el ruido del agua oyó el sonido de una voz. Salió de su mundo interior y encontró a Loretta sonriente a través de la puerta de vidrio de la ducha.

—Hola. ¿Cómo ha ido? —preguntó, pero sus palabras eran inaudibles.

Harvey la saludó con la mano y ella lo tomó como una invitación. Observó cómo se desvestía lenta, lascivamente y se deslizaba apresuradamente a través de la puerta de vidrio para que el agua no saliera afuera... Y no era miércoles. Harvey la rodeó con sus brazos. El agua caía sobre los dos, y se besaron. Y no era miércoles.

—¿Cómo ha ido? —preguntó ella de nuevo.

El había leído sus labios la primera vez, pero sin pensar que le preguntaba aquello. Ahora tenía que responder.

—Creo que lo harán.

—Claro, sería absurdo que se negaran. Si esperan demasiado, la CBS les quitará la idea.

—Tienes razón —convino él, consciente de que aquella charla ponía fin a la magia de la ducha orgiástica.

—¿No hay alguna forma de decirles lo estúpidos que son?

—No. —Harvey movió la rosca de la ducha y el agua cayó en forma de fina lluvia.

—¿Por qué no?

—Porque ya lo saben, porque no están jugando el mismo juego que nosotros.

—Todo depende de ti. Si insistes en hacerlo a tu manera, sólo por una vez...

El cabello de Loretta se oscurecía y mojaba bajo la ducha. Abrazó a su marido y le miró al rostro, buscando la expresión resuelta que significaría que le había convencido, que defendería sus principios y obligaría a sus superiores a enfrentarse con las consecuencias de sus errores.

—Sí, todo depende de mí, lo cual me convierte en el blanco perfecto si algo sale mal. Vuélvete y te frotaré la espalda.

Loretta se volvió. Harvey cogió el jabón. Los músculos de su rostro se distendieron, sus manos jabonosas trazaron dibujos en los resbaladizos contornos de la espalda de su esposa... lentamente, cada movimiento una caricia... pero estaba pensando. ¿No sabes lo que me harán? Nunca me despedirían, pero un día mi despacho es un cuarto para guardar las escobas, y al día siguiente la alfombra ha desaparecido. Luego mi teléfono no funciona. Y cuando no pueda más y me vaya, todo el mundo en la empresa habrá olvidado que existo. Y todavía dependemos de cada centavo que gano.

Siempre le había encantado la espalda de Loretta. Trató de concentrarse para sentir lujuria... pero no sintió nada.

Ella estaba interesada por el asunto desde el principio. Al fin y al cabo, se trata también de su vida. Sería injusto mantenerla al margen. Pero ella no comprenderla. ¡Puedo escamotearle a Mark el tema! Se beberá mi cerveza y hablará de cualquier otra cosa, si lo planeo bien. Pero no puedo hablar con Loretta de la misma manera... Lo que necesito es un trago.

Loretta le enjabonó la espalda, y luego se secaron mutuamente con las grandes toallas de baño. Ella todavía trataba de decirle cómo debía enfocar la situación en la emisora. Sabía que algo iba mal y, como solía hacer, le sondeaba, intentando comprender y ayudar.

Miríadas de órbitas más tarde, cuando los verdaderos humanos se extendían por un mundo sometido al rigor de una era glacial, el planeta negro se presentó de nuevo.

Ahora el cometa era más grande. Había crecido copo a copo aislado de nieve, a lo largo de mil millones de años, hasta medir siete kilómetros de un lado a otro. Pero ahora su superficie bullía en un baño de calor infrarrojo. Dentro de las capas del cometa, bolsas de hidrógeno y helio se vaporizaban y rezumaban a través de la corteza. El pequeño sol fue eclipsado. El disco negro cubrió un tercio del cielo, dejando escapar el calor de su nacimiento.