Luego pasó y retornó la calma.
El cometa se había recuperado de su paso anterior. ¿Qué son los siglos y milenios en el halo de los cometas? Pero el tiempo había llegado por fin a este cometa. El gigante negro lo había detenido al pasar por su órbita.
Lentamente, impulsado por el débil tirón de la gravedad solar, empezó a caer hacia el torbellino.
FEBRERO: DOS
Parece que los planetas interiores fueron bombardeados sin cesar desde su formación. Marte, Mercurio y la luna de la Tierra han sido golpeados repetidas veces por objetos cuyo tamaño varía desde los micrometeoritos a lo que —fuera lo que fuese— chocó con la Luna y creó la gran depresión de lava llamada Oceanus Procellarum.
Aunque en principio se pensó que Marte, dado que estaba en el borde del cinturón de asteroides, experimentó una tasa mayor de bombardeo meteórico, el examen de Mercurio indica que Marte no es excepcional, y los planetas interiores tienen aproximadamente las mismas posibilidades de ser golpeados...
El rebosaba material del equipo: cámaras, magnetófonos, luces, reflectores y acumuladores, todos los objetos propios de una unidad móvil de televisión. El cámara Charlie Bascomb estaba en el fondo, con el técnico de sonido Manuel Arguilez. Todo era normal, excepto que Mark Czescu se hallaba en el asiento delantero cuando Harvey salió de las oficinas de la NBS.
Harvey hizo una seña a Mark, y éste le siguió. Se dirigieron hacia el lugar del aparcamiento del estudio, donde dejaban sus coches los ejecutivos de la compañía.
—Mira —dijo Harvey— tu trabajo recibe el nombre de ayudante de dirección. Eso, en teoría, te sitúa entre el personal directivo.
—De acuerdo —convino Mark.
—Pero no eres un directivo, sino el que maneja la claqueta.
—Soy un hippie —puntualizó Mark, visiblemente herido.
—No te enfades ni te pongas de malhumor. Compréndelo. Hace mucho tiempo que el equipo está conmigo. Conocen el juego. Tú no.
—Lo sé perfectamente.
—Muy bien. Puedes ser de gran ayuda. Sólo debes recordar una cosa. Lo que no necesitamos es...
—Es decir a todo el mundo cómo debe hacer su trabajo. —Sonrió de oreja a oreja—. Me gusta trabajar para ti. No lo estropearé.
—Estupendo.
Harvey no detectó signos de ironía en la voz de Mark y se tranquilizó. La realización de aquella entrevista le había preocupado, lo cual no hacía más que dificultar las cosas. En cierta ocasión, uno de sus asociados había observado que Mark era como una jungla: no había nada malo en él, pero de vez en cuando era necesario apartarlo del camino a machetazos, pues de lo contrario envolvía a uno en sus lianas.
El furgón partió al instante. Harvey había viajado mucho en aquel vehículo: del oleoducto de Alaska al extremo inferior de la Baja California, e incluso había estado en América Central. Harvey y el furgón eran viejos amigos. Era un voluminoso International Harvester de tres plazas, con motor de camión, feo como un pecado y en el que se podía confiar plenamente. Harvey condujo en silencio hacia la autopista de Ventura y giró en dirección a Pasadena. Había poco tráfico.
—Fíjate —dijo Harvey—, siempre nos quejamos de que nada funciona bien, pero vamos a recorrer ochenta kilómetros para realizar esta entrevista, y podemos contar con que estaremos allí en menos de una hora. Cuando yo era niño, para hacer un viaje de ochenta kilómetros tenías que preparar víveres y confiar en que llegarías al anochecer.
—¿Es que ibas a caballo? —preguntó Charlie.
—No, pero en Los Angeles no había autopistas.
—Ah.
Atravesaron Glendale y giraron hacia el norte, por Linda Vista, para dejar atrás la cuenca Rose. Charlie y Manuel hablaban de unas apuestas que habían perdido hacía unas semanas.
—Tenía entendido que el Instituto Tecnológico de California era el propietario del JPL —dijo Charlie.
—Y así es —confirmó Mark.
—Pues está condenadamente lejos de Pasadena.
—Ahí es donde prueban los motores a reacción. JPL son las siglas de «Laboratorios de propulsión a reacción». Como todo el mundo consideraba esas instalaciones peligrosas, el Instituto Tecnológico levantó los laboratorios en Arroyo. —Hizo un gesto señalando las casas—. Luego construyeron el barrio más caro en esta parte de Los Angeles, precisamente alrededor de los laboratorios.
El guarda les esperaba, y les indicó un aparcamiento cerca de uno de los edificios más grandes. El JPL descansaba en la hondonada conocida como Arroyo y la llenaba con sus edificios de oficinas. Una gran torre central de acero y vidrio parecía extrañamente fuera de lugar entre las viejas estructuras «temporales» de la Fuerza Aérea construidas veinte años antes.
Fueron recibidos por una encargada de relaciones públicas que les hizo firmar en un registro de entrada y les dio tarjetas de identidad que prendieron en las solapas. El interior era parecido al de cualquier otro edificio de oficinas, aunque variaba algo: en los pasillos había rimeros de tarjetas de IBM, y casi nadie llevaba chaqueta o corbata. Pasaron junto a un enorme globo de Marte en color que acumulaba polvo en un rincón. Nadie prestó la menor atención a Harvey y sus acompañantes. No era insólito ver a la gente de la televisión. El JPL había construido las sondas espaciales Pioneer y Mariner, y había enviado el Viking a Marte.
—Ya hemos llegado —dijo la encargada de relaciones públicas.
El despacho era agradable. Había estanterías con libros en las paredes y ecuaciones incomprensibles en las pizarras. Toda superficie plana a la vista estaba ocupada por libros, y la cara mesa de madera de teca estaba cubierta de salidas impresas de IBM.
—Doctor Sharps, está aquí Harvey Randall —dijo la señorita de relaciones públicas, quedándose cerca de la puerta.
Charles Sharps llevaba unas gafas con los extremos curvados para abarcar todo el campo de visión; muy modernistas, lograban que su pálido rostro recordara vagamente el de un insecto. Tenía el cabello negro y liso, y lo llevaba corto. Sus dedos jugaban con un rotulador o exploraban el interior de los bolsillos, pero siempre estaban en movimiento. Parecía tener unos treinta años, pero podría ser mayor, y llevaba chaqueta y corbata.
—Bueno, concretemos el asunto —dijo Sharps—. Usted desea una explicación sobre los cometas. ¿Para usted mismo o para el público?
—Ambas cosas. Que sea sencilla y comprensible, si no es mucha molestia.
—¿Mucha molestia? —Sharps se echó a reír—. ¿Por qué iba a ser mucha molestia? Su emisora dice a la NASA que quiere hacer un documental sobre el espacio y la NASA lanza cohetes. ¿Verdad, Charlene?
La señorita de relaciones públicas asintió.
—Nos han pedido que cooperemos...
—Cooperar. —Sharps se rió de nuevo—. Estaría sobre ascuas si creyera que así íbamos a conseguir un presupuesto. ¿Cuándo empezamos?
—Ahora mismo, por favor —dijo Harvey—. El equipo preparará las cosas mientras hablamos. No les haga caso. Creo que usted es aquí el experto en cometas.
—Supongo que sí —dijo Sharps—. La verdad es que me gustan los asteroides, pero alguien ha de estudiar los cometas. Supongo que está interesado sobre todo en el Hamner-Brown.