Penelope Wilson llegó cerca de las seis. Jamás respondía al diminuto Penny. Su madre había insistido en que no lo hiciera. Al verla a través de la mirilla de la puerta, Tim Hamner recordó que también había renunciado a Penelope y utilizaba sólo su segundo nombre, el cual no podía recordar.
«Sé valiente», pensó. Abrió la puerta y, sin ocultar su desconcierto, espetó a la muchacha:
—¡Rápido! ¿Cuál es tu segundo nombre?
—Joyce. Hola, Tim. ¿Soy la primera en llegar?
—Sí. Vaya, estás muy elegante —observó él, ayudándola a quitarse la chaqueta.
La conocía desde siempre, es decir, desde la escuela primaria. Penelope Joyce había asistido a la misma escuela preparatoria de niñas que la hermana de Tim y media docena de primas. Ella era la más fea, con su ancha boca, su mandíbula demasiado cuadrada y una figura de la que lo más amable que podría decirse es que era robusta. Pero en la universidad había empezado a mejorar.
Aquella noche estaba realmente elegante. Su cabello era largo y ondulante, y estaba muy bien arreglado. El corte de su vestido era impecable, y de un color y textura suaves a la vista. Tim sintió deseos de tocarlo. Había vivido con su hermana lo suficiente para saber que conseguir aquel efecto debía costar mucho tiempo, aun cuando él no tuviera la menor idea de cómo lo hacía.
Tim deseó que la aprobación de la muchacha fuera total. Esperó mientras ella inspeccionaba su sala de estar, preguntándose por qué no la había invitado hasta entonces. Finalmente, ella le miró con una expresión que no había vuelto a ver en ella desde los tiempos escolares, cuando ella se erigió en juez de toda moral.
—Es bonita esta habitación —aprobó, y a continuación soltó una risita tonta que dio al traste con su pose.
—Me alegro de que te guste. En serio, me alegro mucho.
—¿De veras? ¿Tan importante es mi opinión? —dijo ella, bromeando todavía con las expresiones faciales de su infancia.
—Sí. Dentro de unos minutos toda la maldita familia estará aquí, y la mayoría de ellos no han visto este lugar. Tú piensas como ellos, así que, si a ti te gusta, a ellos también les agradará.
—Ya. Creo que me merecía eso.
—Eh, no quería decir...
Ella le interrumpió con su risa. Tim le alargó un vaso y se sentaron.
—He estado pensando... —dijo ella en tono meditativo—, ¿por qué me has pedido que venga esta noche cuando hace al menos dos años que no nos vemos?
Tim estaba preparado en parte para esa pregunta. Ella siempre había sido directa, y decidió ser franco.
—Pensé en quién quería que viniera esta noche, para mayor satisfacción de mi ego, porque nada me satisfará tanto como hablar de mi cometa. Pensé en Gil Waters, el número uno de mi clase en Cate, en mi familia y en ti. Entonces me di cuenta de que pensaba en todas las personas a las que más quería impresionar.
—¿A mí también?
—Exacto. ¿Recuerdas que solíamos charlar? Y yo nunca pude decirte lo que quería hacer con mi vida. El resto de mi familia, todos aquellos con quienes me crié, ganan dinero, coleccionan obras de arte o coches de carreras, o hacen algo. Pero yo... yo sólo quiero observar el cielo.
Ella sonrió.
—Me siento realmente halagada, Tim.
—Estás elegante de veras. ¿Ese vestido es creación propia?
—Sí, gracias.
Era agradable charlar con aquella muchacha. Tim lo consideraba un delicioso redescubrimiento cuando sonó el timbre de la puerta. Los demás habían llegado.
Fue una velada placentera. Los proveedores habían hecho bien su trabajo, de modo que no hubo problema alguno con la comida, incluso sin la ayuda de George. Tim se relajó y descubrió que se divertía.
Los demás escucharon. Nunca lo habían hecho hasta entonces. Escucharon a Tim, que les contaba cómo lo había logrado: las horas de observación, bajo el frío y la oscuridad, estudiando diseños estelares y manteniendo el registro al día; las horas interminables revisando fotografías, todo ello sin ningún resultado, excepto la alegría de conocer el universo. Y ellos le escucharon, incluso Greg, quien no solía ocultar lo que le inspiraban los hombres ricos que no prestaban la atención adecuada a su fortuna.
No era más que una reunión de familia en la sala de estar de Tim, pero se sentía exaltado, nervioso, con todos sus sentidos alerta. Vio cómo Barry sonreía y meneaba la cabeza, y por estos gestos pudo leer su mente: ¡Vaya forma de emplear la vida! Tim pensó que en realidad le envidiaba, y aquello le encantó. Alzó la vista para mirar el rostro burlón y divertido de su hermana. Jill siempre había sido capaz de decir lo que Tim estaba pensando. Había estado más unido a ella que a su hermano Pat. Pero fue este último quien le acorraló detrás del bar para hablarle.
—Me gusta este sitio —le dijo—. Mamá no sabe cómo juzgarlo. —Ladeó la cabeza para señalar a su madre, que paseaba por la estancia mirando los diversos objetos—. Apuesto a que sé lo que está pensando. ¿Lo haces?
—¿Hacer qué?
—Traer chicas aquí... Orgías salvajes.
—Eso no es asunto tuyo.
Pat se encogió de hombros.
—Lástima. Sabes, hay veces en que desearía... Bah, al diablo con ello. Pero tendrías que aprovecharte mientras puedas. Tu libertad no va a durar para siempre. Mamá tomará cartas en el asunto.
—Sí, claro —dijo Tim. ¿Por qué diablos Pat tenía que sacar el tema a colación? Ya lo haría su madre, antes de que finalizara la velada. Timmy, volvería a preguntarle, ¿por qué no te has casado todavía?
Un día responderé, se dijo Tim. Un día le diré: «Porque cada vez que encuentro una chica con la que creo que podría vivir, tú la asustas tanto que echa a correr. Esa es la razón.»
—Aún tengo apetito —anunció Penelope Joyce.
—Dios mío. —Jill le dio unas palmaditas en el vientre—. ¿Dónde lo metes? Quiero saber tu secreto. Pero no me digas que es tu ropa. Según Greg, no podemos permitirnos tus creaciones.
Penelope cogió la mano de Tim.
—Vamos, enséñame dónde está el maíz. Yo preparo las palomitas. Tú saca los platos.
—Pero...
—Ellos mismos se servirán bebidas. —Condujo a Tim a la cocina—. Dejemos que hablen de ti mientras no estás presente. Te admirarán todavía más. Después de todo, esta noche eres la estrella.
—¿Lo crees así? —preguntó, mirándola a los ojos—. Nunca sé cuándo me tomas el pelo.
—Es una suerte. ¿Dónde está la mantequilla?
La exhibición fue magnífica. Tim lo supo cuando vio a su familia contemplarla, mirándole a él en el televisor.
Randall había recorrido el mundo y mostraba astrónomos aficionados que observaban el cielo.
—La mayoría de los cometas han sido descubiertos por aficionados —decía la voz de Randall—. El público casi nunca aprecia hasta qué punto estos observadores del cielo ayudan a los grandes observatorios. Naturalmente, algunos de estos aficionados no son tales.
La escena terminaba con la imagen de Tim Hamner enseñando su observatorio en la montaña, y a su ayudante, Marty, que demostraba el funcionamiento del equipo. Tim había pensado que la secuencia sería demasiado corta, pero cuando vio a su familia contemplándole y como, al terminar, parecían ansiosos por ver más, se dio cuenta de que Harv Randall había tenido razón. Siempre hay que dejar al público con deseos de ver más. La voz de Randall proseguía:
—Y algunos son más aficionados que otros. —La cámara se centró en un sonriente muchacho junto a un telescopio. El aparato parecía de alcance, pero no cabía duda que era de fabricación casera—. Gavin Brown, de Centerville, Iowa. Gavia, ¿cómo es que buscabas cometas en el momento y lugar apropiados?