El bulevar Westwood no se encontraba precisamente en el camino entre la sede de la NBS y el hogar de los Randall, cerca de Beverly Glen, y este alejamiento era la razón principal por la que a Harvey Randall le gustaban sus bares. No era probable que tropezara con ningún empleado de la emisora ni que encontrara a ninguno de los amigos de Loretta.
Los estudiantes recorrían la ancha calle, con toda clase de atuendos. Los había barbudos y con téjanos, con el pelo bien cortado y peinado y pantalones caros, otros deliberadamente extravagantes, jóvenes de tradicional aspecto conservador y todas las variaciones imaginables entre estos extremos. Harvey paseó con ellos. Pasó ante librerías especializadas. Una de ellas se dedicaba al movimiento de liberación gay. Otra ostentaba el rótulo agresivo y excluyente «Librería para machos adultos». Otra librería atraía a una muchedumbre interesada por la ciencia ficción. Harvey tomó mentalmente nota para visitarla. Probablemente tendrían allí mucho material sobre cometas y astronomía dirigido a un público general. Más tarde se enteraría de que en la librería de la universidad UCLA podría obtener el material realmente técnico.
Más allá del edificio de la Hermandad Femenina había un establecimiento en cuyo ventanal de vidrio cilindrado se leía: «Primer bar federal de protección.» En el interior había taburetes, tres mesitas, cuatro reservados, un billar mecánico y un tocadiscos automático. Las paredes estaban decoradas con los caprichos de la clientela. En la barra había provisión de rotuladores, y las paredes se blanqueaban de vez en cuando. En algunos lugares la pintura se desprendía y revelaba comentarios escritos años atrás, como una especie de arqueología de la cultura pop.
Como un viejo fatigado, Harvey avanzó con dificultad en la penumbra. Cuando sus pupilas se adaptaron, descubrió a Mark Czescu en un taburete. Se detuvo junto a él y apoyó los codos en la barra.
Czescu tendría más de treinta años, pero su edad era indefinida, un perpetuo hombre joven dispuesto a iniciar su carrera. Harvey sabía que Mark había servido en la Armada durante cuatro años, y que había pasado por varias universidades, empezando por la UCLA, así como por diversos institutos de rango inferior. A veces todavía se refería a sí mismo como estudiante, pero nadie creía que jamás llegara a terminar una carrera. Llevaba botas de motorista, unos tejanos viejos, una camiseta y un arrugado sombrero australiano. Lucía una larga cabellera negra y una barba no menos negra y poblada. Sus uñas presentaban una suciedad compacta, y había manchas recientes de grasa en sus pantalones, pero aparte de eso las manos y la ropa estaban limpias. Simplemente, no tenía una necesidad patológica de restregarse hasta parecer inmaculado.
Cuando Mark no sonreía, tenía un aspecto temible, a pesar de su barriga respetable de bebedor de cerveza. Sonreía mucho, pero podía tomarse muy en serio ciertas cosas, y a veces se relacionaba con un grupo de matones, que formaban parte de su mundo. Mark Czescu podría correr con los motoristas verdaderos si quisiera, pero no quería. En aquel momento parecía preocupado.
—No tienes buen aspecto —dijo a modo de saludo.
—Tengo ganas de matar a alguien —dijo Harvey.
—Si eso es lo que deseas, tal vez podría encontrar a alguien.
—No. Se trata de mis jefes, maldita sea su alma. —Harvey pidió una jarra y dos vasos, y pasó por alto la sugerencia de Mark. Sabía que éste podía encargarse de un verdadero asesinato. También aquello formaba parte de la imagen de Czescu: saber más que su interlocutor sobre cualquier tema que se planteara. A Harvey solía divertirle, pero en aquel momento no estaba de humor para bromas—. Quiero algo de ellos —prosiguió— y ellos saben que van a dármelo. ¿Cómo diablos no van a saberlo? ¡Si hasta tengo comprometido al patrocinador! Pero los hijos de puta tienen que seguir la comedia. Si mañana uno de ellos se cae de un balcón, necesitaré otro mes para convencer a su sustituto, y no dispongo de tiempo.
No era malo seguirle el humor a Czescu. El tipo podía ser útil, era muy divertido y... tal vez podría cometer un asesinato. Uno nunca sabía realmente de lo que era capaz.
—Bueno, ¿y qué es lo que te van a dar? —preguntó Mark.
—Un cometa. Voy a hacer toda una serie de documentales sobre un nuevo cometa. Resulta que el tipo que lo descubrió posee el setenta por ciento de la empresa que patrocinará los programas.
Czescu soltó una risa ahogada, y Harvey hizo un gesto de asentimiento.
—Es un proyecto precioso. Ahora tengo la oportunidad de hacer la clase de películas que realmente quiero hacer, y de aprender mucho. No como la última basura que rodé, entrevistando a fatalistas, cada uno con su visión particular del fin del mundo. Antes de terminarlo tenía ganas de cortarme el cuello y acabar con todo.
—¿Y qué es lo que no marcha bien?
Harvey suspiró, tomó un trago de cerveza y prosiguió:
—Mira, hay tres o cuatro tipos que podrían enviarme realmente a freír espárragos. Pero eso sería un error, ¿sabes? Los de Nueva York no tolerarían que se malogre una serie patrocinada. Así que van a aceptarla. Pero ¿cómo se sabría que tienen el poder de decir que no si no vacilaran y exigieran que redacte tratos y prepare presupuestos y toda esa basura? Nada de eso sirve para maldita la cosa, pero ellos han de tener «una base firme para tomar decisiones». Cuatro divos asquerosos que son los que tienen el auténtico poder.
«Bueno, podría soportarlos, pero es que no son sólo ellos, sino que hay un par de docenas más que serían incapaces de impedir la reposición de un tostón insufrible, pero también quieren demostrar lo importantes que son. Y para demostrarse unos a otros que podrían impedir la realización de ese programa, si quisieran, ponen todas las objeciones que pueden. Ten en cuenta los intereses preferentes del patrocinador. No hagas nada que pueda enfurecer a Jabones Kalva. Tonterías. Pero tengo que aguantarlas. —De repente Harvey se dio cuenta de que hablaba demasiado sobre algo que no le importaba al otro gran cosa—. Mira, cambiemos de tema.
—De acuerdo. ¿Has observado el nombre de este sitio?
—Sí, no deja de ser chocante. «Primer bar federal de protección.» Tiene algo de establecimiento bancario.
—Exacto. A lo mejor otros hacen suya también la idea. ¿Qué te parece «Seguros del loco Eddie»?
—No está mal. A ver que tal suena este: «Clínica oncológica del gordo Jack.»
—Quedaría mejor «Clínica oncológica y cementerio del gordo Jack» —dijo Czescu.
La rigidez que Harvey sentía en el cuello y los hombros iba desapareciendo. Bebió más cerveza y luego fue a uno de los reservados, donde podía apoyarse en la pared. Mark fe siguió y se sentó frente a él.
—Oye, Harv, ¿cuándo haremos otro viaje? ¿Aún funciona tu moto?
—Sí. —Un año atrás, no, dos años o más atrás, se tomó Oto respiro y Mark Czescu le llevó consigo en un viaje por la costa. Bebieron en pequeños bares, hablaron con tipos que, como ellos, iban sin rumbo y acamparon donde les vino en gana. Czescu cuidó de las motos y Harvey pagó las cuentas, pero no subieron mucho. Fue una época sin preocupaciones—. La moto funciona, pero no podré usarla. Cuando empiece esta serie necesitaré todo mi tiempo.
—¿No tendrás algún trabajito para mí? —le preguntó Mark.
Harvey se encogió de hombros.
—¿Por qué no? —Mark solía trabajar en los programas de Harvey. Llevaba cámaras o tablillas sujetapapeles, se ocupaba del mantenimiento o manejaba la claqueta—. Pero tendrás que cerrar la boca durante algún tiempo.