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Margaret Weis & Tracy Hickman

El mazo de Kharas

Preámbulo

«El Canto de Kharas»

por Michael Williams
Tres eran los pensamientos de quienes estaban en Thorbardin en la oscuridad que siguió a Dergoth cuando los ogros bailaron.
Uno era la luz perdida, la oscuridad renqueante en las grutas del reino donde la luz se desmenuza.
Otro, la desesperanza del thane enano Derkin entregado a la penumbra de la torre de la Gloria.
Otro, el mundo, debilitado y herido en las profundidades de las Aguas Lóbregas.
Bajo el corazón de las montañas, bajo el techo de piedra, bajo la menguante gloria del mundo. Hogar bajo el hogar.
Entonces apareció Kharas entre nosotros, el Guardián de Reyes. La Mano en el Mazo, Brazo de Hylar. En el reluciente panteón de oro y granate tres hijos del thane debajo enterró. Mientras Derkin veía oscuridad sobre oscuridad en los túneles, en las salas de la nación vio nudos corredizos y cuchillos, asesinos y forjadores de reyes llegaron hasta Kharas con ágara y amatista, solicitando lealtad.
Bajo el corazón de las monrañas, bajo el techo de piedra, bajo la menguante gloria del mundo. Hogar bajo el hogar. Pero la fidelidad del corazón es firme como la roca. Y audaz e indoblegable la mente para bien: el Mazo de Kharas se mantenía firme en las salas, rechazando toda discordia, toda duda y división, dio la espalda a la intriga, desde los túneles inexplorados, hasta el exterior, haciendo un juramento que ni el tiempo ni traición alguna deslustrarían jamás: el regreso del Mazo en una época de grandes rribulaciones.
Bajo el corazón de las montañas, bajo el techo de piedra, bajo la menguante gloria del mundo. Hogar bajo el hogar.

PRIMERA PARTE

Prólogo

De pie junto al cadáver ensangrentado del caído Señor del Dragón Verminaard, el draconiano aurak, Dray-yan, vio revelarse ante sí su destino.

La repentina y cegadora visión lo sacudió con la fuerza de un cometa caído del cielo haciendo que la sangre le bullera y provocándole un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo escamoso hasta los dedos rematados en garras. Al destello inicial lo siguió un torrente de ideas que lo colmaron. Todo el plan cobró forma en cuestión de segundos.

Dray-yan se quitó la capa ornamentada y la usó para cubrir el cadáver del Señor del Dragón y ocultar el gran charco de sangre que había debajo. El draconiano aurak estaba aterrorizado, o eso debía de parecerles a quienes lo observaban. Pidiendo ayuda a gritos destemplados, reunió un grupo de varios baaz (draconianos de estatura baja y conocidos por su lerda simpleza) y les ordenó que buscaran una camilla.

—¡Daos prisa! ¡Lord Verminaard está gravemente herido! ¡Tenemos que llevarlo a sus aposentos! ¡Rápido! De prisa, antes de que su señoría sucumba a las heridas.

Por suerte para Dray-yan, la situación en el interior de la fortaleza de Pax Tharkas era caótica: esclavos en plena huida; dos Dragones Rojos combatiendo entre ellos; el repentino desprendimiento de toneladas de rocas que habían bloqueado el acceso y aplastado a un vasto número de soldados. Nadie prestaba atención al caído Señor del Dragón que era transportado al interior de la fortaleza ni al aurak que lo acompañaba.

Cuando el cadáver de Verminaard estuvo dentro de sus aposentos a buen recaudo, Dray-yan cerró las puertas. Apostó fuera a los draconianos baaz que habían cargado la camilla para que las guardaran, y dio orden de que no se permitiera el paso al nadie.

Entonces Dray-yan se sirvió de una botella del mejor vino de Verminaard, se sentó ante el escritorio de éste y empezó a revisar sus documentos secretos. Lo que Dray-yan leyó lo intrigó y lo impresionó. Tomó el vino a sorbos, estudió la situación y revisó mentalmente sus planes. De vez en cuando llegaba alguien ante la puerta solicitando órdenes, y Dray-yan respondía a voces que a su señoría no se lo podía molestar. Pasaron las horas y entonces, cuando cayó la noche, Dray-yan abrió la puerta un poco.

—Decidle al comandante Grag que se requiere su presencia en los aposentos de lord Verminaard.

Pasó un buen rato hasta que el corpulento comandante bozak llegó. En ese intervalo, Dray-yan se planteó si debía o no hacerlo partícipe de su secreto. Por instinto no se fiaba de nadie, y menos de un draconiano al que consideraba su inferior. Sin embargo, debía admitir que no podía llevar a cabo su plan solo. Iba a necesitar ayuda y, aunque sentía menosprecio por Grag, tenía que reconocer que el comandante no era tan estúpido e incompetente como la mayoría de los otros bozak que conocía. De hecho Grag era bastante inteligente, un excelente comandante militar. Si Grag hubiese tenido el mando de Pax Tharkas en lugar de ese humano, un montón de músculos y ningún cerebro que había sido Verminaard, no habría habido sublevación de los esclavos humanos. Ese desastre no habría ocurrido.

Por desgracia, nadie se habría planteado siquiera darle a Grag el mando de humanos, quienes pensaban que a los «hombres-lagarto», con sus brillantes escamas, alas y colas, se los criaba exclusivamente para matar, que eran incapaces de discurrir un pensamiento racional e incompetentes para desempeñar cualquier tipo de liderazgo en el ejército de la Reina Oscura. Dray-yan sabía que la propia Takhisis era de esa opinión y en secreto despreciaba por ello a su diosa.

Le demostraría su equivocación. Los draconianos darían prueba de sus capacidades. Si su plan tenía éxito, a lo mejor llegaba a ser el próximo Señor del Dragón.

Pero las cosas había que hacerlas paso a paso.

—El comandante Grag —anunció uno de los baaz.

La puerta se abrió y Grag entró en el cuarto. El bozak superaba el metro ochenta de estatura y las grandes alas lo hacían parecer aún más alto. Se cubría las escamas broncíneas con una mínima armadura, ya que contaba con ellas y con el duro pellejo para protegerse. En aquel momento las llevaba manchadas de polvo y tierra, así como de sangre. Era evidente que estaba exhausto. La larga cola se movía lentamente de un lado a otro; los labios se cerraban, tirantes, sobre los dientes; los ojos amarillos se estrecharon al clavar en Dray-yan una mirada dura e intensa.

—¿Qué quieres? —demandó con grosería al tiempo que agitaba una garra—. Más vale que sea importante. Hago falta ahí fuera. —Entonces reparó en la figura tendida en la cama—. He oído decir que su señoría estaba herido. ¿Lo estás curando?

A Grag el aurak no le caía bien ni se fiaba de él, y Dray-yan lo sabía de sobra. Los draconianos bozak nacían para ser guerreros. Al igual que los aurak, los bozak poseían la capacidad de realizar conjuros como favor de su reina, si bien la magia bozak era de naturaleza marcial y ni de lejos tan poderosa como la de los aurak. En cuanto a la personalidad, los corpulentos y fornidos bozak tendían a ser abiertos, directos, claros, derechos al grano.

En contraste, los draconianos aurak no estaban hechos para librar batallas. Altos y esbeltos, eran reservados por naturaleza, astutos, sutiles, y la suya era una magia poderosa en extremo.

Los humanos, por miedo a que de otro modo se volvieran demasiado poderosos, los creaban inculcándoles el odio y la desconfianza entre sí; o al menos eso era lo que Dray-yan había acabado por creer.

—Su señoría está gravemente herido —contestó en voz alta para que lo oyeran los baaz, quienes sin duda tenían pegada la oreja a la puerta—, pero estoy elevando preces a su Oscura Majestad y todo indica que se recuperará. Entra, comandante, por favor, y cierra la puerta.

Grag vaciló y después hizo lo que le decía.