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El viejo enano esperó.

Después de que Flint lo echó sin miramientos de la Cámara Rubí, Tasslehoff pasó unos instantes probando todos los trucos que sabía para abrir puertas, pero fue en vano. Entonces pasó unos segundos lamentándose por la pérdida de su jupak, por la irritabilidad de los enanos y por la injusticia de la vida en general. Después, viendo que las puertas no iban a abrirse, Tas decidió que haría lo que Flint le había dicho: ir a buscar a Arman.

El kender no tuvo que ir muy lejos para encontrarlo. Sólo girar sobre sí mismo y, sorpresa, allí estaba Arman, saliendo de una torre que había a la derecha del kender.

—¡Arman! —lo saludó Tas con alegría.

—Kender —dijo el príncipe enano.

Tas suspiró. No era nada fácil conseguir que Arman le cayera bien.

—¿Dónde está Flint? —demandó.

—Ahí dentro —señaló Tas la puerta—. ¡Hemos hecho un descubrimiento maravilloso! El Mazo de Kharas está en esa cámara.

—¿Y Flint está ahí? —preguntó el enano joven, alarmado.

—Sí, pero...

—¡Quítate de en medio! —Arman pegó un empujón al kender que lo tiró al suelo, despatarrado—. ¡No puede tener el Mazo! ¡Es mío!

Tas se levantó enfurruñado y se frotó un codo en el que se había hecho una magulladura.

—También hay algo más ahí dentro —dijo—. ¡El cadáver de Kharas! —Eso último lo dijo con énfasis—. Kharas está muerto. Del todo. Lleva muerto mucho tiempo, diría yo.

Arman no le estaba prestando atención ni captó la conexión ni, quizá, le importaba haber estado haciendo migas con un Kharas que yacía momificado en el vestíbulo. El enano fue hacia la puerta doble y puso la mano en la manija.

—Está cerrada —empezó a decirle Tas.

Arman la abrió de par en par y entró.

—¿Cómo pueden hacer eso una y otra vez? —se preguntó Tas, frustrado. Corrió hacia la puerta justo cuando Arman Kharas se la cerraba en las narices.

Tasslehoff soltó un gemido quejumbroso, asió la manija y empujó la doble hoja. La puerta no cedió. Se dejó caer pesadamente frente a la puerta, desconsolado y mohíno. Los enanos abrían puertas al derecho y al revés y a él, un kender, se lo dejaba fuera. Tas juró que a partir de ese momento llevaría encima sus ganzúas siempre, aunque tuviera que guardárselas en los paños menores.

Al cabo de unos segundos cayó en la cuenta de que aunque no pudiera estar presente, al menos podía ver lo que pasaba dentro de la cámara. Corrió hacia el tejado y pegó la nariz al cristal rubí. Allí estaba Arman y allí estaba Flint, de pie a un lado; también estaba el mazo colgando de la cuerda, aunque había dejado de balancearse. Arman tenía algo en la mano.

—¡Mi jupak! —gritó el kender, indignado. Se puso a aporrear los cristales—. ¡Eh! ¡Deja eso!

—No creo que te oiga —dijo Kharas.

Los kenders no son dados a sentir miedo, así que no hay que achacar al miedo el hecho de que Tasslehoff saltara varios palmos en el aire. Debió de ser porque tenía ganas de saltar. Dio unos cuantos brincos más para dejarlo bien claro.

Después se volvió para enfrentarse al enano de barba y cabello canos y hombros cargados. El kender alzó el índice en un gesto de reproche.

—Lo siento si hiero tus sentimientos al decir esto, pero no creo que seas Kharas. Él está muerto en ese vestíbulo. Vi el cadáver. Lo mató la picadura de un escorpión y por experiencia sé que una persona no puede estar viva aquí y muerta ahí al mismo tiempo.

—A lo mejor soy el fantasma de Kharas —sugirió el enano.

—Es lo que creí yo al principio —contestó el kender, a la vez que le daba golpecitos con el dedo en el brazo—, pero los fantasmas son incorpóreos y a ti no te falta corporeidad.

Se sintió bastante orgulloso de esas palabras tan complejas. Estaban a la altura de «Ramificación» y «Especulación».

Eso le dio una idea. ¡Sus espejuelos! Las lentes rubí le habían permitido leer escritura que él desconocía y ver a través de una pared que no existía aunque lo pareciera. A lo mejor le revelaban la verdad sobre el misterioso enano.

—¡Eh! ¡Mira detrás de ti! ¿Qué es eso? —gritó al tiempo que señalaba por encima del hombro del enano. Éste se giró para mirar.

Tas sacó los anteojos, se los puso en la nariz y atisbo a través de los cristales rojos.

Se quedó tan sorprendido por lo que vio que olvidó quitárselos. Se quedó petrificado, con el cuerpo laxo y la mente aturdida por el pasmo.

—Eres... —balbució débilmente—. Eres... —Tragó saliva con esfuerzo y por fin consiguió pronunciar la palabra—. Dragón.

El dragón era un dragón enorme, el más grande que Tasslehoff había visto en su vida, más grande que el horrible Dragón Rojo de Pax Tharkas. Este dragón era también el más hermoso. Las escamas brillaban como oro al sol. Mantenía erguida la cabeza con gesto orgulloso, su cuerpo era poderoso y, sin embargo, se movía con estudiada gracilidad. No parecía ser un dragón feroz, de ésos que consideraban a un kender un apetitoso bocado de media mañana. No obstante, Tas tenía la impresión de que ese dragón podía mostrarse muy fiero cuando quisiera serlo. En ese momento el dragón sólo parecía estar preocupado y molesto.

—Ah —dijo, fija la mirada en los espejuelos rubí colocados en la nariz del kender—. Me preguntaba dónde los habría puesto.

—Los encontré —repuso de inmediato Tas—. Creo que debiste dejarlos caer. ¿Vas a matarme?

Tas no estaba realmente asustado. Sólo necesitaba que se le informara de lo que iba a pasarle. Aunque no quería que el dragón lo matara, si iba a pasar entonces no quería perdérselo.

—Debería matarte, ¿sabes? —dijo el Dragón Dorado con voz severa—. Has visto lo que no debías. Supongo que esto traerá cola y seguramente tendrá graves consecuencias. —La expresión del dragón se endureció.

»Con todo, me importa poco. La reina Takhisis y sus viles lacayos han vuelto al mundo, ¿no es cierto?

—¿Quieres decir que tú no eres un «vil lacayo»? —preguntó Tas.

—Eso puedes jurarlo —contestó el dragón con un atisbo de sonrisa en los sabios y brillantes ojos.

—Entonces te contestaré. —Tas se sentía aliviado—. Sí, la Reina Oscura ha vuelto y está causando un montón de problemas. Ha echado a los pobres elfos de su maravillosa tierra y ha matado a un montón. Y ella y sus dragones mataron a la familia de Goldmoon y a todo su pueblo, incluso a los niños. Eso sí que fue realmente triste. —Al kender se le llenaron los ojos de lágrimas—. Y hay criaturas a las que llaman draconianos que parecen dragones, sólo que no lo son porque andan a dos patas, erguidos como la gente, pero tienen alas, colas y escamas como los dragones y son malos de verdad. Hay Dragones Rojos que escupen fuego a la gente y la queman y Dragones Negros que abrasan la carne hasta que se desprende de los huesos y no sé de cuántas clases más.

—Pero no dragones como yo —dijo el reptil—. No has visto Dragones Dorados ni Plateados...

Tasslehoff experimentó una extraña sensación. Había visto Dragones Dorados y Plateados en alguna parte, pero no se acordaba dónde. Tenía algo que ver con un tapiz y con Fizban... Parecía a punto de recordarlo, pero al instante se esfumó, hizo «puf» como las esporas del bejín al pisarlo.

—Lo siento, pero nunca he visto a ninguno como tú. —La expresión de Tas se animó—. Pero vi un mamut lanudo una vez. ¿Te gustaría que te contara lo que pasó?

—Quizás en otro momento —se disculpó el dragón con cortesía. Parecía aún más preocupado que antes y tenía un gesto muy severo.

—Soy Tasslehoff Burrfoot, por cierto —se presentó el kender.

—Yo me llamo Lucero de la Tarde —dijo el dragón.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Tas con curiosidad.

—Soy el guardián del Mazo de Kharas. Lo he guardado a salvo hasta que los dioses vuelvan y un héroe enano con honor y rectitud venga a reclamarlo. Ahora mi cometido se cumplió y mi castigo ha acabado. No pueden retenerme más aquí.