—Te contaría la verdad, Flint —contestó Tas con un suspiro—, pero me es imposible. La lengua no me deja.
Flint lo fulminó con la mirada.
—¿Y esperas que me plante encima de una runa desconocida y que me traslade mágicamente Reorx sabe dónde?
—Al Templo de las Estrellas, donde esperan el retorno del Mazo.
—¡Daos prisa! —llamó Arman, impaciente—. Éste es mi momento de gloria.
—Tengo la sensación de que voy a lamentar esto —masculló Flint, pero echó a andar y se situó al lado de Arman, sobre la runa dorada.
Tasslehoff se les unió. Era el guardián de un secreto maravilloso, uno de los secretos más grandes del último par de centurias, un secreto que asombraría y sorprendería a todo el mundo... Y no se lo podía contar a nadie. La vida era muy injusta.
La runa empezó a brillar. La mano de Tas fue hacia el bolsillo y se cerró sobre los anteojos rubí y sintió que algo le hacía cosquillas en los dedos. Sacó los anteojos. El fulgor de la runa se hizo de un intenso color dorado; entonces la neblina rojiza se cerró alrededor de ellos y Tas ya no vio la tumba. Sólo vio a Flint, Arman y una pluma blanca de gallina. Entonces Tas lo entendió.
Esperanza. Ése era el secreto y era un secreto que podría compartir. Aun cuando no pudiera decir a nadie que existían los... mamuts lanudos dorados.
Cuando se corrió la voz por el reino enano de que las puertas que conducían al Valle de los Thanes se habían cerrado y no se podían abrir, los enanos de Thorbardin por fin creyeron que un acontecimiento trascendental estaba a punto de acaecer. La Calzada Octava se reabrió y los enanos se trasladaron en los vagones o a pie para montar guardia ante las puertas.
El día casi llegaba a su fin cuando las grandes hojas de bronce se abrieron. Un enano apareció; era anciano, con el largo cabello blanco y la luenga barba nívea. No era Arman Kharas ni era el enano neidar, así que los enanos agrupados a las puertas lo observaron con suspicacia.
El enano anciano se paró frente a ellos. Alzó las manos pidiendo silencio y el silencio se hizo.
—El Mazo de Kharas se ha hallado —anunció el anciano—. Lo llevan al Templo de las Estrellas para dedicárselo a Reorx, que ha regresado y ahora camina entre nosotros.
Los enanos lo miraron con desconfianza y con sorpresa. Algunos sacudieron la cabeza. El anciano alzó la voz y habló en tono severo:
—El Mazo pendía suspendido de un fino trozo de cuerda. Se balanceaba atrás y adelante contando los minutos de nuestras vidas. La cuerda se ha cortado y el Mazo se ha soltado. Sois vosotros, enanos de los clanes de Thorbardin, los que ahora colgáis suspendidos de esa frágil cuerda de salvamento y os mecéis entre la oscuridad y la luz. Se os ofrece una oportunidad. Quiera Reorx que elijáis bien.
El extraño enano se volvió hacia las grandes puertas de bronce. Algunos de los enanos más osados lo siguieron al Valle de los Thanes con la esperanza de poder hablar con él, hacerle preguntas, demandar respuestas. Pero nada más cruzar las puertas, los enanos quedaron momentáneamente cegados por la luz del sol que brillaba al otro lado y perdieron de vista al enano en aquel fulgor.
Fue entonces cuando vieron el milagro.
La Tumba de Duncan ya no flotaba entre las nubes, sino que se alzaba en el lugar donde se había construido trescientos años antes. El sol brillaba en las blancas torres y resplandecía en una torrecilla construida de cristales de color rubí. El lago había desaparecido, como si nunca hubiese existido.
Los enanos supieron entonces la identidad del extraño enano que se les había aparecido y se quitaron los yelmos e hincaron la rodilla para alzar sus preces a Reorx para pedirle su perdón y su bendición.
La estatua de Grallen montaba guardia ante la tumba, dentro de la cual encontrarían la última morada del rey Duncan y los restos del héroe, Kharas. Un yelmo de piedra cubría la cabeza de piedra de la estatua y una expresión de paz infinita se reflejaba en el pétreo semblante.
41
El Templo de las Estrellas. El Mazo retorna. Los muertos caminan
Tanis y sus compañeros estaban con Riverwind y con Gilthanas en la Casa de Salud cuando Hornfel les llevó la noticia de que se había hallado el Mazo.
Riverwind y Gilthanas estaban conscientes ya y se sentían un poco mejor. Raistlin había estudiado las artes curativas en su adolescencia y, como no se fiaba mucho de los médicos enanos, les examinó las heridas y comprobó que ninguna era grave. Les aconsejó a los dos que guardaran cama y que no se tomaran ninguna de las pociones que los sanadores enanos querían darles.
—Bebed sólo este agua —los previno Raistlin—. Caramon en persona la sacó del pozo y puedo garantizar su pureza.
Hornfel estaba impaciente por ir al Templo de las Estrellas, pero tuvo la atención —y quizá se sentía culpable— de perder unos minutos en interesarse por la salud de los cautivos y en ofrecer sus disculpas por el trato brutal que habían sufrido. Apostó a miembros de su propio personal junto a los lechos con órdenes de guardar al humano y al elfo con el mismo cuidado con el que lo guardarían a él. Sólo entonces Tanis se sintió tranquilo de dejar solos a sus amigos.
—¿Crees que Flint ha encontrado realmente el Mazo de Kharas? —le preguntó Gilthanas.
—Ya no sé qué pensar —contestó Tanis—. Ya no sé qué esperar, si que haya encontrado el Mazo o que no lo haya encontrado. Tengo la impresión de que el hallazgo de ese objeto ocasionará más problemas que los que pueda resolver.
—Caminas en tinieblas, semielfo. Mira hacia la luz —intervino Riverwind en voz queda.
—Lo he intentado —musitó Tanis—. Me hace daño en los ojos.
Dejó a sus amigos, no sin cierta aprensión, pero no podía estar en dos sitios al mismo tiempo, y los otros y él tenían que estar presentes en el Templo de las Estrellas para ser testigos del regreso de Flint y quizá defenderlo. Si había encontrado el Mazo de Kharas, habría muchos que intentarían arrebatárselo.
El Templo de las Estrellas era el lugar más sagrado de todo Thorbardin —que para los enanos era como decir del mundo entero— porque se creía que en ese templo se encontraba el pozo que conducía a la ciudad en la que moraba Reorx.
El pozo era una formación natural descubierta durante la construcción de Thorbardin. Nadie sabía con exactitud qué profundidad tenía ni hasta dónde llegaba bajo tierra. Las piedras que se arrojaban por él nunca llegaban al fondo. Al imaginar que simplemente no alcanzaban a oírlas llegar, los enanos había tirado al foso un yunque, convencidos de que cuando tocara fondo oirían el atronador golpe.
Los enanos escucharon atentos. Escucharon durante horas. Escucharon durante días. Pasaron semanas, a las que siguieron meses y siguieron sin oír nada. Fue entonces cuando los clérigos enanos decretaron que el pozo era un lugar sagrado porque, obviamente, conectaba el mundo físico con el reino de Reorx. También se decía que si uno tenía suficiente valor para mirar directamente al agujero, se podían ver las luces de la espléndida ciudad de Reorx, que resplandecían como estrellas allá abajo. Los enanos construyeron un magnífico templo alrededor del pozo y lo llamaron Templo de las Estrellas.
Una plataforma se extendía más allá del borde del pozo y en ella fue donde los enanos situaron un altar dedicado a Reorx. Alrededor del agujero construyeron un muro a la altura de la cintura, a pesar de que a ningún enano se le pasaría siquiera por la cabeza cometer el sacrilegio de trepar por él o saltar a él. Los clérigos enanos celebraban los más sagrados rituales allí, incluidas las ceremonias del matrimonio y de poner nombre. Allí era donde se coronaba a los reyes.
Los enanos sentían una gran veneración por el templo y desde el principio habían ido allí para ofrecer sus humildes plegarias a Reorx, para pedirle su bendición y para alabarlo. Pero, a medida que el tiempo transcurría y el poderío de Thorbardin aumentaba, también crecía la opinión que los enanos tenían de sí mismos. ¿Por qué iban ellos, poderosos e importantes, a suplicar a un dios? Comenzaron a exigir, en lugar de pedir, y a menudo ponían por escrito sus demandas en piedras que luego arrojaban al pozo. Algunos clérigos enanos consideraron tal práctica reprensible y alzaron sus voces contra ella. Los enanos se negaron a hacerles caso, y así fue que a Reorx le llovieron piedras con demandas para conceder a su pueblo de todo, desde riqueza a eterna juventud, pasando por un suministro constante de aguardiente enano.