Al parecer Reorx se hartó de aquello, porque cuando sobrevino el Cataclismo, el techo del templo se desplomó y cegó todas las entradas. Los enanos intentaron quitar los escombros, pero cada vez que movían una roca o una viga, otras se venían abajo y, al final, se dieron por vencidos.
Fue Duncan, el Rey Supremo, quien reabrió el templo. Confiaba en encontrar a Reorx al hacer eso y desarrolló un plan para abrirse paso en los escombros utilizando los gusanos urkhan. Sus detractores argumentaron que los gusanos no se detendrían una vez despejados los accesos y que seguirían triturando piedras a través de las paredes del templo, cosa que en efecto hicieron los gusanos en algunos sitios antes de que los vaqueros urkhan pudieran frenarlos. Sin embargo, los desperfectos se repararon con facilidad y los enanos pudieron entrar de nuevo en el templo.
El rey Duncan no encontró allí a Reorx, como había confiado en que ocurriría. Cuenta la leyenda que el monarca se tumbó boca abajo al borde del pozo y se asomó al vacío con la esperanza de divisar las legendarias estrellas, pero lo único que vio fue oscuridad. Con todo, siguió sosteniendo que el templo era un lugar sagrado y que el recuerdo del dios perduraba allí aunque el propio dios se hubiese marchado. Prohibió arrojar piedras al pozo y, una vez más, se celebraron ceremonias y actos importantes en el Templo de las Estrellas. De ahí que se considerara el lugar más adecuado para que los thanes presenciaran la recuperación del Mazo de Kharas. Hornfel rogó para que eso ocurriera pronto, pues el reino bajo la montaña estaba sumido en el caos.
Se había corrido la voz rápidamente sobre el monstruoso hombre-dragón alado por todos los territorios de los clanes, noticia que había causado sensación. De natural lacónico, los enanos no eran dados a propagar rumores. No adornaban las historias ni exageraban los hechos, cosa más propia de humanos. Un enano al que se pillaba hinchando una noticia no era digno de confianza. Un único draconiano saltando del elevador en una comunidad humana habría terminado siendo seiscientos dragones escupiendo fuego e invadiendo el reino. Los enanos que habían visto saltar al draconiano del Árbol de la Vida y planear sobre el lago relataron el sorprendente acontecimiento a sus vecinos y familiares y lo hicieron de manera precisa.
Ninguno de los enanos sabía qué pensar de la criatura, excepto que sin duda era de naturaleza maligna, y cada cual tenía su propia opinión de lo que era y cómo había llegado a Thorbardin. Todos coincidían en una cosa: ningún monstruo así se había visto en Thorbardin mientras las puertas habían estado cerradas. Eso era lo que pasaba al abrir las puertas al mundo de la superficie. A Tanis y a los otros «Altos» se los miraba ahora incluso con más desconfianza que antes.
Cientos de enanos empezaban a congregarse en la Calzada Novena para llegar hasta el Templo de las Estrellas. Ya había habido varias peleas a puñetazos, y Hornfel temía que pasaran cosas peores. Estallarían disturbios y los enanos saldrían heridos si se les permitía apiñarse en el templo y los alrededores. El thane hylar decidió cerrar el templo al público. Sólo los thanes y sus guardias estarían allí para presenciar el retorno del Mazo.
Habiendo visto él mismo al draconiano, Hornfel llegó a creer que Tanis había dicho la verdad, que los theiwars habían traicionado a Thorbardin entregándolo a las fuerzas de la Reina de la Oscuridad. El thane hylar temía que Realgar, consciente de que su perfidia había sido descubierta, elegiría ese momento para atacar. El ejército theiwar, poco más que una turba armada, no le preocupaba, pues sus tropas estaban bien entrenadas y eran disciplinadas. Pero el semielfo le había advertido que un ejército de esos draconianos podría estar preparado para invadirlos. Si tal cosa ocurría, seguramente atacarían el templo en primer lugar en un intento de apoderarse del Mazo. Hornfel quería que tropas armadas rodearan el edificio, no una muchedumbre incontrolable.
A Hornfel también le preocupaban los daergars. Si Ranee se aliaba con Realgar y los respaldaban las fuerzas de la oscuridad, Hornfel dudaba de que ni siquiera el Mazo de Kharas pudiera salvar a su pueblo.
El thane de los hylars era un enano valeroso y noble cuya valía se había puesto a prueba en esas horas tenebrosas. Hornfel admitía sin excusas que se había dejado engañar por las mentiras de Realgar y que había juzgado mal a Tanis y a los demás.
—He vivido demasiado tiempo encerrado en la montaña —dijo tristemente Hornfel—. Necesito volver a ver la luz del sol, a respirar aire fresco.
—Lo que necesitas es buscar a Reorx —aconsejó Sturm—. Y no lo encontrarás en el fondo de un pozo.
Hornfel se quedó pensativo. Como la mayoría de los enanos, había jurado por Reorx en muchas ocasiones, pero nunca le había rezado y no sabía muy bien qué decir. Le habían contado lo que había dicho el extraño enano que había aparecido en las puertas que daban al Valle de los Thanes sobre que la suerte de Thorbardin pendía de una fina cuerda. Al final, la plegaria de Hornfel fue sencilla y sincera...
—Reorx, concédeme la sabiduría y la fortaleza para hacer lo que es correcto.
La luz arrojada por el cristal del Bastón del Mago parecía más tenue de lo habitual y sólo se derramaba sobre Raistlin, sin alumbrar nada más.
—Faltan dos thanes —dijo Sturm—, los del clan theiwar y el clan daergar.
—Que falte Realgar no es una sorpresa —comentó Tanis—, pero empieza a dar la impresión de que los daergars han unido fuerzas con sus oscuros parientes.
El thane aghar tampoco estaba, pero nadie lo echó en falta.
La tensión aumentó mientras todos esperaban la aparición del Mazo. Los nervios se pusieron tensos. Las conversaciones disminuyeron. Nadie sabía qué iba a pasar, pero la mayoría creía que iba a ser algo malo. La tensión resultó excesiva para el thane de los kiar, que de repente echó la cabeza hacia atrás y soltó un horrible grito, un aullido feral, escalofriante, que retumbó por toda la cámara e hizo que los enanos que montaban guardia desenvainaran las armas. Sturm, Caramon y Tanis llevaron la mano a la espada. El kiar se limitó a gruñir al tiempo que hacía un gesto con la mano para indicar que no lo había hecho por nada en particular, sólo para aflojar la tensión.
—Espero que no vuelva a hacerlo —dijo Caramon mientras encajaba la espada en la vaina.
—Me pregunto por qué tardan tanto —comentó Sturm—. Quizá los han emboscado...
—Ni siquiera sabemos seguro que la noticia sobre el Mazo sea cierta —observó Raistlin—. ¿Quién nos asegura que esto no es una trampa? Tal vez nos han mandado aquí para mantenernos alejados del Mazo.
—Todo esto me gusta tan poco como a vosotros —intervino Tanis—. Estoy abierto a vuestras sugerencias.
—Yo digo que Tanis y yo vayamos al Valle de los Thanes a buscar a Flint —propuso Sturm.
—No, deberíamos ir tú y yo, Sturm —lo corrigió Raistlin.
El caballero vaciló un instante.
—Sí —dijo luego—. Raistlin y yo deberíamos ir.
Tanis estaba tan sorprendido por aquella repentina y extraña alianza que casi se le olvidó lo que iba a decir. Se disponía a sugerir que quizá todos deberían ir al Valle de los Thanes, cuando de repente Tasslehoff apareció, justo delante de él.
El semielfo nunca se había alegrado tanto de ver a alguien. Arriesgándose a perder sus posesiones personales, estrechó al kender con un fuerte abrazo. Los demás recibieron a Tas con actitud cordial y de inmediato lo acribillaron a preguntas.