Los thanes enanos aclamaban a Arman Kharas, que se encontraba en la plataforma con el mazo acunado amorosamente en sus brazos mientras disfrutaba de su momento de gloria.
—¿Un draconiano? —repitió Tanis, que miró hacia atrás, al altar—. ¿Por qué iba a querer suplantar a Verminaard?
—No lo sé, pero esta victoria ha sido demasiado fácil —susurró Raistlin.
—¡Cuidado! —gritó Caramon.
Unas manos con garras asomaban por el pozo y se asían al borde de la plataforma. Un draconiano salió del pozo y se aupó sin esfuerzo a la plataforma. A diferencia de otros draconianos, éste no tenía alas y las escamas eran de un apagado dorado verdoso. Era alto y delgado y vestía ropajes negros decorados con runas y espirales. El draconiano alzó la cabeza, miró al techo y alzó los brazos como si hiciera una señal. Después avanzó sigilosamente hacia el confiado Arman.
El joven enano estaba de espaldas y no vio venir el peligro. Los thanes sí lo vieron y gritaron, alarmados. Flint hizo algo más. Enarboló su Mazo y corrió hacia el pozo.
—¡Flint, no! —gritó Tanis, que echaba a correr para ayudar a su amigo cuando oyó gritar a Sturm, advirtiéndole.
—¡Tanis! ¡Encima de ti!
El semielfo miró a lo alto y vio draconianos armados que caían sobre ellos saltando por el agujero de la cúpula. Al mismo tiempo, más tropas draconianas entraron por la puerta sur. Un grupo de theiwars, armados hasta los dientes, entraron a la carrera por la puerta este. Sturm, pálido y tembloroso, se había puesto de pie, espada en mano. Caramon se situó cerca del caballero, por si éste flaqueaba. Raistlin movió los labios y la magia crepitó en las puntas de sus dedos. Tasslehoff, lanzando pullas e insultos y dando brincos, agitaba la jupak y les gritaba a los draconianos que fueran a cogerlo.
El caos se apoderó del templo cuando los draconianos, blandiendo las espadas, tocaron el suelo combatiendo ya. Hornfel se llevó el cuerno de carnero a los labios y, a su llamada, soldados hylars entraron en el templo por la puerta norte. Los daewars entraron en tropel por la del oeste y amigos y adversarios se encontraron en el centro en un estruendoso entrechocar de armas. La batalla se libraba alrededor del pozo. El acero chocaba contra acero, los draconianos lanzaban sus gritos de guerra, los furiosos enanos vociferaban los suyos y al tumulto se sumaron los quejidos de los heridos y los moribundos.
Tanis buscó a Flint, desesperado, e intentó localizarlo en aquel caos, pero no lo vio. Entonces Tanis tuvo que olvidar a su amigo y luchar para defender la vida.
Arman Kharas estaba exaltado. Mantenía el mazo en alto y lo sacudía con aire desafiante en las barbas de aquellos que se habían mofado de él a lo largo de años, de los que lo llamaban el loco Kharas, de los que habían dudado de él. Estaba vindicado, había hallado el Mazo y, con él, había matado al aterrador Señor del Dragón. Arman era un héroe, como siempre había soñado. Lanzó un salvaje grito de gozo. En su embriagadora euforia, no vio al monstruo que trepaba por el pozo con sigilo.
Los thanes vieron el peligro, el padre de Arman lo vio y corrió en ayuda de su hijo, pero en ese momento hombres-dragón llovieron del cielo. Un ejército draconiano irrumpió en el templo por el sur, en tromba, y una multitud de theiwars enloquecidos penetraron por el este.
Gracias a Tanis y a sus amigos, los theiwars y los draconianos no pillaron por sorpresa a los thanes, como habían planeado. Los hylars, los daewars y los kiars estaban preparados. Sonaron toques de cuerno y sus ejércitos entraron en el templo en tropel para atacar a sus enemigos. La batalla era feroz, desesperada y violenta. Poco después el templo estaba abarrotado de combatientes que empujaban, forcejeaban, daban empellones y asestaban tajos. El suelo se puso resbaladizo en seguida.
Hornfel, con su hacha de guerra tinta de sangre, estaba anonadado por la ingente cantidad del ejército enemigo; en la confusión, había perdido de vista a su hijo.
Flint había salido lanzado de la plataforma con la explosión cuando apareció Verminaard y se había quedado horrorizado al verlo, pero poco podía hacer al respecto. El viejo enano estaba casi acabado. Sentía las piernas acalambradas y doloridas, la espalda lo atormentaba y tenía los hombros agarrotados. Y al dolor de las heridas se sumaban el remordimiento y la culpabilidad que lo consumían.
Había engañado a Arman. El príncipe creía que sostenía en las manos un arma sagrada, no sabía que el mazo que blandía sólo era un pedazo de metal encantado por Raistlin.
Cuando Arman cargó contra Verminaard, Flint había intentado detenerlo, pero el joven enano no le había hecho caso. Flint había vuelto la cabeza, incapaz de presenciar la muerte cierta de Arman. Entonces había oído a Verminaard lanzar un grito de rabia y a Arman otro de triunfo.
Flint volvió la cabeza a tiempo de ver al Señor del Dragón caer por el pozo.
Flint resopló y, sin saber que se hacía eco de las palabras de Raistlin, se dijo para sus adentros que allí había algo raro.
Entonces apareció el draconiano, asomándose al borde del pozo.
Flint se había quedado estupefacto, mirándolo de hito en hito. Que él supiera, los draconianos se encontraban a leguas de distancia, muy lejos de Thorbardin. No tenía ni idea de cómo había llegado allí ese draconiano ni qué hacía el monstruo dentro del pozo. La estupefacción fue desplazada rápidamente por la indignación. Los draconianos no tenían derecho a entrar en el hogar ancestral de los enanos. La rabia dio paso a la consternación cuando Flint vio que el monstruo dorado verdoso se aupaba con fácil agilidad a la plataforma, detrás del desprevenido Arman.
El draconiano quería el mazo, Flint lo vio en los ojos de la criatura, clavados en el arma. Gritó una advertencia al tiempo que echaba mano a su arma; en su temor por el joven enano, había olvidado por completo que era él quien blandía el sagrado Mazo.
Dray-yan se acercaba a su momento de triunfo. La charada había engañado a todos, incluidos sus propios draconianos. Todos habían visto al jactancioso lord Verminaard precipitarse a una muerte ignominiosa. Envuelto en la imagen ilusoria del Señor del Dragón, Dray-yan había simulado caerse de la plataforma; al zambullirse en el pozo, se había asido al borde con las garras y se había quedado colgando allí, a la espera de que Grag y sus fuerzas irrumpieran en el templo. Con el jaleo de la batalla encubriendo sus movimientos, el aurak se deshizo de la imagen ilusoria del Señor del Dragón y se aupó a pulso a la plataforma.
El estúpido enano joven estaba solo allí, de espaldas a él, con el mazo en la mano y gritándole al mundo cómo había matado al Señor del Dragón.
Dray-yan estuvo tentado de usar su poderosa magia para acabar con Arman, pero el aurak debía ser cauto. Si se precipitaba en matarlo, podía ocurrir que el mazo resbalara de las manos del enano y cayera al pozo, perdiéndose para siempre. Quizá la Reina Oscura disfrutara con ese desenlace, pero a Dray-yan no le convenía. Se veía a sí mismo entrando en el Templo de Neraka para ofrecer el mazo a lord Ariakas.
El aurak tenía la desventaja de no llevar una espada. Por lo general, los auraks desdeñaban el uso de armas y preferían usar su magia en el combate. Sin embargo, tenía un cuchillo sujeto a la pierna con una correa, debajo de la túnica.
El enano vestía una coraza fuerte, pero eso no desanimó a Dray-yan. No era necesario atravesar la armadura para alcanzar un órgano vital. Con un arañazo en el brazo sería suficiente. La hoja del arma estaba untada de veneno, un truco letal que había aprendido de sus parientes kapaks.
Cuchillo en mano, Dray-yan se acercó cauteloso a Arman.
Flint asió el Mazo de Kharas y lo sacó del correaje de un tirón antes de echar a correr hacia el pozo mientras advertía a gritos a Arman que mirara a su espalda. Al tiempo que corría, Flint se dio cuenta de que todos los dolores y achaques habían desaparecido de repente. La fatiga se desvaneció, notó los brazos fuertes y las piernas poderosas. El corazón le latía a un ritmo regular y firme. Estaba rebosante de vida y de energía. Volvía a ser un enano joven, poderoso, invencible.