Por fin Arman Kharas oyó los gritos de advertencia de Flint. El joven enano iba a unirse a los otros en la batalla, pero al volverse vio, estupefacto, que un ser montruoso se acercaba a él por la espalda.
Flint se hallaba sólo a unos pasos de la plataforma cuando un draconiano baaz aterrizó justo delante de él. El baaz atacó con un barrido de la espada de hoja curva. Flint no tenía tiempo para esas tonterías. Tenía que llegar junto a Arman antes de que el joven se metiera en un serio problema. Blandiendo el Mazo con toda la potencia de su ira, alcanzó al baaz en la cabeza.
El draconiano se desintegró; el cuerpo pasó de ser carne a piedra y de piedra a polvo tan rápidamente que Flint se encontró cubierto del repulsivo polvillo. Luego subió a la plataforma donde Arman y el draconiano estaban trabados en un mortal combate a la par que forcejeaban por el mazo.
El brillo del acero centelleó en la mano del draconiano. Dray-yan intentaba apuñalar a Arman con un cuchillo que sostenía en una mano mientras que con la otra intentaba arrebatarle el mazo. Arman sangraba por unos cortes en el brazo, pero la pesada armadura le protegía el cuerpo y no le preocupaban los débiles golpes de su enemigo.
El joven enano se disponía a alzar el mazo para descargarlo sobre su enemigo cuando un estremecimiento lo sacudió. El semblante se le puso pálido como el de un cadáver y los ojos se le desorbitaron. El brillo de un sudor helado le cubría la frente. El dolor de un millar de hojas afiladas desgarrándole las entrañas lo hizo caer de rodillas.
Dray-yan aferró el mazo con intención de arrancárselo de la mano de un tirón. A pesar de lo débil que se sentía y del dolor que le desgarraba el cuerpo, Arman cerró los dedos con fuerza alrededor del mazo, negándose a soltarlo. Luchó contra el monstruo, pero las fuerzas le estaban fallando. El veneno corría abrasador por sus venas. Ya no sentía las manos ni los pies. Las manos se le quedaron laxas y el mazo resbaló entre sus dedos. Dray-yan se lo arrebató.
Con su premio en la mano, el aurak iba a pasar por encima del cuerpo del enano, retorcido por la agonía. Planeaba huir del templo, pero se encontró con el camino bloqueado.
Flint se había plantado junto a Arman, y hacía frente al draconiano. Señaló con un gesto el mazo que Dray-yan sostenía en las manos.
—Has cogido el que no es —le dijo al aurak con sombría satisfacción.
La mirada desconcertada de Dray-yan fue del mazo que tenía en las manos al Mazo que sostenía el enano. Al punto comprendió que lo habían engañado. El Mazo que sostenía el enano brillaba con una luz colérica, sagrada. Dray-yan ni siquiera era capaz de mirarlo. Si lo hubiera pensado, en seguida se habría dado cuenta de que el mazo que sostenía era una imitación, por él no fluía vida mágica, no lo preservaba magia alguna.
Maldiciendo a los enanos por ser unos pequeños andrajosos farsantes, Dray-yan arrojó al suelo el mazo falso. Alzó las manos y en los dedos centelleó la magia, que lanzó sobre Flint.
—Ayúdame, Reorx —rezó Flint y, blandiendo el verdadero Mazo, golpeó al aurak en el pecho.
Los huesos chascaron y se rompieron. Dray-yan chilló y se desplomó en la plataforma. Faltó poco para que rodara por el borde, pero se las arregló para salvarse con un giro del torso. Flint estaba a punto de acabar con el aurak cuando recordó que los draconianos tenían la facultad de infligir daño aun después de muertos. No tenía ni idea de qué podría hacer aquel extraño draconiano dorado verdoso, porque nunca había visto uno así, de modo que en lugar de golpearlo con el mazo le dio patadas con intención de sacarlo de la plataforma.
Desesperado, Dray-yan asió a Flint por la bota e intentó derribarlo de un tirón con la esperanza de apoderarse del Mazo mientras el enano caía y después arrojarlo al pozo.
Flint se retorció, se giró y pateó al draconiano con desesperación. Podría haber acabado con la criatura con un único golpe del Mazo, pero no se atrevía porque no sabía si el cadáver del aurak explotaría, se desharía en un ácido mortífero o qué pasaría.
Entonces comprendió que tal vez no teñía otra opción. El draconiano se las había arreglado para arrastrarlo cerca del borde del pozo. Si Flint caía, el Mazo caería con él y eso no debía pasar. Para salvar el Mazo iba a tener que matar a ese monstruo, aunque probablemente él también moriría en el proceso.
Flint iba a descargar el golpe definitivo a la cabeza del aurak; pero, antes de que tuviera tiempo de hacerlo, el Mazo giró en su mano y golpeó el brazo derecho del draconiano, a la altura de la muñeca. Se oyó el crujido de huesos, saltó la sangre y la mano de Dray-yan que sujetaba a Flint por el tobillo se quedó floja.
El enano empujó al draconiano, que no dejaba de chillar y de maldecir, y lo arrojó fuera de la plataforma.
Sintiendo que las fuerzas le fallaban, Flint se puso a gatas y miró al oscuro pozo hasta que el monstruo se perdió de vista. Aun entonces, Flint siguió oyendo sus gritos. Los aullidos de Dray-yan continuaron mucho tiempo y en realidad nunca cesaron. Simplemente, se perdieron en la distancia.
—He fallado... —dijo Arman, que parpadeó débilmente.
Yacía de espaldas en la plataforma. Tenía el semblante lívido y crispado por el dolor. Lo sacudió un estremecimiento y respiró con dificultad.
Flint, con el corazón en un puño, se arrastró hasta él y se puso de rodillas a su lado.
—He fracasado... —repitió Arman en un murmullo—. El Mazo... perdido.
—No, no lo está —dijo Flint—. Has vencido, tu enemigo ha muerto. Lo derrotaste y salvaste el Mazo de Kharas. Toma, te lo demostraré.
Los dos mazos, el uno verdadero y el otro falso, yacían uno junto al otro sobre la plataforma.
Flint recogió uno de ellos y se lo puso en las manos al otro enano. Suavemente, cerró los dedos inertes de Arman sobre el arma. El Mazo irradió una suave y radiante luz que se extendió sobre Arman.
Su cuerpo torturado se relajó y el gesto de dolor se suavizó. Los ojos cobraron nitidez mientras estrechaba contra sí el Mazo.
—Soy un héroe —musitó sin apenas mover los labios—. Arman... Kharas.
Cerró los ojos, inhaló y después exhaló su último aliento.
A Flint se le llenaron los ojos de lágrimas. De repente se sentía muy viejo, muy débil y muy cansado; y se despreciaba. Acarició las manos del joven enano, que incluso en la muerte seguían asiendo el Mazo. Recordó algo que el enano anciano de cabello blanco había dicho en la tumba.
—No eres Arman, el Kharas menor —le susurró Flint al espíritu que partía—. Eres Picazo, hijo de Hornfel, el héroe que salvó el Mazo de Kharas y así será como se te recordará.
Flint tomó el mazo falso. Lo sostuvo un instante, lo suficiente para pedir perdón a los dioses y decir adiós a sus sueños. Luego echó una ojeada en derredor para comprobar si había alguien mirando. Enanos y draconianos se acuchillaban, se apuñalaban, sangraban y morían. Nadie miraba a Flint a excepción de alguien. Tasslehoff lo contemplaba con los ojos muy abiertos.
—En fin —gruñó Flint—. De todos modos, nadie le creerá.
Arrojó el mazo al pozo.
El brillo radiante del Mazo de Kharas que inundó todo el templo envalentonó a los enanos y desmoralizó a sus enemigos. Pero, justo cuando Hornfel empezaba a creer que se alzarían con la victoria, un ejército de enanos fuertemente armados, centenares de ellos, entraron en el templo. Reconoció los emblemas de los daergars en las banderas y casi se dejó ganar por la desesperación, porque los theiwars vitoreaban a los enanos oscuros, sus aliados.
La luz del Mazo no perdió intensidad, sin embargo, y Hornfel contempló estupefacto que los daergars atacaban a los theiwars, segaban los brazos alzados que les daban la bienvenida y pisoteaban los cadáveres theiwars caídos a sus pies.