Hornfel se había separado de su hijo en la confusión de la batalla, pero su corazón rebosaba de orgullo porque sabía que, en alguna parte, Arman y el Mazo de Kharas combatían gloriosamente.
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El final de un sueño
Mientras combatía contra los enanos, Grag no perdía de vista a Dray-yan. Por lo general, a Grag no había nada que le gustara más que un buen combate, pero en la batalla de ese día no estaba hallando ningún placer. Había disfrutado viendo la representación de Dray-yan y había sonreído de oreja a oreja cuando el supuesto lord Verminaard se había precipitado por el pozo y al oír los siseos y risas de satisfacción de sus soldados, que no conocían el secreto y que creían que habían presenciado realmente el indigno final del detestado humano. Grag había visto salir del pozo a Dray-yan y después se obligó a centrar toda su atención en los enanos. Fue en ese momento cuando el placer del combate empezó a menguar.
La batalla no se desarrollaba como Grag había planeado. Había esperado pillar a los enanos completamente desprevenidos ante el ataque. En cambio fue él el que se llevó una buena sorpresa. Sí, lo habían desenmascarado y se había visto obligado a descubrir que había un «lagarto» dentro de su apestosa montaña; pero un lagarto no era un ejército y los enanos no tendrían que haber imaginado que los iban a atacar. De algún modo, lo habían previsto. Probablemente a través de esos malditos humanos.
Grag se encontró con que a sus tropas y a él los superaban en número por mucho. Había previsto matar a unos pocos guardias enanos, pero ahora se enfrentaba a cuatro ejércitos: hylar, daewar, kiar y daergar. Grag había planeado una rápida ocupación, no tener que luchar contra todos los condenados enanos que había bajo la montaña.
Sus dudosos aliados, los theiwars, demostraron ser unos guerreros aún más ineptos de lo que el bozak había esperado, y no había esperado mucho. En primer lugar, por culpa de la desidia de los theiwars, los kiars habían descubierto pasadizos secretos y habían sellado muchos de ellos con los malditos gusanos masticadores de piedra, con el resultado de dejar atrapados en ellos a algunos de sus mejores soldados. Durante la batalla, los theiwars se ocuparon más de saquear que de combatir; de hecho, abandonaban la lucha para lanzarse como carroñeros sobre los cuerpos de los caídos para apoderarse a tirones de anillos de oro y cadenas de plata. En el instante en el que los theiwars estuvieron cargados de botín, desertaron del campo de batalla y huyeron para esconderse en sus ratoneras.
Mientras luchaba contra los enanos, Grag esperó con impaciencia que Dray-yan se apoderara del condenado martillo de guerra y obligara a los enanos a rendirse. En cierto momento, el aurak tuvo en su poder el mazo, o eso creyó Grag. Apartó los ojos un instante para atravesar la garganta de su adversario y, cuando volvió a mirar, Dray-yan estaba en la plataforma y se debatía contra un único enano que blandía un mazo, un mazo que irradiaba una intensa luz roja. Viendo que el aurak se hallaba en apuros, Grag intentó abrirse paso hasta él, pero se encontró rodeado por todas partes y tuvo que luchar con empeño para salvar la vida. ¡Y lo siguiente que vio fue que el enano con el maldito mazo había empujado a Dray-yan al pozo!
Oyendo los aullidos aterrorizados del aurak, a Grag le vino a la mente la idea de que ahora era el comandante de Pax Tharkas. El Señor del Dragón Verminaard había muerto por fin. Dray-yan también había muerto. Él era el superviviente, y de inmediato vio que podía echar la culpa de aquel malhadado desastre a sus dos superiores.
A diferencia de Dray-yan, el bozak no aspiraba a ser Señor del Dragón, no quería tener nada que ver con asuntos de política. Su única ambición era ser un buen comandante y ganar batallas para gloria de la Reina Oscura. Se dio cuenta de que aquélla la habían perdido. No había nada vergonzoso en abandonar el campo de batalla, no tenía sentido desperdiciar vidas de buenos soldados en una causa perdida. Grag lanzó una penetrante llamada que resonó por encima del fragor del combate. Sus draconianos la oyeron, supieron lo que significaba y empezaron a replegarse de manera ordenada.
Reunidas sus tropas y manteniéndolas en formación, Grag condujo a los draconianos en sentido inverso al camino hecho para entrar en el templo, por la puerta sur. Unos cuantos enanos valerosos, encabezados por dos guerreros humanos, los persiguieron pero no los alcanzaron. Los draconianos eran capaces de cubrir terreno mucho más de prisa que enanos o humanos. El bozak llevó a sus tropas hacia uno de los pocos túneles secretos que los kiars no habían descubierto. Las dejó allí y él dio un pequeño rodeo para ocuparse de algunos asuntos pendientes relacionados con Realgar. Hecho esto, condujo a las tropas que habían sobrevivido a la batalla hacia túneles más profundos que llevaban a Pax Tharkas. Una vez que se encontraron todos dentro, Grag ordenó que se cegaran los túneles a sus espaldas. Después de elevar preces a Takhisis y de sanar sus heridas, los draconianos emprendieron el largo camino de vuelta a Pax Tharkas.
Grag volvería algún día a Thorbardin.
Algún día, cuando su soberana hubiese triunfado.
La batalla del templo acabó casi tan de prisa como había empezado. Al ver que los draconianos se retiraban, los theiwars —que de todos modos no tenían agallas para la lucha— huyeron o se entregaron. Resultó que Realgar no estaba entre ésos. Había dirigido el combate desde la retaguardia y, cuando el cariz que estaba tomando la batalla presagió la derrora, el thane desapareció.
Una vez que la seguridad del templo quedó garantizada, la lucha acabó y se retiró a los prisioneros. Hornfel mandó soldados con orden de registrar cada grieta, agujero y fisura de Thorbardin hasta que se diera con Realgar. Hornfel lo quería vivo porque se proponía llevarlo ante el Consejo para que respondiera de sus crímenes. Y en todo momento, mientras impartía órdenes, Hornfel no dejaba de preguntar si alguien sabía el paradero de su hijo. Nadie había visto a Arman ni sabía qué había sido de él. Todos sabían que la luz del Mazo había brillado sin perder intensidad durante toda la batalla, alentando los corazones y prestando fuerzas a las manos enanas.
Hornfel pensaba complacido en un banquete de celebración por la victoria con su hijo cuando se volvió y se encontró con el neidar, Flint Fireforge, parado respetuosamente a su lado, en silencio. Una ojeada a la congoja reflejada en el envejecido rostro bastó para que el dolor estrujara el corazón del thane hylar.
Se cubrió los ojos con las manos un instante y después, irguiendo la cabeza, habló en voz queda:
—Llévame hasta mi hijo.
Flint condujo al thane al altar de Reorx. Arman yacía en la plataforma, con las manos ceñidas sobre el Mazo y los ojos cerrados.
Los compañeros estaban agrupados cerca. Tanis tenía un corte irregular en el brazo. Sturm tenía otro sobre un ojo y todavía no se había recuperado de los efectos del estallido mágico. Caramon se había roto una mano al asestar un puñetazo en la mandíbula a un draconiano. En apariencia Raistlin no estaba herido, aunque nadie habría podido asegurarlo ya que el mago se negaba a responder preguntas y mantenía la capucha bien echada, de forma que casi le cubría la cara. Tasslehoff tenía la camisa rota y la nariz ensangrentada. La sangre se mezclaba con las lágrimas del kender, que contemplaba el cadáver del joven enano.
—¿Qué ha pasado? —inquirió Hornfel, transido de pena—. No lo vi con todo ese caos.
—Tu hijo vivió como un héroe y murió como un héroe —contestó Flint con sencillez—. Un draconiano que se había escondido en el pozo lo atacó e intentó arrebatarle el sagrado Mazo. El draconiano lo apuñaló con un cuchillo envenenado. Aun sabiendo que se estaba muriendo, tu hijo siguió luchando y acabó con el draconiano, arrojando el cadáver al pozo.
Tasslehoff miró a Flint boquiabierto, sorprendido por la mentira. El kender se disponía a contar la verdad de lo que había sucedido, pero Flint le asestó una mirada tan severa y penetrante que Tas no tuvo que cerrar la boca porque ésta lo hizo por sí misma.