El cuerpo de Arman Kharas permaneció en la capilla ardiente en el Árbol de la Vida durante tres días. Al cuarto, Hornfel y los thanes de los clanes enanos de Thorbardin, así como Flint Fireforge, su pariente neidar, llevaron a Arman Kharas a su última morada. Se puso su cuerpo en un sarcófago, cerca del que guardaba los restos de su héroe, Kharas, y ambos fueron conducidos a la tumba del rey Duncan, en el Valle de los Thanes. La inscripción en la estela de la tumba del joven enano la cinceló Flint Fireforge, y rezaba:
Héroe de la Batalla del Templo,
recobró el Mazo de Kharas
y mató al perverso Señor del Dragón Verminaard.
Todo honor a su nombre,
Picazo, hijo de Hornfel
Se dispuso de otro cadáver más o menos al mismo tiempo, si bien con mucha menos ceremonia. Se encontró asesinado a Realgar, degollado de oreja a oreja. Las huellas de pies con garras, descubiertas cerca del cadáver, fueron la única pista sobre la identidad de su asesino.
Hornfel estuvo de acuerdo en cumplir la apuesta hecha por Realgar, si bien el thane hylar añadió que daría la bienvenida a los refugiados al cobijo seguro de Thorbardin aunque no se hubiese hecho una apuesta. Tanis y los demás eran libres de marcharse de Thorbardin para transmitir la buena nueva a los refugiados y guiarlos hasta la Puerta Sur, que estaría abierta para recibirlos.
—Abierta para ellos y para el mundo —prometió Hornfel.
La noche siguiente a la batalla, Flint se mostraba más sombrío y hosco de lo que era habitual en él. Se mantuvo aparte de los demás y se negó a responder ninguna pregunta con la disculpa de que estaba agotado, y les dijo a todos que lo dejaran en paz. No quiso cenar nada y se fue derecho a la cama.
Raistlin también parecía de mal humor. Retiró el plato con la cena argumentando que la comida le revolvía el estómago. Sturm intentó comer pero al final soltó la cuchara y se sentó con la cabeza apoyada en las manos, oculta la cara. Sólo Caramon gozaba de buen humor y, tras asegurarse de que no había hongos en el guiso, no sólo engulló lo que había en su plato, sino que acabó con la cena de su hermano y la de Sturm.
También Tasslehoff estaba desanimado. Aunque se había reunido con sus saquillos, ni siquiera se preocupó de revisarlos y colocar las cosas. Se quedó sentado en una silla y dio patadas a los travesaños mientras jugueteaba con algo que tenía en el bolsillo. Tanis se acercó a él y le dio unos toquecitos en el hombro.
—Me gustaría tener una charla contigo.
—Sí, lo suponía —contestó el kender con un suspiro.
—Salgamos fuera para no molestar a Flint —propuso el semielfo.
Arrastrando los pies, Tas siguió a Tanis fuera de la posada. Cuando Tanis cerraba la puerta al salir, vio que Sturm y Raistlin se levantaban de la mesa y se dirigían al lecho del enano.
Tanis se volvió hacia el kender para mirarlo a la cara.
—Cuéntame lo que ocurrió en la Tumba de Duncan. Lo que pasó realmente —añadió dando énfasis a lo último.
—Si te lo cuento —empezó Tas, que rebulló con inquietud—, Flint se pondrá furioso.
—No le diré ni una palabra —prometió el semielfo—. Nunca lo sabrá.
—Bueno, está bien. —Tas soltó otro suspiro, pero éste fue de alivio—. Esto me quitará un gran peso de encima. ¡No imaginas lo difícil que es guardar secretos! Me encontré con aquel mamut lanudo dorado...
—¡Otra vez el mamut no! —exclamó Tanis.
—Pero es que es una parte muy importante —argumentó el kender.
—El Mazo —insistió Tanis—. Fue Flint el que encontró el Mazo de Kharas, ¿verdad?
—Los dos lo encontramos —intentó explicar Tas—. Y también los restos del verdadero Kharas y los de un escorpión. Poco después, Flint me quitó la jupak y me dijo que saliera de allí. Entonces fue cuando me topé con el mamut lanudo dorado, que se llama Lucero de la Tarde, pero no diré ni palabra sobre él. Se lo prometí, ¿comprendes?
Sturm y Raistlin se situaron al lado de la cama de Flint. El enano yacía de cara a la pared, dándoles la espalda.
—Flint, ¿estás dormido? —preguntó el caballero.
—Sí. ¡Largaos! —gruñó el enano.
—Tenías el verdadero Mazo de Kharas, ¿verdad? —dijo Raistlin—. Lo tenías en tu poder cuando entraste en el Templo de las Estrellas.
Flint permaneció en silencio un momento, después se sentó en la cama y se volvió hacia ellos. Tenía la cara enrojecida.
—Sí —contestó, prietos los dientes—. ¡Para mi eterna vergüenza!
—¡Y lo dejaste en las manos de un muerto! —La boca de Raistlin se crispó—. ¡Viejo tonto sentimental!
—Vale ya, Raistlin —ordenó Sturm, enfadado—. Deja en paz a Flint. Tú y yo estábamos equivocados. Lo que hizo Flint fue noble y honrado.
—¿Cuántos miles van a pagar con su vida por ese noble gesto? —El mago metió las manos en las bocamangas de la túnica y lanzó al caballero una sombría mirada—. La nobleza y el honor no matan dragones, Sturm Brightblade.
Raistlin se alejó, airado. Al cruzarse con su hermano, espetó:
—¡Caramon, prepárame la infusión! Me están dando náuseas.
Caramon miró a Sturm, luego a Flint —encorvado en la cama— y por último a su gemelo, al que no recordaba haber visto tan furioso nunca.
—Eh... claro, Raist —contestó, entristecido, y se apresuró a hacer lo que le habían mandado.
—Hiciste lo correcto —dijo Sturm al tiempo que posaba una mano en el hombro de Flint—. Estoy orgulloso de ti y profundamente avergonzado de mí mismo.
El caballero lanzó una mirada hosca a Raistlin y luego fue a confesar sus culpas y a pedir perdón con plegarias.
Tasslehoff y Tanis regresaron al interior y hallaron la sala de la posada sumida en el silencio, salvo por las palabras susurradas de Sturm a Paladine. Tas se sentía mucho mejor ahora, tras descargar un gran peso de su mente. Estaba tan feliz que vació el contenido de los saquillos y revisó todos sus tesoros hasta que por fin acabó quedándose dormido en medio del revoltijo.
Flint se sentía exhausto, pero no hallaba consuelo en el sueño, porque no conseguía dormirse. Yació en la cama envuelto en la oscuridad, a veces dando una cabezada, sólo para despertarse sobresaltado creyendo que el aurak lo tenía de nuevo asido por el tobillo y lo arrastraba hacia el pozo. La última vez, Flint ya no lo aguantó más. Se levantó de la cama, salió de la posada sin hacer ruido y se sentó en el escalón del umbral.
Alzó la vista hacia la noche. Allá arriba titilaban luces, pero no era el brillo intenso, frío y cristalino de las estrellas cuya belleza siempre conmovía su corazón. Eran las luces de Thorbardin, las de las larvas atrapadas dentro de faroles hasta que crecían lo suficiente para empezar a triturar piedra al masticarla y abrir caminos a través del sólido manto rocoso.
Flint oyó abrirse la puerta y se incorporó de un salto, temeroso de que fueran Sturm o Raistlin dispuestos a seguir acosándolo. Al ver que era Tanis, se volvió a sentar.
El semielfo tomó asiento a su lado, en silencio, ese silencio que era tan cómodo entre ellos dos.
—Tenía el Mazo, Tanis —dijo por último el enano—. El Mazo verdadero. —Hizo una pequeña pausa antes de añadir con aspereza:— Los cambié. Dejé que Arman pensara que había hallado el verdadero cuando, en realidad, era el falso.
—Es lo que imaginé —musitó el semielfo al cabo de unos segundos—. Pero al final hiciste lo que era correcto.
—No lo sé. Si Arman hubiera tenido en su poder el Mazo real quizá no habría muerto.
—El Mazo no lo habría salvado del veneno del aurak. Y si tú no hubieses tenido el Mazo en tu poder cuando luchaste contra el draconiano, puede que el Mazo de Kharas se encontrara ahora en manos de la Reina Oscura —argumentó Tanis.
Flint meditó las palabras de su amigo. Quizá tenía razón. Sin embargo, eso no hizo que se sintiera mejor. Tal vez, con el tiempo, conseguiría perdonarse a sí mismo.