—Vamos, Raistlin, cálmate —intervino Tanis—. Ninguno de nosotros piensa eso.
—Algunos sí —masculló Sturm.
—Creo que tengo la solución —dijo Elistan al tiempo que se ponía de pie.
Hederick abrió la boca, pero el clérigo se le adelantó.
—Ya has hecho uso de tu turno, Sumo Teócrata. Te pido que tengas paciencia un momento y me escuches.
—Por supuesto, Elistan —contestó Hederick con una sonrisa desabrida—. Todos estamos deseosos de oír lo que tengas que decir.
—La señora Maritta ha planteado nuestro dilema de una forma bastante clara y concisa. Corremos peligro si nos quedamos y no hacemos nada, pero nos exponemos a un peligro mayor si nos marchamos precipitadamente sin tomar las debidas precauciones y sin saber dónde vamos. Esto es lo que propongo:
»Enviamos a nuestros representantes hacia el sur para buscar el reino enano y ver si se puede encontrar la puerta. Y si es posible, entonces pedir ayuda a los enanos.
Flint resopló y abrió la boca para hablar. Tanis le pisó un pie y el enano guardó silencio.
—Si los enanos están dispuestos a acogernos —continuó Elistan—, podemos viajar a Thorbardin antes de que entren los meses más crudos del invierno. Ese viaje se emprendería de inmediato —añadió el clérigo con gesto grave—. Estoy de acuerdo con Tanis y los otros respecto a que el peligro que corremos aquí es mayor cada día que pasa. Dicho lo cual, y a pesar de la sugerencia del mago... —Elistan hizo una reverencia a Raistlin—, no creo que haya tiempo para hacer un viaje paralelo al Monte de la Calavera.
—Cambiaréis de parecer cuando llaméis en vano a la ladera de una montaña que no se abrirá —dijo Raistlin con los ojos entornados en dos estrechas rendijas.
Esta vez fue Hederick el que habló antes de que Elistan pudiese replicar.
—Es una idea excelente, Hijo Venerable. Propongo que enviemos a Tanis el Semielfo en esa expedición, junto con su amigo, el enano. Como digo siempre, para pillar a un enano, usa a otro enano.
Hederick rió su broma tonta.
Tanis estaba asombrado por esa repentina aquiescencia y de inmediato sospechó que había algo detrás. Había esperado que Hederick se opusiera con firmeza a cualquier sugerencia de marcharse y ahora estaba propiciando el plan. El semielfo miró a la asamblea para ver qué pensaban los demás. Elistan se encogió de hombros, como para decir que tampoco lo entendía, pero que deberían aprovechar el repentino cambio de posición del Sumo Teócrata para lograr su propósito. Riverwind estaba encerrado en un silencio impasible. No le gustaba la idea de ir a Thorbardin. Aún cabía la posibilidad de que él y su pueblo decidieran ponerse en marcha solos. Eso le dio una idea a Tanis.
—Estoy de acuerdo en ir —dijo— Y Flint vendrá conmigo...
—¿Qué? —Flint alzó la cabeza sin salir de su asombro.
—Vendrás —repitió Tanis, que de nuevo le pisó el pie y añadió en un susurro—: Te lo explicaré después.
»En mi ausencia —alzó la voz para continuar—, el Sumo Teócrata y Elistan pueden ocuparse de las necesidades espirituales de la gente. Propongo que Riverwind de Que-shu esté a cargo de su seguridad.
Ahora le llegó el turno a Riverwind de asombrarse.
—Excelente idea —dijo Elistan—. Todos hemos sido testigos de la valentía de Riverwind en la batalla de Pax Tharkas. Hoy mismo hemos visto cómo él y su gente han superado el terror al dragón para atacar al reptil.
Hederick pensaba tan de prisa que Tanis podía ver el proceso mental del hombre reflejado en su cara. Primero, frunció el entrecejo y apretó los labios. El Sumo Teócrata no estaba seguro de que ahora le gustara la idea del viaje, aunque hubiese sido él quien había propuesto que Tanis y Flint fueran a Thorbardin. Estaba seguro de que el semielfo tenía que estar tramando algo si ofrecía el mando a Riverwind. La mirada de los ojos demasiado juntos de Hederick se dirigió hacia el Hombre de las Llanuras, a la túnica y al pantalón de piel de ante, y después desapareció el ceño. Riverwind era un salvaje, un bárbaro. Sin instrucción, sin educación, sería fácil de manipular... O eso suponía Hederick. Podría haber sido peor. El semielfo habría podido elegir a ese insufrible caballero solámnico para que fuese el cabecilla en su ausencia. Eso era lo que Hederick estaba pensando.
Tanis había estado a punto de escoger a Sturm. De hecho, iba a decirlo cuando reconsideró la idea. Al elegir a Riverwind no sólo esperaba persuadirlos a él y a los suyos de que se quedaran, sino que además estaba convencido de que sería un líder mejor. Para Sturm todo era blanco o negro, sin los infinitos matices del gris. Era demasiado estricto, inflexible, intransigente. Riverwind era la mejor opción.
—Si el Hombre de las Llanuras acepta la tarea —dijo Hederick con una amplia sonrisa—, yo no tengo ninguna objeción.
Riverwind iba a rechazar la propuesta en ese mismo momento, pero Goldmoon le puso las manos en el brazo y alzó la vista hacia él. No dijo nada con palabras, pero él la entendió.
—Lo pensaré —contestó tras una pausa.
Goldmoon le sonrió y él cerró su mano sobre las de su esposa. Los seguidores de Hederick se reunieron a su alrededor para hablar de lo que se había tratado. Maritta se acercó a Laurana y las dos se pusieron a hablar con Elistan. La reunión se terminaba.
—¿A qué ha venido eso de que yo iré a Thorbardin? —demandó Flint—. ¡No pondré un pie dentro de esa montaña!
—Luego hablamos —contestó Tanis.
En ese momento, sabiendo que Sturm pensaba que estaba mejor cualificado para el puesto por educación y por linaje, tenía que hablar con el caballero y explicarle por qué había elegido a Riverwind en vez de a él. Sturm era muy quisquilloso con esas cosas y se ofendía fácilmente.
Tanis se abrió paso entre la gente. Flint continuaba con el tema de Thorbardin y lo seguía tan de cerca que el enano tropezaba con los talones del semielfo cada dos por tres. Intentando esquivar el agujero de la lumbre, Tanis pasó cerca de Hederick. El Teócrata estaba de espaldas y hablaba con uno de sus compinches.
—La única forma de salir de este valle es por las montañas —le explicaba en voz baja—. El semielfo y el enano tardarán semanas en cruzarlas y pasarán otras cuantas semanas más mientras buscan ese inexistente reino enano. De esa manera, nos habremos librado del entrometido mestizo...
Tanis siguió andando, prietos los labios. «De modo que ésa es la razón de que Hederick respalde el plan de ir a Thorbardin —pensó—. Librarse de mí. Una vez que me haya ido, cree que puede pasar por encima de Elistan y de Riverwind. Yo que él no estaría tan seguro de eso.»
A pesar de su razonamiento, Tanis se preguntó si Hederick tendría razón. Cabía la posibilidad de que Flint y él pasaran semanas intentando cruzar las montañas.
—No te preocupes por lo que diga ese charlatán —dijo la voz gruñona de Flint junto a su codo—. Hay un camino.
Tanis bajó la vista hacia su amigo.
—¿Significa eso que has cambiado de opinión?
—No —replicó el enano, hosco—. Significa que puedo explicarte cómo encontrar ese camino.
El semielfo sacudió la cabeza. Haría que el enano cambiara de opinión. En ese momento lo que le preocupaba era haber ofendido a Sturm.
El caballero se encontraba cerca de la lumbre, mirando las llamas. No parecía estar ofendido. De hecho, ni siquiera parecía darse cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Tanis tuvo que llamarlo varias veces para que le oyera.
Sturm se volvió hacia él. Los ojos del caballero brillaban con la luz del fuego. Su semblante, por lo general de gesto severo e impasible, se mostraba animado y expresivo.
—¡Qué plan tan brillante, Tanis! —exclamó mientras le estrechaba la mano con fuerza.
—¿Qué plan? —preguntó el semielfo, que miraba a su amigo sin salir de su estupor.
—Pues viajar a Thorbardin, claro. Puedes encontrarlo y traerlo de vuelta.