Caramon masculló algo ininteligible y siguió caminando. La cara le ardía. Seguramente llevaba escrita en la frente la palabra «culpable» y en letras tan grandes que hasta un enano gully podría leerla. Vio que la mirada de ella se desviaba hacia el odre y vio que los verdes ojos se entrecerraban. Caramon gimió para sus adentros.
Tika le soltó el brazo, se apartó de él un paso para que la ardiente rabia de su mirada cayera de lleno sobre él.
—Os marcháis, ¿verdad? —gritó—. ¡Vais a ir a ese sitio espantoso que todo el mundo sabe que está encantado y lleno de fantasmas!
—No está encantado —fue la débil protesta de Caramon.
Al instante se dio cuenta de que tendría que haber negado en redondo que iban allí, pero es que era incapaz de pensar cuando la tenía cerca.
—¡Aja! ¡Así que lo admites! ¡Flint dice que el Monte de la Calavera está encantado! —repuso Tika—. Y él debe de saberlo, ya que nació y creció por esa zona. ¿Sabe Tanis que os marcháis? —Ella misma se encargó de responder a su pregunta—. Por supuesto que no. ¡Así que pensabas irte donde conseguirás que te maten sin despedirte siquiera de mí!
Caramon no tenía ni idea de cómo refutar todas esas acusaciones.
—Nadie va a matarme —contestó por fin de un modo poco convincente—. Raist dice...
—¡Raist dice! —lo imitó Tika—. ¿Por qué va Raistlin? Porque lo que sea tiene algo que ver con ese hechicero, Fistandelano o como quiera que se llame, ése del que me hablaste. El infame hechicero que vestía la Túnica Negra y uno de cuyos infames libros lleva siempre encima Raistlin. Laurana me explicó lo que Flint contó sobre el Monte de la Calavera. Sólo que ella no sabe que yo sé lo que sabes tú: que Raistlin tiene una especie de conexión rara con ese mago muerto.
—No se lo dijiste, ¿verdad? —preguntó Caramon, temeroso—. No se lo has contado a nadie, ¿eh?
—No, no se lo dije, aunque quizá debería hacerlo.
Tika lo miró a la cara con la cabeza inclinada hacia atrás y los verdes ojos echándole chispas.
—Si me quieres, Caramon, no te irás. ¡Le dirás a ese hermano tuyo que ya puede buscarse a otro que arriesgue la vida por él y le haga los recados y le prepare su estúpida infusión!
—Te quiero, Tika —admitió el hombretón, desesperado—, pero Raist es mi hermano. Sólo nos tenemos el uno al otro y dice que este viaje es importante, que la vida de todas esas personas depende de ello.
—¡Y tú le crees! —se mofó la joven.
—Sí —respondió Caramon con sencilla dignidad—. Le creo.
A Tika se le llenaron los ojos de lágrimas, que en seguida se deslizaron por las pecosas mejillas de la joven.
—¡Espero que un fantasma te chupe toda la sangre hasta dejarte sin una gota! —sollozó, furiosa, y luego echó a correr.
—¡Tika! —llamó Caramon, desconsolado.
La joven no miró atrás y, resbalando y tropezando, siguió corriendo por las piedras cubiertas de nieve.
Caramon habría querido ir tras ella, pero no lo hizo porque ¿qué podía decirle? No estaba en posición de darle lo que quería. No podía abandonar a su hermano por ella a pesar de lo mucho que la adoraba. Raistlin siempre había estado antes que nadie. Tika era fuerte. Raist era débil, frágil, enfermizo.
—Me necesita —se dijo Caramon en voz baja—. Depende de mí y cuenta conmigo. Si no estuviera a su lado para ayudarlo podría morir, igual que de pequeños. Ella no lo entiende.
Se encaminó de nuevo hacia el arroyo para llenar el odre, pese a que ahora ya no saldrían de viaje. Tika iría derecha a hablar con Tanis, y entonces el semielfo iría a hablar con Raistlin y le prohibiría que siguiera adelante con su plan, y Raistlin comprendería que él había descubierto el pastel. Si se entretenía un rato, a lo mejor la furia de su hermano se habría calmado para cuando volviera a la cueva. Caramon lo dudaba, pero siempre cabía la posibilidad.
Caramon se detuvo ante la boca de la cueva para armarse de valor, después apartó la mampara y entró.
—Raist, siento que... Se paró al tiempo que guardaba silencio. Su gemelo dormía profundamente, envuelto en la manta y con la mano posada en el bastón que nunca dejaba lejos de él. La mochila con los libros de hechizos se encontraba junto a la entrada, al igual que la mochila del guerrero, todo preparado para emprender la marcha muy temprano.
Una oleada de alivio le recorrió de la cabeza a los pies. ¡Tika no se lo había dicho a Tanis! ¡Quizá, después de todo, lo había entendido!
Moviéndose con gran cuidado, dejó el odre lleno de agua en el suelo, se quitó la camisa, se tumbó y, con la despreocupación de quien tiene la conciencia tranquila, se quedó dormido casi de inmediato.
6
Salida a hurtadillas. Ojos en el cielo. Día de colada
La mano de su hermano lo sacudió por el hombro y lo despertó.
—¡Guarda silencio! —susurró Raistlin—. ¡Y date prisa! ¡Quiero marcharme antes de que nadie se levante!
—¿Y qué pasa con el desayuno? —preguntó Caramon.
Raistlin le asestó una mirada de aversión.
—Bueno, tengo hambre —dijo el guerrero.
—Comeremos en el camino —contestó su hermano.
Caramon suspiró. Recogió las dos mochilas y el odre y salió de la cueva en pos de su hermano. El cielo estaba oscuro y cuajado de estrellas. El aire era frío y tan cortante que pinchaba al entrar en los pulmones. Había dejado de nevar a lo largo de la noche, poco después de alfombrar el suelo. No obstante, las nubes se acumulaban encima de las montañas; volvería a nevar antes de que acabara el día.
Solinari, la luna plateada, tenía forma de hoz en el cielo. Lunitari, la luna roja y diosa de la magia practicada por Raistlin, entraba en el último cuarto creciente. Su luz rojiza proyectaba sombras misteriosas en la nieve. El mago alzó los ojos hacia el astro y sonrió.
—La diosa alumbra nuestro camino hacia el alba —dijo—. Un buen augurio.
Caramon esperaba que su gemelo estuviera en lo cierto. Ahora, iniciado el viaje y comprometidos con el objetivo marcado, el guerrero deseaba alejarse de los demás lo antes posible. Por suerte, Raistlin tenía uno de sus días buenos. Apenas tosía y caminaba con agilidad y rapidez por la vereda.
Descendieron a buen paso por la ladera al fondo del valle y de allí se encaminaron hacia el sudeste. Al llegar a una zona arbolada se metieron entre los árboles y en seguida perdieron de vista el campamento y cualquier posible refugiado madrugador.
El guerrero respiraba más tranquilo cuando el tintineo de una armadura y un choque metálico hicieron que tirara los bultos al suelo y llevara la mano hacia su espada. Los dedos de Raistlin buscaron en un saquillo los ingredientes de conjuros.
Sturm Brightblade salió de las sombras enrojecidas de las ramas de los árboles y se plantó en el sendero, cerrándoles el paso.
Raistlin asestó a Caramon una mirada furiosa.
—¡No le dije nada, Raist! ¡De verdad! —dijo atropelladamente el guerrero.
—Tu hermano no me contó nada, Raistlin —confirmó el caballero—, así que no desahogues tu ira con él. En lo tocante a cómo me he enterado, no ha sido difícil. Te conozco desde hace muchos años, los suficientes para comprender que saldrías en busca de tus intereses sin importarte los demás ni pensar en ellos. Cuando abandonaste la reunión anoche sabía que te proponías partir a hurtadillas hacia el Monte de la Calavera.
—Entonces —repuso el mago, iracundo—, también deberías saber que no puedes impedírmelo, así que apártate a un lado y déjanos pasar a mi hermano y a mí. —Hizo una pausa y luego añadió:— Por bien de nuestra amistad no querría hacerte daño.
La mano de Sturm se desplazó hacia la empuñadura de la espada, pero no desenvainó el arma. Su mirada se desvió hacia Caramon y después volvió hacia su gemelo.
—No discuto que pongas en peligro tu vida, Raistlin. En realidad, no es un secreto que pienso que el mundo sería un lugar mejor sin estar tú en él, pero no es preciso que hagas que maten a tu hermano también.