—¡Traed picos! —gritó.
—¡Picos! —repitió Riverwind, fruncido el entrecejo—. ¿Es que quiere que nos abramos camino al interior de la montaña a golpe de pico? Esto no me gusta. Empiezo a pensar que me equivoqué al tomar esta decisión. Nuestro pueblo debería haber partido sin otra compañía.
—Tus razones para tomar esta decisión eran acertadas, esposo. Ni siquiera los guerreros que-kiris se opusieron cuando les comunicaste tu decisión. Tienen suficiente sentido común para darse cuenta de que un grupo numeroso da más seguridad. No empieces a cuestionar tus decisiones. El jefe de tribu que mira hacia atrás mientras camina hacia adelante tropezará y caerá. Es lo que decía mi padre.
—¡Otra vez a vueltas con tu padre! —replicó Riverwind, furioso—. ¡No siempre tomó decisiones acertadas! Fue él quien ordenó a la gente que me lapidara ¿o es que te has olvidado de eso, Hija de Chieftain?
Echó a andar y dejó a Goldmoon, que no salía de su asombro, siguiéndolo con la mirada.
—No lo dijo en serio —la tranquilizó Laurana, que subía por la ladera y se paró a su lado—. Lo siento, no pude evitar oír lo que hablabais. Está preocupado, eso es todo. Carga con una gran responsabilidad.
—Lo sé. —Goldmoon suspiró con tristeza—. Y me temo que no soy precisamente una ayuda. Tiene razón. No tendría que compararlo cada dos por tres con mi padre. Mi intención era aconsejarlo, nada más. Mi padre era un hombre sabio y un buen jefe. Cometió un error, pero eso fue porque no entendía la situación. —Miró de nuevo a su esposo y suspiró otra vez.
»Lo amo muchísimo y, sin embargo, parece que le hago más daño del que le haría a mi peor enemigo.
—El amor nos da un poder mayor para hacer daño que el que da el odio —susurró Laurana.
Dirigió la vista hacia Flint y Tanis, unas formas imprecisas en el plomizo amanecer que descendían hacia el valle.
—¿Viniste a decirle adiós a Tanis? —preguntó Goldmoon al observar que la mirada de la joven los seguía.
—Pensé que querría despedirse de mí —contestó Laurana—. Esperé, pero no vino. —Se encogió de hombros—. Por lo visto le da igual.
—No le da igual, Laurana —la contradijo Goldmoon—. He visto cómo te mira. Lo que pasa es que... —Vaciló.
—No puedo competir con el recuerdo de una rival —dijo la elfa con amargura—. Kitiara siempre será perfecta para él. Sus besos siempre sabrán más dulces. No está aquí y no puede decir o hacer mal algo. Así es imposible que yo gane.
Goldmoon estaba impresionada con el comentario de la elfa. Competir con un recuerdo. Eso era lo que ella le estaba obligando a hacer a Riverwind. No era extraño que se sintiera molesto. Fue en su busca para disculparse, cosa que, al estar recién casados, sabía que un tierno «lo siento» sería bien acogido.
Laurana se quedó allí, con la mirada prendida en Tanis.
—¡Hola, Tika! —Tas apartó la mampara y entró en la cueva; sólo entonces recordó que tendría que haber llamado antes—, ¿No has sentido un escalofrío por todo el cuerpo hace unos segundos? Yo sí. ¡Era un dragón! ¡Pensé que más valía que me viniera de prisa para protegerte! ¡Ay! —gritó al tropezar con un bulto en la oscuridad... ¿Tika? —El kender tanteó con la mano—. ¿Este bulto eres tú?
—Sí, soy yo. —A juzgar por el tono, no parecía muy contenta.
—¿Qué haces sentada a oscuras?
—Pensar.
—¿Pensar en qué?
—En que Caramon Majere es el tonto más grande que hay en el mundo. —Hubo una pausa y después la joven añadió:— Se ha marchado al Monte de la Calavera con su hermano, ¿verdad?
—Supongo que sí. Es lo que dijo Tanis.
—¡Mandé a Sturm a que hablara con Tanis para que no lo dejara marcharse! —Tika le asestó una mirada feroz—. ¿Por qué no se lo han impedido?
—Tanis cree que podría haber algo importante en el Monte de la Calavera. En cuanto a Sturm, no lo sé —explicó el kender mientras se sentaba al lado de Tika, en la oscuridad. Suspiró, anhelante—. El Monte de la Calavera. ¿No te parece un sitio absolutamente maravilloso con ese nombre?
—Me parece espantoso. Es una trampa —dijo Tika.
—¿Una trampa? ¡Ahora querría haber ido con ellos! ¡Me encantan las trampas! —Tas estaba desconsolado.
—No esa clase de trampas —aclaró la joven, desdeñosa—. Significa que Raistlin conduce a Caramon hacia una encerrona. He estado despierta toda la noche pensando en ello. Raistlin va debido a ese horrible hechicero antiguo, ese Fistandelano o como quiera que se llame. Caramon me contó todo sobre él y sobre ese maligno libro suyo, el mismo que sacó Raistlin a hurtadillas de Xak Tsaroth. El hechicero era un hombre malvado y ese sitio es un lugar siniestro. Raistlin lo sabe, pero no le importa. Va a conseguir que maten a Caramon.
—¡Un sitio siniestro que pertenece a un hechicero malvado y que está lleno de trampas! —Tas suspiró con anhelo—. Si no le hubiese hecho a Tanis la solemne promesa de quedarme para protegerte, Tika, me iría allí ahora mismo.
—¡Protegerme! —La joven estaba indignada—. No hace falta que me protejas. Nadie tiene que hacerlo. El que necesita protección es Caramon. Tiene menos sentido común que un chotacabras. Alguien debe advertirle sobre ese hermano suyo. Tanis no lo hará, así que supongo que me tocará a mí.
Tika apartó la manta que tenía echada sobre los hombros. La luz iba aumentado en la cueva de minuto en minuto y ahora el kender pudo ver que la joven estaba vestida para viajar, con pantalón y camisa de hombre y un chaleco que a Tas le resultaba muy parecido al que Flint había tenido una vez. Tas recordaba que el enano había protestado porque no lo encontraba. ¡De hecho, le había acusado a él de habérselo llevado!
La espada que Tika no sabía muy bien cómo utilizar estaba encima de la mesa, junto a su escudo; ése sí que sabía cómo usarlo, aunque no exactamente del modo para el que estaba pensado un escudo. Éste tenía una mella donde lo había golpeado contra la cabeza de un draconiano. Tas empezó a saltar con entusiasmo.
—¡Tanis me hizo prometerle solemnemente que te protegería, así que si tú vas al Monte de la Calavera, entonces tengo que ir contigo!
—No voy al Monte de la Calavera. Voy a encontrar a Caramon y a impedirle que vaya allí. Mi idea es hacer entrar en razón a ese cabeza de chorlito.
—Creo que sería más fácil enfrentarse a un hechicero malvado en el Monte de la Calavera que conseguir que Caramon tenga un poco de sentido común —opinó el kender.
—Seguramente tienes razón, pero he de intentarlo. —Tika cogió la espada para ceñírsela a la cintura—. ¿Hace mucho que se han ido?
—Antes de que amaneciera, pero Raistlin camina bastante despacio. Podremos alcanzarlos...
—¡Chitón! —advirtió la muchacha.
Alguien se acercaba a la mampara de la entrada. La luz del sol brillaba en el cabello rubio.
—¡Laurana! —gimió Tika en un susurro y se apresuró a dejar de nuevo la espada sobre la mesa—. ¡Ni una palabra, Tas! ¡Querrá impedírnoslo!
—¡Estás despierta! —dijo la elfa al entrar en la cueva. Se paró, sorprendida, al ver el atuendo de Tika—. ¿Por qué vas vestida así?
—Yo... eh... Voy a lavarme la ropa —contestó la joven humana—. Toda.
—¿Pensabas lavar también la espada? —inquirió Laurana con sorna.
Tika se ahorró tener que decir otra mentira, ya que la elfa siguió hablando.
—Estás de suerte. Tendrás compañía, porque Maritta ha decidido que hoy sea día de colada. Todas las mujeres van a lavar las prendas de vestir y la ropa de cama al arroyo. Tas, échanos una mano. Coge esas mantas...
Tas miró angustiado a Tika. La joven se encogió de hombros, impotente. No se le ocurría nada para salir airosa del atolladero.
El kender, que se tambaleaba bajo el peso de las mantas, iba hacia la boca de la cueva cuando Tika lo agarró.
—Nos escabulliremos cuando las mujeres vayan a comer —susurró—. ¡No me pierdas de vista! ¡Cuando haga una señal, ven corriendo!