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Ya era tarde, bien pasada la medianoche, pero Raistlin aún oía las risas y la música de la celebración. Estaba enfadado con Caramon por abandonarlo y perderse por ahí a divertirse con alguna chica —Tika Waylan, probablemente— dejando que su hermano enfermo se las apañara solo.

Medio ahogado por la tos, Raistlin intentó ponerse de pie y casi se desplomó. Se agarró a una silla, se sentó en ella y apoyó, desmadejado, la cabeza en la tosca mesa que Caramon había improvisado con las tablas de una caja.

—¡Raistlin! —llamó una voz alegre desde fuera—, ¿Estás dormido? ¡Tengo que preguntarte una cosa!

—¡Tas! —intentó pronunciar el nombre del kender, pero otro espasmo de tos lo interrumpió.

—Oh, bien, estás despierto —continuó la voz alegre al oírlo toser.

Tas —diminutivo de Tasslehoff— Burrfoot entró en la cueva dando brincos. Al kender le habían repetido hasta la saciedad que en una sociedad educada uno siempre llamaba a la puerta (o, en este caso, la mampara de ramas entretejidas que tapaba la entrada a la cueva) y esperaba a que lo invitaran a pasar antes de entrar. Tas tenía dificultades para adaptarse a esa costumbre, que no era una norma en la sociedad kender, donde las puertas se cerraban al mal tiempo y a los trasgos gigantes (y a veces ni siquiera a los trasgos, cuando resultaban interesantes). De modo que, cuando Tas se acordaba de llamar, por lo general lo hacía y entraba casi de forma simultánea si el ocupante tenía suerte. De otro modo, entraba antes y luego se acordaba de llamar, que fue lo que pasó en esta ocasión.

Tas retiró la, mampara y se deslizó ágilmente al interior de la cueva llevando consigo la intensa luz de un farol.

—Hola, Raistlin —saludó. Se acercó al joven mago y metió una mano mugrienta y el farol debajo de la nariz de Raistlin—, ¿Qué clase de pluma es ésta?

La raza kender era pequeña, y todo el mundo —excepto los enanos— decía que estaba emparentada con la raza enana. Los kenders desconocían el miedo y tenían debilidad por las ropas de colores chillones, los saquillos de cuero y coleccionar objetos interesantes para guardarlos en esos saquillos. La kender era una raza optimista y, por desgracia, una raza con tendencia a ser ligera de manos. Llamar ladrón a un kender sería usar un término equivocado. Los kenders nunca tenían intención de robar. Tomaban las cosas prestadas y siempre con la más firme intención de devolver lo que habían cogido. Sin embargo, sería difícil persuadir a una persona corta de miras de que eso era cierto, sobre todo si acababa de encontrar la mano de un kender en su bolsillo.

Tasslehoff era un buen ejemplo de su raza. Rondaba el metro veinte de estatura, dependiendo de lo alto que llevara el copete ese día. Estaba muy orgulloso de su copete y a menudo se lo adornaba, como había hecho esa noche, que se había puesto varias hojas de arce rojas. Miraba a Raistlin con una gran sonrisa, chispeantes los ojos ligeramente rasgados y las orejas puntiagudas temblándole de emoción.

Raistlin le dirigió una mirada fulminante y tan furiosa como fue capaz de poner, dado que estaba cegado por la repentina luz y medio asfixiado por la tos. Alargó la mano, asió al kender por la muñeca y apretó.

—¡Agua caliente! —pidió con voz ahogada—. ¡Infusión!

—¿Infusión? —repitió Tas, que sólo había entendido eso último—. No, gracias, acabo de comer.

Raistlin tosió en el pañuelo, que retiró de los labios enrojecidos con manchas de sangre. Volvió a asestar otra mirada furibunda a Tas, y esta vez el kender lo pilló.

—¡Ah, eres tú el que quiere una infusión! La que Caramon te prepara siempre para la tos. Caramon no está para prepararla y tú no puedes porque estás tosiendo. Lo que significa... —Tas vaciló. No quería interpretar mal las cosas.

Raistlin señaló con la mano temblorosa hacia la taza vacía que había en la mesa.

»¡Quieres que vaya por agua! —Tas dio un brinco—. ¡No tardaré ni un minuto!

El kender salió a todo correr y dejó la mampara de ramas abierta, de manera que el aire frío entró en la cueva e hizo temblar a Raistlin. El mago se echó la manta por los hombros y sufrió otro ataque de tos.

Tas volvió en seguida.

—Se me olvidaba la taza.

—Cierra la... —intentó advertir Raistlin, pero no logró hablar lo bastante de prisa. El kender había desaparecido ya y la mampara siguió abierta.

El mago escudriñó la noche. El sonido de la diversión era más fuerte ahora. Distinguía la luz de las hogueras y las siluetas de gente que bailaba. Los novios, Riverwind y Goldmoon, ya se habrían retirado a su lecho nupcial a esas alturas. Estarían uno en brazos del otro; su amor correspondido, sus pruebas, sus aflicciones y penalidades, su largo y oscuro viaje juntos culminaban en ese momento de gozo.

Raistlin pensó que sólo sería eso, un momento, una chispa que irradiaría un instante antes de que el destino funesto que se aproximaba veloz la apagara violentamente. Era el único con cerebro para verlo. Incluso Tanis el Semielfo, que tenía más sentido común que la mayoría de esa pandilla, se había dejado embaucar por aquella falsa sensación de paz y seguridad.

—La Reina de la Oscuridad no está vencida —le había dicho a Tanis no hacía muchas horas.

—Puede que no hayamos ganado la guerra —había contestado Tanis—, pero desde luego hemos ganado una importante batalla...

Raistlin había sacudido la cabeza ante tamaña tontería.

—¿No crees que hay esperanza? —había preguntado Tanis.

—La esperanza es una negación de la realidad —había sido su respuesta—. Es la zanahoria que se agita ante el caballo de tiro para que siga avanzando, luchando en vano por alcanzarla.

Se sentía bastante orgulloso de aquella imagen literaria y sonrió al recordarlo. Otro golpe de tos le borró la sonrisa e interrumpió sus pensamientos. Cuando se recobró, volvió a mirar fijamente hacia el exterior en un intento de localizar al kender a la luz de la luna. Raistlin dependía de una persona de poco fiar y lo sabía. Era más que probable que el cabeza de chorlito del kender se distrajera con cualquier cosa y se olvidara de él por completo.

—En cuyo caso estaré muerto por la mañana —murmuró el mago. Su irritación con Caramon aumentó. De nuevo sus pensamientos volvieron a la conversación que había tenido con Tanis.

—¿Estás diciendo que deberíamos rendirnos? —le había preguntado el semielfo.

—Lo que digo es que deberíamos tirar la zanahoria y avanzar con los ojos bien abiertos —le había contestado—. ¿Cómo vas a luchar contra los dragones, Tanis? ¡Porque habrá más! ¡Más de los que puedas imaginar! ¿Y dónde está ahora Huma? ¿Dónde está la legendaria Dragonlance?

El semielfo no tenía respuesta a esas preguntas, pero los comentarios de Raistlin le habían impresionado. Se había marchado para reflexionar sobre ellos y, ahora que la boda ya había pasado, quizá se podía hacer que la gente mirara sin tapujos la cruda realidad de su situación. El otoño estaba acabando. El viento frío que soplaba por la puerta, procedente de las montañas, presagiaba los meses invernales que se avecinaban.

Raistlin sufrió otro ataque de tos y cuando alzó la cabeza se encontró con el kender.

—Ya estoy aquí —anunció Tasslehoff alegre e innecesariamente—. Siento haber tardado, pero es que no quería derramar nada.

Soltó la taza humeante en la mesa con todo cuidado y después miró a su alrededor buscando el saquillo de la mezcla de hierbas. Lo vio en el suelo, cerca, lo recogió y lo abrió de un tirón.

—¿Tengo que echar todo lo que hay en la bolsa y...?

Raistlin le arrebató bruscamente las preciadas hierbas. Con cuidado, sacudió el saquillo para echar unas pocas en el agua caliente y las observó con intensidad mientras giraban hasta posarse finalmente en el fondo de la taza. Cuando el agua se puso de un color oscuro y el penetrante y acre olor impregnó el aire, Raistlin tomó la taza entre las manos temblorosas y se la llevó a los labios.

La infusión había sido un regalo del archimago, Par-Salian; un regalo para aliviar su mala conciencia, era lo que siempre había pensado Raistlin. La cocción calmante bajó por la garganta del mago y casi de inmediato cesaron las toses espasmódicas. La sensación asfixiante, como si tuviera telarañas en los pulmones, desapareció. Raistlin inhaló profundamente.