– ¿Te gustaría caminar por la playa?
Al ella contestar que sí, él la condujo a un costado del muelle y bajaron unos escalones. Cuando llegaron a la zona donde la arena está más dura, a la orilla del agua, los dos se detuvieron un momento para quitarse los zapatos.
Comenzaron a caminar en silencio, contemplando el paisaje
– ¿Esta playa es parecida a las que están en el norte? -preguntó Garrett.
– Sí, a algunas, pero el agua es mucho más cálida aquí. ¿Nunca has visitado las playas del norte?
– Nunca he salido de North Carolina.
Ella sonrió.
– Eres todo un viajero, ¿eh?
Él rió por lo bajo.
– No, pero no creo estarme perdiendo de mucho -después de algunos pasos, cambió de tema-. Así que… ¿cuánto ti quedarás en Wilmington?
– Hasta el domingo. Tengo que volver al trabajo el lunes.
“Cinco días más”, pensó él.
Pasaron algunos segundos antes de que Garrett volviera a hablar.
– ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
– Depende de la pregunta.
Él se detuvo un momento, recogió un par de conchas y se las entregó.
– ¿Sales con alguien allá en Boston?
Ella tomó las conchas y respondió.
– No.
– ¿Por qué no? Una mujer como tú debe tener de dónde elegir.
Ella sonrió ante el comentario y lentamente comenzaron a caminar de nuevo.
– Gracias. Eres muy gentil al decir eso, pero no es tan sencillo, en especial cuando se tiene un hijo -se detuvo-. Y, ¿qué me dices de ti? ¿Sales con alguien?
Él negó con la cabeza.
– No. Supongo que no conozco a nadie en este momento con quien quiera salir.
– ¿Eso es todo?
Era el momento de la verdad y los dos lo sabían. Theresa sintió cómo se tensaba hasta la última fibra de su ser.
– Estuve casado -dijo Garrett-. Ella murió.
– Lo lamento -respondió Theresa en voz baja.
– Sucedió hace tres años. Desde entonces perdí el interés por salir con alguien o por buscar pareja -guardó silencio.
– Debes sentirte solo algunas veces -comentó Theresa.
– Así es, pero trato de no pensar mucho en eso. Me mantengo ocupado en la tienda y eso me ayuda a que pasen los días.
Al ver que Garrett se quedó en silencio, Theresa le preguntó:
– ¿Cómo era ella?
– ¿Catherine? -se le secó la garganta-. ¿De verdad te interesa saberlo?
Una parte de él quería que Theresa comprendiera. A pesar suyo se perdió en el pasado una vez más.
– Ho1a, corazón -saludó Catherine mientras levantaba la mirada desde el jardín-. No te esperaba en casa tan temprano.
– Tuvimos menos clientes en la tienda esta mañana y se me ocurrió que podría venir a casa para comer y ver cómo te sientes.
– Ya estoy mucho mejor.
– ¿Crees que haya sido gripe?
– No lo sé con exactitud. Tal vez fue algo que comí. Casi una hora después de que te marchaste me sentí mucho mejor y vine aquí a hacer un poco de jardinería -señaló hacia una pequeña parcela que acababa de sembrar.
– Es maravilloso, pero usaste toda la tierra posible en tu persona, ¿no crees que debiste dejar un poco de tierra para las flores?
Ella se limpió la frente con el dorso de la mano y se puso de pie, mirándolo con los ojos entrecerrados porque la brillante luz del Sol los lastimaba.
– ¿Me veo muy sucia?
Tenía las piernas negras por haber estado arrodillada en la tierra y un manchón de lodo le cubría la mejilla. Le salían algunas guedejas de la enmarañada cola de caballo y se le veía el rostro sudoroso y enrojecido por el esfuerzo.
– Te ves perfecta.
Catherine se quitó los guantes y los arrojó al porche.
– No soy perfecta, Garrett, pero gracias. Vamos, te daré algo de comer. Sé que tienes que regresar a la tienda.
Suspiré y se volvió hacia Theresa, que lo miraba expectante. Habló con suavidad.
– Catherine era todo lo que siempre quise: bonita, encantadora y con un gran sentido del humor. Me apoyaba en todo lo que hacía. Ella… -guardó silencio al no encontrar las palabras-. No sé si alguna vez me acostumbraré a estar sin ella.
Theresa se sintió mucho más triste de lo que hubiera imaginado. No era sólo el tono de la voz, sino la expresión del rostro mientras la describía… como si aquel hombre se desgarrara entre la belleza y el dolor del recuerdo.
– Lo lamento -dijo él-. No quería que sonara así.
Theresa reaccionó sin pensarlo. Dio un paso hacia él y lo tomó de la mano. La sujetó entre las de ella y la apretó con suavidad.
– Tus sentimientos dicen mucho de ti, Garrett. Eres el tipo de persona que ama para siempre. Y eso no es algo por lo que debas avergonzarte.
– Lo sé. Sólo que han pasado ya tres años.
– Algún día encontrarás a alguien especial otra vez. La gente que se ha enamorado una vez por lo general reincide. Está en su naturaleza.
Le apretó la mano nuevamente y Garrett sintió que la calidez penetraba en él.
– Espero que tengas razón -comentó por fin.
– La tengo. Yo sé de estas cosas. Soy madre, ¿lo recuerdas?
Él rió por lo bajo, tratando de relajar la tensión que sentía.
– Sí, lo recuerdo. Y probablemente eres buena en eso.
Dieron vuelta y caminaron de regreso al muelle, conversando en voz baja y todavía con las manos entrelazadas. Llegaron adonde Garrett había dejado estacionado su vehículo y emprendieron la vuelta a la tienda, Garrett se sentía más confundido que nunca.
– ¿En qué piensas? -preguntó Theresa mientras Garrett cambiaba la velocidad del camión y atravesaban el puente con rumbo a Wilmington.
– Pensaba -respondió él-, en preguntarte si no tienes algo planeado porque me gustaría invitarte a cenar esta noche.
Ella sonrió.
– Esperaba que dijeras eso.
Él mismo seguía sorprendido por haberla invitado cuando dieron vuelta en el camino que conducía a la tienda.
– ¿Podrías estar en mi casa, digamos, a las ocho? Tengo algunas cosas que hacer en la tienda y es probable que no termine sino hasta alrededor de esa hora.
– Está bien.
Se detuvieron en el estacionamiento y Theresa siguió a Garrett hasta su oficina. Él garabateó la dirección de su casa en un papel, tratando de no mostrar lo confundido que se sentía.
– No tendrás problemas para encontrar el sitio -le explicó-. Sólo busca mi camión en el frente; pero si te pierdes, anoté mi número de teléfono en la parte de abajo.
Theresa pasó el resto de la tarde explorando el distrito histórico de Wilmington, mientras en la tienda, Garrett enfrentaba un problema tras otro.
Estaba cansado, y dio un largo suspiro de alivio cuando por fin cerró. Después del trabajo se dirigió primero a la tienda de abarrotes y recogió lo necesario para la cena. Se dio una ducha y se puso unos pantalones vaqueros limpios y una camisa delgada de algodón; luego salió al porche trasero y se sentó en una de las sillas de hierro forjado.
Por fin oyó el sonido de un motor que recorría con lentitud la cuadra. Se levantó de su asiento en el porche y rodeó la casa con el fin de ver a Theresa estacionarse en la calle.
Ella llevaba pantalones vaqueros y la misma blusa que tenía puesta esa mañana. Se veía tranquila al caminar hacia él, y cuando le sonrió con calidez, él se dio cuenta de que la atracción había aumentado desde que comieron juntos, y eso lo hizo sentir un poco incómodo. Cuando se acercó a ella, aspiró el aroma de su perfume.
– Traje una botella de vino -le dijo ella y se la entregó-. Pensé que podría ir bien con la cena -y después de una pequeña pausa añadió: – ¿Cómo pasaste la tarde?
– Estuve muy ocupado. De hecho, llegué a casa hace apenas un rato -se encaminó hacia la puerta del frente. Theresa caminaba a su lado-. Pensaba preparar carne a la parrilla, pero luego me pregunté si te gustaría cenar eso.