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Disfrutaron tranquilos de una maravillosa comida y después llevó a Garrett a ver la obra musical Les Misérables, basada en la novela de Víctor Hugo que se estaba presentando en Boston.

Cuando llegaron al departamento de Theresa ya era tarde. Para Garrett el siguiente día fue igualmente apresurado. Theresa lo llevó a su oficina y lo presentó con todos sus compañeros; por la tarde Visitaron el museo de arte de Boston, y esa noche se reunieron con Deanna y Brian para cenar en Anthony’s, un restaurante en el piso más alto del Prudential Building que ofrecía una vista maravillosa de toda la ciudad.

Garrett nunca había visto nada parecido.

La mesa estaba muy cerca de una ventana. Deanna y Brian se levantaron de sus asientos para recibirlos y Theresa realizó las presentaciones pertinentes.

– Me da mucho gusto conocerte, Garrett -dijo Deanna-. Siento haber obligado a Theresa a ir conmigo a esa conferencia. Espero que no te hayas enfadado mucho con ella.

– No, no te preocupes -respondió él mientras asentía con cierta rigidez.

– Me alegra, porque al verlo en retrospectiva, estoy segura de que valió la pena.

Garrett la miró con curiosidad. Theresa se inclinó y preguntó:

– ¿A qué te refieres, Deanna?

Los ojos de Deanna brillaban.

– Recibí noticias ayer. Hablé con Dan Mandel, el director de Media Information Inc., y resulta que quedó muy impresionado contigo. Le gustó la manera en que te desenvolviste en el congreso. Y lo mejor de todo… -Deanna se detuvo para aumentar la tensión e hizo lo posible por contener una sonrisa.

– ¿Sí?

– Va a incluir tu columna en todos sus diarios a partir de enero.

– ¿Estás bromeando? -preguntó incrédula Theresa. Se cubrió la boca con la mano para ahogar un grito, pero aun así fue lo suficientemente fuerte como para que la gente de las mesas cercanas se volviera a mirarlos.

Deanna movió la cabeza.

– No. Quiere volver a hablar contigo el martes. Arreglé una teleconferencia para las diez de la mañana.

– No puedo creerlo -Theresa se inclinó hacia ella y en un impulso abrazó a Deanna, con la emoción reflejada en el rostro.

Brian le dio un pequeño codazo a Garrett.

– Magníficas noticias ¿eh?

Garrett tardó un poco en responder.

– Sí… magníficas.

Deanna y Theresa charlaron sin parar el resto de la velada. Garrett guardó silencio, sin saber bien qué añadir. Como si percibiera su incomodidad, Brian se acercó a Garrett.

– ¿Cuánto tiempo te quedarás?

– Hasta mañana por la noche.

Brian asintió.

– Supongo que es difícil no poder verse a menudo, ¿verdad?

– A veces.

– Ya me lo imagino. Sé que Theresa se deprime por esa causa de vez en cuando.

Al otro lado de la mesa, ella le sonrió a Garrett.

– ¿De qué hablan ustedes dos? -preguntó muy animada.

– De esto y aquello -respondió Brian.

Garrett asintió sin responder y Theresa notó que cambiaba de postura a cada rato. Era evidente que se sentía incómodo, aunque ella no estaba segura de la razón, y eso la dejó perpleja.

– Estuviste muy callado esta noche -comentó Theresa.

Habían regresado al departamento y estaban sentados en el sofá mientras en el radio se oía música de fondo.

– Supongo que no tenía mucho qué decir.

– ¿Disfrutaste de tu charla con Brian?

– Sí. Es una persona agradable -Garrett se detuvo-, pero no soy muy bueno cuando estoy en grupos, en especial cuando siento que no encajo muy bien. Es sólo que… -se detuvo.

– ¿Qué?

Él movió la cabeza.

– Nada.

– No, ¿qué ibas a decir?

Después de un momento, él respondió con palabras cuidadosamente elegidas.

– Sólo iba a decir que todo este fin de semana ha sido muy extraño para mí. El teatro, las comidas caras, salir con tus amigos… en fin -se encogió de hombros-. No es para mí. No es nada de lo que yo haría normalmente.

– Es por eso que planeé así este fin de semana. Quería que conocieras algo diferente.

– No vine aquí para hacer algo diferente. Vine para pasar algún tiempo en paz contigo. Ni siquiera hemos tenido oportunidad de conversar y me voy mañana.

– Eso no es cierto. Anoche estuvimos solos en la cena y hoy otra vez, en el museo. Ha habido tiempo suficiente para charlar.

– Tú sabes a lo que me refiero.

– No, no lo sé. ¿Qué quieres hacer? ¿Quedarte sentado en el departamento?

Él no le respondió. Luego se levantó del sofá, atravesé la habitación y apagó el radio.

– Hay algo extremadamente importante que quiero decirte desde que llegué -dijo él.

– ¿Qué es?

Se volvió, reunió todo su valor y aspiró profundo.

– Este mes sin verte ha sido muy duro para mí y en este momento no estoy seguro si quiero que sigamos así.

Theresa contuvo la respiración por un segundo.

Al ver su expresión, Garrett se acercó a ella.

– No es lo que crees -aclaró él a toda prisa-. No es que ya no quiera volver a verte. Quiero verte todo el tiempo -cuando llegó al sofá, se arrodilló frente a ella. Theresa lo miró, sorprendida. Él la tomó de las manos.

– Quiero que te mudes a Wilmington. Aunque ella sabía que iba a suceder tarde o temprano, no lo había esperado tan pronto ni de esa manera.

Garrett continuó:

– Sé que es un gran paso, pero si te mudaras no pasaríamos estos largos períodos separados. Podríamos vernos a diario -él se acercó y le acarició la mejilla-. Quiero caminar por la playa contigo. Quiero que naveguemos juntos. Quiero que estés ahí cuando vuelva a casa de la tienda. Quiero que nos sintamos como si nos hubiéramos conocido durante toda la vida.

Las palabras salían de la boca de Garrett con rapidez y entre más hablaba más sentía Theresa que la cabeza le daba vueltas. Le parecía como si Garrett estuviera tratando de recrear su relación con Catherine.

– Espera un minuto -lo interrumpió ella por fin-. No puedo sencillamente tomar mis cosas y marcharme. Me refiero a que Kevin está en la escuela. Es feliz aquí. Este es su hogar. Aquí tiene a sus amigos y el fútbol.

– Puede tener todo eso en Wilmington. ¿Acaso no viste ya lo bien que nos llevamos?

Ella le soltó la mano, cada vez más frustrada.

– Y, ¿qué hay de mi columna? ¿Quieres que renuncie a ella?

– Lo que no quiero es que renunciemos a nuestra relación. Hay una gran diferencia.

– Entonces, ¿por qué no puedes tú mudarte a Boston?

– Y, ¿qué haría aquí?

– Lo mismo que haces en Wilmington. Dar clases de buceo, salir a navegar, lo que sea. Es mucho más fácil para ti que para mí.

– No podría. Como ya te dije, esto… -hizo un gesto para señalar el cuarto y las ventanas- no es para mí. Me sentiría perdido en esta ciudad.

Theresa se levantó y atravesó la habitación, muy agitada. Se pasó la mano por el cabello.

– No es justo. Es como si nos pusieras una condición: “Podemos estar juntos pero tendrá que ser a mi manera”. Quieres que renuncie a todo por lo que he luchado, pero no estás dispuesto a dar nada a cambio -ella no le quitó los ojos de encima.

Garrett se puso de pie y caminó hacia Theresa. Al acercarse, ella retrocedió y levantó los brazos poniendo así una barrera.

– Escucha, Garrett, no quiero que me toques en este momento, ¿de acuerdo?

Él dejó caer los brazos a los costados. Durante un largo rato ninguno de los dos dijo nada.

Theresa cruzó los brazos y desvió la mirada.

– Entonces supongo que tu respuesta es no -dijo él por fin.

Ella respondió con cuidado.

– No. Mi respuesta es que vamos a tener que hablar más de esto.

– ¿Para que trates de convencerme de que estoy equivocado?