Aquel comentario no merecía una respuesta. Theresa movió la cabeza y caminó hasta la mesa del comedor, tomó su bolso y se dirigió a la puerta del frente.
– ¿Estás escapando?
Abrió la puerta y la mantuvo así mientras respondía.
– No, Garrett. No estoy escapando. Sólo necesito algunos minutos a solas para pensar. No me gusta que me hables así. Acabas de pedirme que cambie toda mi vida y voy a necesitar tiempo para tomar una decisión.
Se marchó del departamento. Garrett miró la puerta durante un par de segundos, para ver si regresaba. Al ver que no lo hacía, caminó por todo el lugar. Entró en la cocina, después en la habitación de Kevin y salió. Cuando llegó al dormitorio de Theresa se detuvo un momento antes de entrar. Se acercó a la cama, se sentó, colocó la cabeza entre las manos y se preguntó qué podría hacer. De alguna manera sentía que no había nada que pudiera decir cuando ella volviera que no los llevara a una nueva discusión.
Lo pensó por un momento antes de decidir por fin que le escribiría una carta para expresarle lo que sentía. Escribir siempre le ayudaba a pensar con más claridad.
Miró hacia la mesita de noche. Vio el teléfono, pero no encontró papel ni pluma. Abrió el cajón, lo revisé y halló casi al frente una pluma. Siguió buscando el papel y encontró un par de libros de bolsillo, algunas revistas y unos joyeros vacíos; de pronto vio algo que le era familiar.
Un velero.
Estaba en una hoja de papel metida en una delgada agenda. Lo tomó, pensando que se trataba de alguna de las cartas que le había escrito a Theresa durante los últimos dos meses, pero de pronto se quedó inmóvil.
¿Cómo era posible? Aquel papel para correspondencia había sido un regalo de Catherine y él sólo lo usaba cuando le escribía a ella. Las cartas para Theresa las había escrito en un papel distinto.
Contuvo el aliento. Con una rapidez sorprendente revisó el cajón, sacó la agenda y con suavidad retiró no una sino tres hojas. Todavía confundido, parpadeó con fuerza antes de mirar la primera página y ahí, escritas de su puño y letra, estaban las palabras: “Mi querida Catherine”.
“¡Oh, Dios mío!”, pensó. Miró la segunda hoja. Era una fotocopia. “Mi querida Catherine…”
La siguiente carta. “Querida Catherine…”
– ¿Qué es esto? -murmuró, incapaz de creer lo que estaba viendo-. ¡No puede ser! -volvió a leer las cartas sólo para poder confirmarlo.
Era verdad. Eran sus cartas, las cartas para Catherine que había arrojado por la borda del Happenstance y que no había esperado volver a ver jamás.
Apenas oyó el ruido de la puerta del frente al abrirse y volver a cerrarse.
– Garrett, ya regresé -dijo Theresa. Se detuvo y él pudo oírla recorrer el departamento. Luego preguntó: – ¿Dónde estás?
Él no respondió.
Theresa entró en la habitación y lo miró. Estaba pálido y tenía blancos los nudillos por sujetar con fuerza las hojas.
– ¿Estás bien? -preguntó ella.
Él levantó la cabeza lentamente y la miró.
Como una ola, todo la golpeó de pronto: el cajón abierto, los papeles que tenía él en las manos, la expresión del rostro… y supo de inmediato lo que había ocurrido.
– Garrett, yo… verás, puedo explicarte todo -dijo ella en voz baja y rápida.
– Mis cartas -susurró él. La miró con una mezcla de confusión y rabia-. ¿Cómo obtuviste mis cartas?
– Encontré una en la playa, y…
Él la interrumpió.
– ¿La encontraste?
Ella asintió y trató de explicarle.
– Cuando estuve en Cape Cod. Un día salí a correr y encontré la botella.
Garrett miró la primera página, la única carta original. Era la que había escrito ese mismo año. Pero las otras…
– ¿Y éstas? -preguntó sosteniendo en alto las copias. Theresa respondió con suavidad.
– Me las enviaron.
– ¿Quién? -confundido, se levantó de la cama. Ella dio un paso hacia él con la mano en alto.
– Otras personas que también las encontraron. Una de ellas leía mi columna
– ¿Publicaste mi carta? -lo dijo como si acabara de recibir un golpe en el abdomen.
– No sabía… -comenzó ella.
– ¿No sabías qué? -dijo él en voz alta, con el dolor reflejándose en su voz-. ¿Que esto no era algo que yo quisiera que todo el mundo viera?
– Estaba en la playa. Tenías que saber que alguien la encontraría -explicó ella rápidamente-. No puse sus nombres.
– Pero la publicaste en el diario -miró de nuevo las cartas y luego a Theresa, como si la viera por primera vez-. Me mentiste.
– No lo hice.
Él no la oía.
– Me mentiste -repitió como si hablara consigo mismo-. Y fuiste a buscarme. ¿Para qué? Para poder escribir otra columna. ¿De eso se trata todo esto?
– No. Estás equivocado.
– Entonces, ¿de qué se trató?
– Después de leer tus cartas yo… quise conocerte.
No comprendía lo que ella estaba diciendo. Vino a su mente la imagen de Catherine y sostuvo las cartas frente a sí.
– Eran mis cartas… mis sentimientos, mi manera de hacer frente a la pérdida de mi esposa. Mías, no tuyas.
– No quise lastimarte.
Los músculos de la mandíbula se le tensaron.
– Usaste mis sentimientos por Catherine y trataste de manipularlos para convertirlos en lo que tú querías. Creíste que porque amaba a Catherine también te amaría a ti, ¿no es cierto?
De pronto Theresa se sintió incapaz de hablar.
– Lo planeaste desde el principio, ¿verdad? Todo el asunto estaba arreglado.
Él pareció aturdido un momento y ella se le acercó.
– Sí, Garrett, admito que quería conocerte. Las cartas eran tan hermosas… pero no sabía lo que iba a ocurrir. No planeé nada después de eso -lo tomó de la mano-. Te amo, Garrett. Esto tienes que creerlo.
Cuando terminó de hablar, él se soltó y se alejó.
– ¿Qué clase de persona eres? Estás atrapada en alguna de extraña fantasía…
– ¡Cállate, Garrett! -le gritó furiosa mientras las lágrimas se le agolpaban en los ojos.
Sostuvo en alto las cartas otra vez y con voz quebrada dijo:
– Crees que comprendes lo que tuvimos Catherine y yo, pero no es así. No importa cuántas cartas leas, no importa lo bien que me conozcas, nunca comprenderás. Lo que hubo entre ella y yo era real y verdadero. Fue real y ella también era real.
Luego, molesto, agregó algo que la lastimo mas que cualquier cosa de lo que había dicho hasta ese momento.
– Nuestra relación ni por mucho se acerca a lo que hubo entre Catherine y yo.
No esperó una respuesta. En vez de ello pasó a su lado y tomó su maleta. Con enorme furia arrojó todo en el interior y la cerró a toda prisa. Por un momento ella pensó en detenerlo, pero el comentario la había dejado aturdida.
Él cogió su maleta.
– Estas -dijo mostrándole las cartas- son mías, así que me las llevo-. Sin otra palabra que agregar se dio vuelta, atravesó la sala y se marchó.
Capítulo Ocho
Garrett tomó un taxi al aeropuerto, pero no halló vuelo de regreso y se encontró pasando la noche en la terminal, todavía furioso e incapaz de dormir. Durante horas caminó frente a tiendas que hacía mucho habían cerrado, deteniéndose sólo de vez en cuando para mirar a través de las barreras que mantenían a raya a los viajeros nocturnos.
A la mañana siguiente tomó el primer vuelo que pudo, llegó a su casa poco después de las once y fue directo a su habitación. Sin embargo, mientras estaba acostado en la cama, lo ocurrido la tarde anterior comenzó a repetirse en su cabeza, lo que lo mantuvo despierto. Al final, se dio por vencido. Se bañó, se vistió y se sentó otra vez en la cama. Contempló la fotografía de Catherine y la llevó a la sala. Encontró las cartas donde las había dejado, sobre la mesa de centro. Con la fotografía frente a sí, leyó las cartas con lentitud, casi con veneración, mientras sentía cómo la presencia de Catherine llenaba el cuarto.