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Con una expresión de alivio en el rostro la condujo a través de la tienda y salieron por la puerta posterior.

Hank’s se fundó casi al mismo tiempo que cuando construyeron el muelle y contaba por igual entre su clientela con turistas y lugareños. Un poco rústico, pero de mucha tradición, sus pisos de madera estaban ya raspados por los años del roce de zapatos llenos de arena, y sus enormes ventanales tenían vista al mar. Las mesas y las sillas eran de madera maciza y se veían desgastadas por el uso de los cientos de visitantes que habían acudido al lugar.

– Confía en mí -insistió él mientras se dirigían a una mesa-. La comida aquí es excelente a pesar del aspecto del restaurante.

Eligieron una mesa cerca de un rincón y Garrett hizo a un lado un par de botellas vacías de cerveza que aún no recogían. Los menús con cubiertas de plástico estaban colocados entre botellas de salsa Tabasco, salsa tártara y otra cuya etiqueta sólo decía HANK’S. Theresa miró a su alrededor y notó que casi todas las mesas estaban ocupadas.

– Está lleno -comentó mientras se ponía cómoda.

– Siempre está igual. Tuvimos suerte de conseguir mesa.

Ella miró el menú.

– ¿Qué me recomiendas?

– ¿Te gusta el pescado?

– Me encanta.

– Entonces prueba el atún o el delfín. Los dos son deliciosos.

– ¿Delfín?

El rió.

– No es como Flipper, el delfín del programa televisivo. Se trata de un pez delfín. Así lo llamamos por aquí.

– Creo que prefiero el atún -respondió ella con un guiño-, sólo para estar segura.

– ¿Crees que sería capaz de inventar algo así?

Ella le respondió en tono de broma.

– Recuerda que apenas nos conocimos ayer. Aún no sé de lo que eres capaz.

– Me ofendes -respondió él en el mismo tono y ella sonrió. Garrett también se rió y después de un momento ella lo sorprendió al inclinarse sobre la mesa y tocarlo fugazmente en el brazo. De pronto se dio cuenta de que Catherine solía hacer lo mismo para llamar su atención.

– ¿Hay alguien que atienda aquí o tenemos que pescar y cocinar nuestro propio pescado?

– Malditos yanquis -masculló mientras movía la cabeza, y ella volvió a reír.

Unos minutos más tarde llegó la camarera y les tomó la orden. Los dos pidieron cerveza y, después de dejar la orden en la cocina, la camarera les llevó dos botellas a la mesa.

– ¿Sin vasos? -preguntó Theresa con una ceja arqueada después de que la camarera se retiró.

– Sí. Nada como la elegancia de este lugar.

– Ya veo por qué te gusta tanto.

– ¿Acaso es un comentario acerca de mi falta de buen gusto?

– Depende de cuán seguro te sientas de lo que recomiendas.

– Hablas como si fueras psiquiatra.

– No soy psiquiatra, pero sí soy madre y eso me convierte en algo así como una experta en la naturaleza humana.

– ¿Ah, sí?

– Eso es lo que le digo a Kevin.

Garrett tomó un sorbo de su cerveza.

– ¿Ya hablaste con él hoy?

Ella asintió y también tomó un trago de su bebida.

– Sólo tinos minutos. La está pasando muy bien con su padre. David siempre ha sido bueno con él. Cuando Kevin va para allá espera divertirse.

Garrett la miró con curiosidad.

– No pareces estar muy segura.

Ella titubeó antes de continuar.

Bueno, sólo espero que no se desilusione más tarde. David y su esposa comenzaron una familia y tan pronto como el bebé crezca será más difícil que David y Kevin estén juntos a solas.

Garrett se inclinó hacia el frente mientras hablaba.

– Es imposible proteger a nuestros hijos contra los desengaños de la vida.

– Lo sé, te lo aseguro. Es sólo que…

Guardó silencio y Garrett terminó la idea por ella.

– Es tu hijo y no quieres verlo lastimado.

– Precisamente -algunas gotas de agua se habían empezado a condensar en la botella de su bebida y Theresa comenzó a desprender la etiqueta. Otra vez hacía lo mismo que a Catherine le gustaba. Garrett tomó otro sorbo de cerveza y obligó a su mente a concentrarse en la conversación.

– No sé qué decir, salvo que si Kevin se parece en algo a ti, estoy seguro de que saldrá adelante.

– ¿A qué te refieres?

El se encogió de hombros.

– La vida no es sencilla para nadie… ni siquiera la tuya. Al verte superar las adversidades, él también aprenderá a hacerlo.

– Ahora eres tú el que parece psiquiatra.

– Sólo te digo lo que aprendí mientras crecía. Tenía casi la edad de Kevin cuando mi madre murió de cáncer. El hecho de ver a mi padre me enseñó que debía continuar con la vida, sin importar lo que ocurriera.

– ¿Tu padre vive aquí todavía? -preguntó ella.

– Sí. Lo he visitado mucho últimamente. Tratamos de reunirnos por lo menos una vez a la semana. Le gusta mantenerme por el buen camino.

Ella sonrió

– Igual que a la mayoría de los padres.

Llegó la comida y ellos continuaron la conversación mientras Comían. Garrett le contó algunas de las aventuras que había tenido mientras navegaba en bote de vela o buceaba. Ella lo escuchó, fascinada. Las historias que los hombres le contaban en Boston trataban, por lo general, de sus logros en el ámbito de los negocios. Garrett le hablaba de las criaturas del mar que había visto mientras buceaba y de lo que se sentía que lo persiguiera un tiburón martillo. En comparación con la noche anterior, estaba relajado. Había energía en la manera en que le hablaba, y a Theresa le pareció atractivo el cambio.

Cuando llegó la cuenta, Garrett dejó la propina en la mesa y se levantó para que se fueran.

– ¿Estás lista?

– Si tú lo estás, yo también. Y muchas gracias por la comida. Estuvo deliciosa.

Mientras se dirigían hacia la puerta del frente, ella esperaba que Garrett quisiera volver a la tienda de inmediato, pero él la sorprendió al sugerir algo diferente.

– ¿Te gustaría caminar por la playa?

Al ella contestar que sí, él la condujo a un costado del muelle y bajaron unos escalones. Cuando llegaron a la zona donde la arena está más dura, a la orilla del agua, los dos se detuvieron un momento para quitarse los zapatos.

Comenzaron a caminar en silencio, contemplando el paisaje

– ¿Esta playa es parecida a las que están en el norte? -preguntó Garrett.

– Sí, a algunas, pero el agua es mucho más cálida aquí. ¿Nunca has visitado las playas del norte?

– Nunca he salido de North Carolina.

Ella sonrió.

– Eres todo un viajero, ¿eh?

Él rió por lo bajo.

– No, pero no creo estarme perdiendo de mucho -después de algunos pasos, cambió de tema-. Así que… ¿cuánto ti quedarás en Wilmington?

– Hasta el domingo. Tengo que volver al trabajo el lunes.

“Cinco días más”, pensó él.

Pasaron algunos segundos antes de que Garrett volviera a hablar.

– ¿Puedo hacerte una pregunta personal?

– Depende de la pregunta.

Él se detuvo un momento, recogió un par de conchas y se las entregó.

– ¿Sales con alguien allá en Boston?

Ella tomó las conchas y respondió.

– No.

– ¿Por qué no? Una mujer como tú debe tener de dónde elegir.

Ella sonrió ante el comentario y lentamente comenzaron a caminar de nuevo.

– Gracias. Eres muy gentil al decir eso, pero no es tan sencillo, en especial cuando se tiene un hijo -se detuvo-. Y, ¿qué me dices de ti? ¿Sales con alguien?

Él negó con la cabeza.

– No. Supongo que no conozco a nadie en este momento con quien quiera salir.

– ¿Eso es todo?

Era el momento de la verdad y los dos lo sabían. Theresa sintió cómo se tensaba hasta la última fibra de su ser.

– Estuve casado -dijo Garrett-. Ella murió.

– Lo lamento -respondió Theresa en voz baja.

– Sucedió hace tres años. Desde entonces perdí el interés por salir con alguien o por buscar pareja -guardó silencio.

– Debes sentirte solo algunas veces -comentó Theresa.

– Así es, pero trato de no pensar mucho en eso. Me mantengo ocupado en la tienda y eso me ayuda a que pasen los días.

Al ver que Garrett se quedó en silencio, Theresa le preguntó:

– ¿Cómo era ella?

– ¿Catherine? -se le secó la garganta-. ¿De verdad te interesa saberlo?

Una parte de él quería que Theresa comprendiera. A pesar suyo se perdió en el pasado una vez más.

– Ho1a, corazón -saludó Catherine mientras levantaba la mirada desde el jardín-. No te esperaba en casa tan temprano.

– Tuvimos menos clientes en la tienda esta mañana y se me ocurrió que podría venir a casa para comer y ver cómo te sientes.