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– Ya estoy mucho mejor.

– ¿Crees que haya sido gripe?

– No lo sé con exactitud. Tal vez fue algo que comí. Casi una hora después de que te marchaste me sentí mucho mejor y vine aquí a hacer un poco de jardinería -señaló hacia una pequeña parcela que acababa de sembrar.

– Es maravilloso, pero usaste toda la tierra posible en tu persona, ¿no crees que debiste dejar un poco de tierra para las flores?

Ella se limpió la frente con el dorso de la mano y se puso de pie, mirándolo con los ojos entrecerrados porque la brillante luz del Sol los lastimaba.

– ¿Me veo muy sucia?

Tenía las piernas negras por haber estado arrodillada en la tierra y un manchón de lodo le cubría la mejilla. Le salían algunas guedejas de la enmarañada cola de caballo y se le veía el rostro sudoroso y enrojecido por el esfuerzo.

– Te ves perfecta.

Catherine se quitó los guantes y los arrojó al porche.

– No soy perfecta, Garrett, pero gracias. Vamos, te daré algo de comer. Sé que tienes que regresar a la tienda.

Suspiré y se volvió hacia Theresa, que lo miraba expectante. Habló con suavidad.

– Catherine era todo lo que siempre quise: bonita, encantadora y con un gran sentido del humor. Me apoyaba en todo lo que hacía. Ella… -guardó silencio al no encontrar las palabras-. No sé si alguna vez me acostumbraré a estar sin ella.

Theresa se sintió mucho más triste de lo que hubiera imaginado. No era sólo el tono de la voz, sino la expresión del rostro mientras la describía… como si aquel hombre se desgarrara entre la belleza y el dolor del recuerdo.

– Lo lamento -dijo él-. No quería que sonara así.

Theresa reaccionó sin pensarlo. Dio un paso hacia él y lo tomó de la mano. La sujetó entre las de ella y la apretó con suavidad.

– Tus sentimientos dicen mucho de ti, Garrett. Eres el tipo de persona que ama para siempre. Y eso no es algo por lo que debas avergonzarte.

– Lo sé. Sólo que han pasado ya tres años.

– Algún día encontrarás a alguien especial otra vez. La gente que se ha enamorado una vez por lo general reincide. Está en su naturaleza.

Le apretó la mano nuevamente y Garrett sintió que la calidez penetraba en él.

– Espero que tengas razón -comentó por fin.

– La tengo. Yo sé de estas cosas. Soy madre, ¿lo recuerdas?

Él rió por lo bajo, tratando de relajar la tensión que sentía.

– Sí, lo recuerdo. Y probablemente eres buena en eso.

Dieron vuelta y caminaron de regreso al muelle, conversando en voz baja y todavía con las manos entrelazadas. Llegaron adonde Garrett había dejado estacionado su vehículo y emprendieron la vuelta a la tienda, Garrett se sentía más confundido que nunca.

– ¿En qué piensas? -preguntó Theresa mientras Garrett cambiaba la velocidad del camión y atravesaban el puente con rumbo a Wilmington.

– Pensaba -respondió él-, en preguntarte si no tienes algo planeado porque me gustaría invitarte a cenar esta noche.

Ella sonrió.

– Esperaba que dijeras eso.

Él mismo seguía sorprendido por haberla invitado cuando dieron vuelta en el camino que conducía a la tienda.

– ¿Podrías estar en mi casa, digamos, a las ocho? Tengo algunas cosas que hacer en la tienda y es probable que no termine sino hasta alrededor de esa hora.

– Está bien.

Se detuvieron en el estacionamiento y Theresa siguió a Garrett hasta su oficina. Él garabateó la dirección de su casa en un papel, tratando de no mostrar lo confundido que se sentía.

– No tendrás problemas para encontrar el sitio -le explicó-. Sólo busca mi camión en el frente; pero si te pierdes, anoté mi número de teléfono en la parte de abajo.

Theresa pasó el resto de la tarde explorando el distrito histórico de Wilmington, mientras en la tienda, Garrett enfrentaba un problema tras otro.

Estaba cansado, y dio un largo suspiro de alivio cuando por fin cerró. Después del trabajo se dirigió primero a la tienda de abarrotes y recogió lo necesario para la cena. Se dio una ducha y se puso unos pantalones vaqueros limpios y una camisa delgada de algodón; luego salió al porche trasero y se sentó en una de las sillas de hierro forjado.

Por fin oyó el sonido de un motor que recorría con lentitud la cuadra. Se levantó de su asiento en el porche y rodeó la casa con el fin de ver a Theresa estacionarse en la calle.

Ella llevaba pantalones vaqueros y la misma blusa que tenía puesta esa mañana. Se veía tranquila al caminar hacia él, y cuando le sonrió con calidez, él se dio cuenta de que la atracción había aumentado desde que comieron juntos, y eso lo hizo sentir un poco incómodo. Cuando se acercó a ella, aspiró el aroma de su perfume.

– Traje una botella de vino -le dijo ella y se la entregó-. Pensé que podría ir bien con la cena -y después de una pequeña pausa añadió: – ¿Cómo pasaste la tarde?

– Estuve muy ocupado. De hecho, llegué a casa hace apenas un rato -se encaminó hacia la puerta del frente. Theresa caminaba a su lado-. Pensaba preparar carne a la parrilla, pero luego me pregunté si te gustaría cenar eso.

– ¿Estás bromeando? Crecí en Nebraska. Adoro un buen filete.

– Entonces recibirás una agradable sorpresa. Sucede que yo preparo los mejores filetes del mundo.

Al acercarse a los escalones del frente, Theresa miró la casa por primera vez. Era relativamente pequeña, de un solo piso, y los tablones de madera pintada de las paredes se estaban descascarando mucho en más de un sitio. Lo primero que notó al entrar fue la vista. En la habitación principal, las ventanas se extendían de piso a techo a lo largo de toda la parte posterior de la casa, que daba a todo lo ancho de la playa.

– La vista es increíble -comentó ella sorprendida.

– Sí, ¿verdad? Llevo varios años viviendo aquí, pero a mí también todavía me asombra.

A un lado estaba la chimenea, rodeada de una docena de fotografías de vida submarina. Theresa se acercó a ellas.

– ¿Te molesta si echo un vistazo?

– No, adelante. Tengo que preparar la parrilla que está atrás.

Después de que Garrett salió por las puertas corredizas de cristal al porche trasero, Theresa miró las fotografías durante un rato y luego recorrió el resto de la casa. En la parte del frente estaba la cocina una pequeña área para comer y el baño. Sólo tenía un dormitorio al que se llegaba por una puerta que daba a la sala.

Se detuvo y miró al interior. Cuando vio la mesita de noche notó la fotografía enmarcada de una mujer. Se aseguró de que Garrett estuviera todavía afuera, limpiando la parrilla, y entró para verla más de cerca.

Catherine debió haber tenido alrededor de treinta y cinco años cuando la tomaron. Era atractiva, más menuda que Theresa, con el cabello rubio cortado a la altura de los hombros y ojos verde oscuro que le daban un aspecto exótico. Parecían mirar a Theresa. Colocó la foto en su sitio con suavidad, asegurándose de dejarla en el mismo ángulo que tenía cuando la tomó. Se volvió, pero seguía sintiendo como si Catherine estuviera observando cada uno de sus movimientos.

Salió de la habitación, caminó hasta las puertas de cristal que daban de la sala al porche trasero y las abrió. Garrett sonrió al oírla salir. Ella caminó hasta la orilla del porche y apoyó los brazos en una de las barandillas.

– ¿Tomaste todas las fotografías que están en las paredes? -le preguntó.

Él retiró con el dorso de la mano los mechones de cabello que se le venían a la cara.

– Sí. Durante un tiempo me acostumbré a llevar la cámara en la mayoría de mis excursiones de buceo -mientras hablaba puso el carbón en la parrilla. Luego añadió un poco de fluido para encendedor-. Voy a dejar que esto se impregne un par de minutos. ¿Quieres algo de beber?

– ¿Qué tienes? -preguntó Theresa.

– Cerveza, gaseosas, o el vino que trajiste.

– Una cerveza me parece bien.

Mientras él entraba a la casa, Theresa se volvió y miró de un extremo a otro de la playa. Como el Sol comenzaba a ponerse, la mayor parte de la gente se había marchado ya y los pocos que quedaban corrían o caminaban.

– ¿Nunca te cansas de tener a toda esa gente aquí? -le preguntó cuando regresó.

Él le dio la cerveza.

– En realidad no. Por lo general, cuando llego a casa, la playa está casi desierta. Y en invierno no viene nadie.

Por un instante Theresa lo imaginé sentado en el porche mirando el agua, solo, como siempre. Garrett metió la mano al bolsillo y sacó unos fósforos. Encendió el carbón y dio un paso atrás cuando se levantaron las flamas.

– Ahora voy a comenzar a preparar la cena. Y, si tienes suerte, tal vez comparta contigo mi receta secreta.