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Ella inclinó la cabeza y lo miró furtivamente.

– Te das cuenta de que estás aumentando mis expectativa respecto a la carne, ¿verdad?

– Lo sé, pero tengo fe.

Él le guiñó un ojo y Theresa lo siguió a la cocina. Garrett abrió una alacena y sacó un par de papas. Las envolvió en papel de aluminio y las metió al horno.

– ¿Puedo ayudarte en algo?

– Creo que tengo todo bajo control. Compré una de esas, ensaladas que ya vienen preparadas.

Theresa se hizo a un lado cuando Garrett sacó del refrigerador el recipiente de la ensalada. Él la miró por el rabillo del ojo mientras vaciaba el contenido en una fuente. ¿Qué tenía aquella mujer que lo hacía sentir deseos de estar lo más cerca posible de ella? Con todos estos pensamientos en la cabeza, volvió a abrir el refrigerador y tomó la carne.

Ella le dirigió una sonrisa retadora.

– Y, ¿qué hay de especial en estos filetes?

Garrett puso un poco de whisky en un recipiente poco profundo.

– Uno que otro detalle. Primero se necesitan un par de filetes gruesos como éstos. Luego se sazonan con un poco de sal, pimienta y polvo de ajo y se dejan macerar en whisky mientras los carbones se ponen blancos -lo iba haciendo mientras lo explicaba.

– ¿Ese es tu secreto?

– Es sólo el principio -aseguró-. El resto tiene que ver con la manera en que se asan.

Theresa estaba tranquila, apoyada en el mostrador de la cocina y de pronto Garrett se dio cuenta de lo hermosa que se veía. Algo en la forma en que estaba de pie le pareció familiar… la sonrisa o tal vez el sesgo de su mirada al observarlo. De nuevo recordó una perezosa tarde de verano en que llegó a casa a comer para sorprender a Catherine. Estuvieron de pie en la cocina, tal como él y Theresa se encontraban ahora.

– Supongo que tú ya comiste -dijo Garrett al ver que Catherine se quedaba de pie frente al refrigerador abierto.

Catherine lo miró.

– No tengo hambre -respondió ella-, pero sí tengo sed. ¿Quieres un poco de té helado?

– Sí.

Abrió la alacena y sacó dos vasos. Después de poner el primer vaso sobre el mostrador de la cocina, el segundo se le escurrió repentinamente de entre las manos.

– ¿Estás bien? -preguntó Garrett.

Catherine se pasó la mano por el cabello, avergonzada, y luego se inclinó para recoger los trozos de vidrio.

– Me mareé por un segundo, pero ya se me pasó.

Garrett caminó hacia ella y comenzó a ayudarla a limpiar.

– ¿Otra vez te sientes mal?

– Un poco, pero quizá se deba a que estuve demasiado tiempo afuera esta mañana.

Garrett no dijo nada mientras recogía los vidrios.

Garrett tragó saliva y de pronto se hizo consciente del largo silencio que había caído en la cocina.

– Voy a revisar cómo va el carbón -dijo.

Mientras él estaba afuera, Theresa puso la mesa. Colocó una copa de vino al lado de cada plato y buscó en un cajón los cubiertos. Cerca de ellos encontró dos pequeños candeleros con velas. Después de preguntarse si eso no sería demasiado, decidió ponerlos también en la mesa. Garrett regresó cuando ella estaba a punto de terminar.

– ¿Me enseñarás el resto de tu receta secreta?

– Claro, con mucho gusto -respondió él. Extrajo de la fuente con whisky dos de los filetes; luego abrió el refrigerador y sacó una bolsa chica de plástico-. Esto es sebo, la parte grasosa de la carne que por lo general se elimina. Hice que el carnicero me guardara un poco cuando compré los filetes.

– ¿Para qué sirve?

– Ya lo verás -respondió.

Regresó a la parrilla con los filetes y unas tenazas, que colocó sobre la barandilla del asador. Luego, con un pequeño fuelle de mano, comenzó a soplar las cenizas de las briquetas.

– Parte del secreto para cocinar un magnífico filete es asegurarse de que el carbón esté bien caliente. Se usa el fuelle para quitar las cenizas. Así no hay nada que bloquee el calor.

Puso la carne en la parrilla con las tenazas. Durante el breve tiempo que se necesitaba para que se asaran, Garrett se dedicó a observar a Theresa con el rabillo del ojo. El cielo comenzaba a tornarse anaranjado y la cálida luz le oscurecía los ojos marrón. La brisa le levantaba el cabello de manera seductora.

Por fin Garrett se volvió para tomar el sebo.

– Creo que ahora sí ya estamos listos para esto.

Colocó algunos trozos de sebo sobre las briquetas, directamente debajo de la carne. Luego se inclinó y sopló hasta que prendieron.

– ¿Qué haces?

– Las llamas van a soasar la carne con todo su jugo, lo que mantiene tierno al filete. Es la misma razón por la que se usan tenazas y no un tenedor. Arrojó otro par de trozos de sebo a las briquetas y repitió el proceso.

Theresa miró a su alrededor y comentó:

– Este es un sitio muy tranquilo. Ya veo por qué compraste el lugar -se volvió hacia él-. Dime, Garrett, ¿en qué piensas cuando estás aquí solo?

Hubiera querido contestarle: “Pienso en Catherine”, pero se contuvo y suspiró.

– A veces pienso en el trabajo; a veces sueño con navegar y dejar todo atrás.

Ella lo miró con mucha atención mientras pronunciaba esas últimas palabras.

– Garrett, tienes que dejar de huir de lo que te pasa -le dirigió una sonrisa llena de confianza-. Además tienes mucho que ofrecerle a alguien.

Garrett guardó silencio. Durante los siguientes minutos lo único que se oía era el sonido que hacía la carne al irse asando en la parrilla y las olas que rompían en la playa… un rumor continuo y tranquilizador. La tensión que Garrett experimentó antes se atenuó hasta casi desaparecer y mientras permanecían de pie, uno al lado del otro, en la cada vez más profunda penumbra, él percibió que había algo más en aquella velada de lo que cualquiera de los dos hubiera querido admitir.

Poco antes de que la carne estuviera lista, Theresa volvió a entrar en la casa para terminar de poner la mesa. Con esmero, encendió las velas y estaba colocando la botella de vino en la mesa cuando Garrett entró.

Después de cerrar las puertas de cristal vio lo que ella había hecho. La cocina estaba a oscuras, salvo por la luz que provenía de las pequeñas llamas de las velas y cuyo brillo daba a Theresa un aspecto hermoso. Los ojos de ella parecían atrapar las flamas danzarinas. Se miraron, cada uno desde su lado de la mesa, los dos inmovilizados un instante por la sombra de posibilidades distantes. Luego Theresa aparté la mirada.

– No pude encontrar un sacacorchos -comentó ella por no tener otra cosa que decir.

– Yo lo traeré -se apresuró él-. Es probable que esté en el fondo de alguno de los cajones.

Garrett llevó el platón con los filetes a la mesa y se dirigió a un cajón. Después de revolver entre diversos utensilios, encontró el sacacorchos. Con un par de movimientos rápidos abrió la botella y sirvió la cantidad precisa en cada copa. Luego se sentó y usó las tenazas para colocar los trozos de carne en los platos.

– Es el momento de la verdad -comentó ella precisamente antes de probar el primer bocado. Garrett sonrió mientras la observaba comerlo.

– Garrett, ¡está delicioso! -afirmó Theresa con énfasis.

– Gracias.

Las velas se fueron empequeñeciendo conforme avanzaba la velada y Garrett le dijo un par de veces lo feliz que se sentía de que estuviera ahí. Afuera, la marea subía lentamente, guiada por la Luna, en cuarto creciente, que parecía haber brotado de la nada.

Después de cenar Garrett sugirió otro paseo por la playa.

La noche era tibia. Bajaron del porche y se dirigieron hacia una pequeña duna y de ahí a la playa. Se quitaron los zapatos y caminaron con paso lento, muy cerca el uno del otro y Garrett buscó la mano de Theresa. Al sentir su calidez, ella se preguntó, sólo por un instante, qué se sentiría si él le tocara el cuerpo, si le recorriera con las manos toda la piel.

– Hace muchísimo tiempo que no pasaba una velada como ésta -confesó Garrett por fin.

– Tampoco yo -aseguró ella.

La arena estaba fresca bajo sus pies.

– Garrett, ¿recuerdas cuando me invitaste a navegar contigo?

– Sí.

– ¿Por qué me pediste que te acompañara?

Él la miró con curiosidad.

– ¿A qué te refieres?

– Me refiero a que me pareció que tan pronto lo dijiste comenzaste a lamentarlo.

El se encogió de hombros.

– No estoy seguro de que “lamentarlo” sea la palabra Creo que me sentí sorprendido de haberte invitado, pero no lo lamenté en ningún momento.

Ella sonrió.

– ¿Estás seguro?

– Sí, estoy seguro. Además, estos últimos dos días han sido los mejores que he tenido en mucho, mucho tiempo.