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Pero ¿lo amaba?

En vano recordó la conversación de la noche anterior… el temor de Garrett de dejar atrás el pasado, sus sentimientos acerca de no poder verla tanto como lo deseaba. Eso podía entenderlo muy bien, pero… creo que estoy enamorado de ti.

Frunció el entrecejo. ¿Por qué añadió la palabra “creo”?

Cerró los ojos con cansancio, porque de pronto no deseé enfrentarse a sus conflictivas emociones. Sin embargo, una cosa sí era segura. Ella no le diría nunca que lo amaba hasta que tuviera la certeza de que él podría dejar a Catherine en el pasado.

El lunes por la mañana Theresa sintió por fin los efectos de su turbulenta aventura. Casi no había dormido y el primer lugar al que se dirigió cuando llegó al trabajo fue a la sala de descanso, a buscar un café.

– ¡Vaya, hola, Theresa! -Deanna entró detrás de ella y la saludó alegremente-. Nunca pensé que estarías aquí. Me muero por saber todo lo que ocurrió.

– Buenos días -murmuró Theresa mientras revolvía su café-. Siento no haberte llamado, pero llegué un poco cansada después de esa semana -dijo.

Deanna se apoyó en el mostrador.

– Bueno, no me sorprende. Ya me lo imaginaba.

– ¿A qué te refieres?

Los ojos de Deanna brillaban.

– Ven conmigo -dijo con una sonrisa de complicidad mientras la guiaba de vuelta a la sala de redacción. Cuando Theresa vio su escritorio, se quedó sin aliento. Al lado de la correspondencia se había acumulado mientras ella no estaba había una docena de rosas, bellamente arregladas en un florero alto y transparente.

– Llegaron a primera hora esta mañana.

Theresa tomó la tarjeta que estaba apoyada en el florero y la abrió de inmediato. Decía:

Para la mujer más hermosa que conozco…

Ahora que estoy solo de nuevo, nada es como antes.

El cielo es más gris, el mar más amenazador.

Te extraña,

Garrett

Theresa sonrió al ver la nota, la volvió a meter en el sobre y se inclinó para oler las flores.

– Estoy segura de que tuviste una semana memorable -comentó Deanna.

– Así fue -respondió sencillamente Theresa.

– Mira, Theresa, tengo algo de trabajo que hacer. ¿Crees que podamos comer juntas hoy? Así podremos charlar.

– Claro. ¿Dónde?

– ¿Qué te parece Mukini’s? Apuesto a que no hay mucho sushi allá en Wilmington.

– Me parece estupendo.

Deanna le dio unos golpecitos a Theresa en el hombro y se encaminó a su oficina. Theresa volvió a inclinarse para aspirar el fresco aroma de las rosas otra vez antes de poner el florero en un rincón de su escritorio. Durante un par de minutos estuvo clasificando la correspondencia, fingiendo que no veía las flores, hasta que la sala de redacción reasumió su caótica rutina. Se aseguró de que nadie le estuviese observando, tomó el teléfono y marcó el número de Island Diving.

Ian tomó la llamada.

– Espere. Creo que está en su oficina. ¿De parte de quién?

– Dígale que es alguien que quiere reservar unas lecciones de buceo para dentro de un par de semanas -trató de mantener un tono impersonal, porque no estaba segura de si Ian sabía de la relación entre ellos.

Ian la puso en espera y hubo silencio en la línea por un momento. Luego volvió la línea y se oyó la voz de Garrett.

– Dígame, ¿en qué puedo servirle? -preguntó él con una voz que transmitía cansancio.

– Están muy hermosas. Pero, ¿cómo supiste que mis preferidas son las rosas?

Él reconoció la voz y su tono se animó.

– ¡Vaya, eres tú! No estaba seguro, pero nunca he sabido de una mujer a quien no le gusten, así que me arriesgué.

Ella sonrió.

– ¿Así que le envías rosas a muchas mujeres?

– A millones. Tengo muchas admiradoras. Los instructores de buceo somos casi como las estrellas de cine, tú sabes.

– Como estrellas de cine, ¿eh?

– Por supuesto. ¿Alguien preguntó quién te las enviaba?

Theresa rió.

– Claro que sí. Dije que tenías sesenta y ocho años, eras gordo y con un terrible ceceo; pero ya que causabas tanta lástima, decidí salir a comer contigo. Y ahora me persigues.

– Oye, eso duele -replicó él. Guardó silencio-. Pero sí, estoy pensando en ti.

Ella miró las rosas.

– Igual yo -respondió.

Después de colgar, Theresa se sentó en silencio durante un rato Y tomó la tarjeta de nuevo. La leyó una vez más y luego la guardó en su bolso para que estuviera segura. Conociendo a sus compañeros de trabajo, alguno podría leerla cuando ella no se diera cuenta.

Durante la comida, Theresa recapituló lo ocurrido durante la semana anterior. Se guardó muy poco para sí y Deanna la escuchó totalmente cautivada.

– Parece que te fue de maravilla -dijo.

– Así es. De verdad fue una de las mejores semanas que he pasado. Sólo que…

– ¿Qué?

Nerviosa, trató de organizar sus ideas.

– No estoy segura de que llegue a olvidar a Catherine.

De pronto, Deanna rió.

– ¿Qué te causa tanta gracia? -preguntó Theresa sorprendida.

– Tú, Theresa. Sabías perfectamente bien que él todavía estaba enamorado de Catherine cuando fuiste allá. Recuerda que fue ese intenso amor lo que te atrajo en primer lugar. ¿Creías que él olvidaría por completo a Catherine en un par de días sólo porque ustedes dos se llevaron tan bien?

Theresa se sintió avergonzada.

La voz de Deanna se suavizó.

– Debes tomar esto paso a paso. Vean cómo se sienten a lo largo de las próximas dos semanas y, la siguiente vez que vayas, con seguridad sabrás más de lo que sabes ahora.

– ¿Tú crees? -Theresa miró con preocupación a su amiga.

– Tuve razón cuando te obligué a ir allá, ¿recuerdas?

En la siguientes dos semanas Garrett y Theresa hablaron por teléfono cada noche, a veces durante horas.

Kevin regresó y eso hizo que el tiempo pasara con más rapidez para Theresa que para Garrett. La primera noche que Kevin estuvo de vuelta en casa Theresa le contó acerca de su viaje a Wilmington. Mencioné a Garrett, tratando de transmitirle cómo se había sentido con respecto a él pero, sin alarmarlo. Al principio, cuando le explicó que irían a visitarlo el siguiente fin de semana, Kevin no pareció muy entusiasmado, pero después de decirle lo que hacía Garrett para ganarse la vida, Kevin comenzó a mostrar algunos signos de interés.

– ¿Quieres decir que tal vez me enseñe a bucear? -preguntó.

– Dijo que lo haría si tú quieres.

– ¡Genial! -exclamó Kevin.

Cuando por fin llegó el día en que Theresa y Kevin irían a visitarlo, Garrett compró algunas cosas para comer, lavó su camión por dentro y por fuera y después se bañó antes de dirigirse, nervioso, al aeropuerto.

Cuando Theresa bajó del avión con Kevin a su lado, toda la inquietud de Garrett se desvaneció de pronto. Estaba más hermosa de lo que recordaba. Kevin se veía exactamente igual que su fotografía, y se parecía mucho a su madre: tenía el cabello y los ojos oscuros. El chico llevaba unas bermudas largas, tenis Nike y una camiseta de un concierto de Hootie and the Blowfish.

Cuando Theresa vio a Garrett lo saludó con la mano y él caminó hacia ellos para ayudar con el equipaje de mano. Theresa se acercó a él y lo besó alegremente en la mejilla.

– Garrett, quiero presentarte a mi hijo, Kevin -dijo ella con gran orgullo.

– Hola, Kevin. ¿Estás listo para tus lecciones de buceo este fin de semana?

– Eso creo. He estado leyendo algo sobre el tema -respondió el chico, tratando de parecer mayor.

– Vaya, qué bien. Si tenemos suerte tal vez hasta podamos lograr que recibas tu certificado antes de que te marches.

– ¿Puede hacerse eso en unos cuantos días?

– Por supuesto. Hay que resolver un examen escrito y pasar algunas horas en el agua con un instructor, pero como serás mi único estudiante este fin de semana, a menos que tu madre quiera aprender también, tendremos tiempo más que suficiente.

– ¡Eso es genial! -exclamó Kevin con alegría-. ¿También tú aprenderás, mamá?

– No lo sé. Tal vez.

– Creo que deberías hacerlo -dijo Kevin-. Sería divertido.

– Bien -aceptó ella elevando los ojos al cielo-. Aprenderé también pero si veo algún tiburón cerca, renuncio.