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– Hoy te extrañé mucho.

– Sólo hemos dejado de vernos unos cuantos días -comentó ella con suavidad.

– Lo sé. Y hablando del tema ¿cuándo volveremos a vernos?

– Mmm, ¿qué te parece si en tres semanas? Estaba pensando que tal vez tú pudieras venir esta vez. Kevin estará en un campamento de fútbol soccer toda la semana y podremos pasar algún tiempo a solas.

Mientras ella hablaba, Garrett miraba la fotografía de Catherine que tenía sobre la mesa de noche. Necesitó de algunos segundos para responder.

– Bueno, supongo que podría ir.

– No pareces muy convencido.

– Pero lo estoy.

– Entonces, ¿te pasa algo?

– No.

Ella guardó silencio, insegura.

– ¿De verdad estás bien, Garrett?

Tuvieron que transcurrir varios días y varias llamadas telefónicas a Theresa para que Garrett comenzara a sentirse mejor. Poco a poco la imagen de la pesadilla comenzó a desvanecerse. El calor de finales de verano parecía hacer que el tiempo pasara con más lentitud de lo normal, pero Garrett se mantenía tan ocupado como podía, haciendo lo posible para no pensar en las complejidades de su nueva situación.

Dos semanas más tarde llegó a Boston.

Después de recogerlo en el aeropuerto, Theresa le mostró a Garrett la ciudad. Comieron en Faneuil Hall, vieron los botes de remos deslizarse por el río Charles y se deleitaron con su mutua compañía. Cuando el día comenzó a refrescar y el Sol se ocultó tras de los árboles se detuvieron en un restaurante de comida mexicana y compraron algo para llevar al departamento. Sentado en el piso de la sala, a la luz de las velas, Garrett miró a su alrededor.

– Tienes un lindo departamento -comentó-. No sé por qué pensé que sería más pequeño, sin embargo veo que es más grande que mi casa.

– Sólo un poco, pero gracias. Para nosotros está perfecto.

Afuera del departamento podía oírse con claridad el ruido del tránsito de la ciudad. Un auto frenó, se oyó el sonido de una bocina y de inmediato el aire se llenó con el ruido de otros autos que se unían al coro.

– ¿Es siempre tan tranquilo y silencioso? -preguntó él.

Ella hizo un gesto hacia la ventana.

– Las noches de viernes y sábado son las peores, pero si se vive aquí el tiempo suficiente, uno termina por acostumbrarse.

Los ruidos de la ciudad continuaron. Una sirena ululó a la distancia y el sonido se hacía cada vez más intenso conforme se aproximaba por las calles.

– ¿Podrías poner algo de música? -preguntó Garrett.

– Claro. ¿Qué te gustaría?

– Me gustan los dos tipos -respondió él haciendo una pausa dramática-. Country y country.

Ella rió.

– De esas no tengo. ¿Qué te parece un poco de jazz?

Se levantó, eligió un disco que pensó que podría gustarle a Garrett y lo puso en el aparato de sonido. Momentos más tarde la música comenzó a oírse, precisamente cuando el embotellamiento de tránsito en la calle pareció terminar.

– Así que… ¿qué opinas de Boston hasta ahora? -preguntó ella volviendo a sentarse.

– Me gusta. Para ser una gran ciudad no está tan mal. Siempre me la imaginaba muy distinta: con multitudes, asfalto, rascacielos, ni un solo árbol a la vista y asaltantes en cada esquina. Pero no es así en absoluto.

Ella sonrió.

– Es agradable, ¿verdad? Quiero decir, por supuesto que no es como la playa, pero tiene su encanto, sobre todo si consideras lo que la ciudad tiene que ofrecer. Puedes ir a conciertos, museos o simplemente pasear por una zona del centro a la que llamamos Common. Aquí hay algo para todos… incluso un club de yates.

Parecía como si le estuviera vendiendo el lugar, así que Garrett decidió cambiar de tema.

– ¿Dijiste que Kevin se fue a un campamento de fútbol?

A la mañana siguiente Garrett y Theresa pasearon por los vecindarios italianos del North End de Boston, caminaron a lo largo de las calles estrechas y serpenteantes y se detuvieron a comer cannoli y a tomar café. Garrett le preguntó sobre su trabajo mientras recorrían la ciudad.

– ¿Podrías escribir tu columna en casa?

– Con el paso del tiempo supongo que sí, pero por el momento no es posible.

– ¿Por qué no?

– Bueno, para comenzar no está establecido en mi contrato. A menudo tengo que entrevistar gente, y eso toma tiempo… en ocasiones hasta debo viajar un poco. Además, tengo que hacer investigaciones y cuando estoy en la oficina tengo acceso a muchas más fuentes. Y también habría que considerar el hecho de que necesito un lugar donde puedan ponerse en contacto conmigo. Gran parte del material que produzco es de interés humano por lo que recibo llamadas durante todo el día. Si trabajara en casa, sé que muchas personas llamarían por la noche y no estoy dispuesta a sacrificar el tiempo que le dedico a Kevin.

Garrett se detuvo en una tienda que se extendía sobre la acera y que vendía fruta fresca. Tomó un par de manzanas de una canasta y le entregó una a Theresa.

– ¿Qué es lo que más éxito ha tenido de lo que has escrito en tu Columna? -preguntó.

Theresa sintió que se quedaba sin aliento. ¿Lo que tuvo más éxito? Fácil. Una vez encontré un mensaje en una botella y recibí casi doscientas cartas.

Se obligó a pensar en algo más.

– Bueno, recibo mucha correspondencia cuando escribo sobre niños discapacitados -respondió por fin.

– Debe ser gratificante -dijo él mientras le pagaba al tendero.

– Lo es.

Antes de dar una mordida a su manzana, Garrett preguntó.

– ¿Podrías seguir escribiendo tu columna si cambiaras de diario?

Ella sopesó la pregunta.

– Sería difícil, en especial si quiero que mi columna se siga publicando en otros diarios. Apenas me estoy haciendo de un nombre como articulista y el tener el respaldo del Times de Boston me ayuda mucho en realidad. ¿Por qué?

– Simple curiosidad -respondió él en voz baja.

El resto de sus vacaciones, el tiempo pasó volando. Por las mañanas Theresa iba al trabajo algunas horas y luego regresaba a casa para pasar las tardes y noches con Garrett. A veces alquilaban una película para verla en casa después de cenar, pero por lo general preferían pasar el tiempo juntos sin otras distracciones.

Durante los siguientes dos meses su relación a larga distancia comenzó a evolucionar de un modo que ni Theresa ni Garrett anticiparon, aunque debieron haberlo hecho.

Ajustaron sus calendarios y lograron verse tres veces más, siempre en fines de semana. Una vez Theresa voló a Wilmington para que pudieran estar solos y pasaron el tiempo encerrados en la casa de Garrett. Él, a su vez, viajó a Boston dos veces y pasó la mayor parte del tiempo yendo y viniendo para asistir a los torneos de fútbol soccer de Kevin.

Cuando estaban juntos durante esos fines de semana parecía como si nada más importara en el mundo, pero ninguno de los dos hablaba de lo que ocurriría en el futuro.

Como no se veían muy a menudo, su relación tenía más altibajos de los que ninguno de los dos hubiera experimentado antes. Todo parecía bien cuando estaban juntos y todo iba mal cuando no lo estaban. Para Garrett, cada vez era más difícil tolerar la distancia entre ellos. Como él lo veía, alguno de los dos tendría que cambiar su estilo de vida de manera radical.

Pero, ¿quién?

Él tenía su propio negocio en Wilmington. Theresa tenía una floreciente carrera en Boston.

No quería pensar al respecto. En vez de ello se concentraba en el hecho de que amaba a Theresa y se aferraba a la idea de que si estaban destinados a estar juntos, encontrarían una manera de lograrlo.

Sin embargo, muy en su interior sabía que no iba a ser fácil y no sólo por la distancia entre ellos. Después de regresar de su segundo viaje a Boston, mandó ampliar y enmarcar una foto de Theresa. La colocó en la mesa de noche, frente a la fotografía de Catherine, pero a pesar de lo que sentía por Theresa le parecía que estaba fuera de lugar en su habitación. Unos días más tarde, cambió de sitio la fotografía al otro lado del cuarto, pero eso no sirvió de nada. Sin importar dónde la pusiera parecía como si los ojos de Catherine la siguieran. Por fin, guardó el retrato de Theresa en el fondo de un cajón y tomó el de Catherine. Suspiró, se sentó en la cama y lo sostuvo frente a él.

– Nosotros no teníamos estos problemas -susurró mientras pasaba el dedo sobre la fotografía-. Para nosotros todo fue siempre fácil, ¿verdad?