La siguiente carta. “Querida Catherine…”
– ¿Qué es esto? -murmuró, incapaz de creer lo que estaba viendo-. ¡No puede ser! -volvió a leer las cartas sólo para poder confirmarlo.
Era verdad. Eran sus cartas, las cartas para Catherine que había arrojado por la borda del Happenstance y que no había esperado volver a ver jamás.
Apenas oyó el ruido de la puerta del frente al abrirse y volver a cerrarse.
– Garrett, ya regresé -dijo Theresa. Se detuvo y él pudo oírla recorrer el departamento. Luego preguntó: – ¿Dónde estás?
Él no respondió.
Theresa entró en la habitación y lo miró. Estaba pálido y tenía blancos los nudillos por sujetar con fuerza las hojas.
– ¿Estás bien? -preguntó ella.
Él levantó la cabeza lentamente y la miró.
Como una ola, todo la golpeó de pronto: el cajón abierto, los papeles que tenía él en las manos, la expresión del rostro… y supo de inmediato lo que había ocurrido.
– Garrett, yo… verás, puedo explicarte todo -dijo ella en voz baja y rápida.
– Mis cartas -susurró él. La miró con una mezcla de confusión y rabia-. ¿Cómo obtuviste mis cartas?
– Encontré una en la playa, y…
Él la interrumpió.
– ¿La encontraste?
Ella asintió y trató de explicarle.
– Cuando estuve en Cape Cod. Un día salí a correr y encontré la botella.
Garrett miró la primera página, la única carta original. Era la que había escrito ese mismo año. Pero las otras…
– ¿Y éstas? -preguntó sosteniendo en alto las copias. Theresa respondió con suavidad.
– Me las enviaron.
– ¿Quién? -confundido, se levantó de la cama. Ella dio un paso hacia él con la mano en alto.
– Otras personas que también las encontraron. Una de ellas leía mi columna
– ¿Publicaste mi carta? -lo dijo como si acabara de recibir un golpe en el abdomen.
– No sabía… -comenzó ella.
– ¿No sabías qué? -dijo él en voz alta, con el dolor reflejándose en su voz-. ¿Que esto no era algo que yo quisiera que todo el mundo viera?
– Estaba en la playa. Tenías que saber que alguien la encontraría -explicó ella rápidamente-. No puse sus nombres.
– Pero la publicaste en el diario -miró de nuevo las cartas y luego a Theresa, como si la viera por primera vez-. Me mentiste.
– No lo hice.
Él no la oía.
– Me mentiste -repitió como si hablara consigo mismo-. Y fuiste a buscarme. ¿Para qué? Para poder escribir otra columna. ¿De eso se trata todo esto?
– No. Estás equivocado.
– Entonces, ¿de qué se trató?
– Después de leer tus cartas yo… quise conocerte.
No comprendía lo que ella estaba diciendo. Vino a su mente la imagen de Catherine y sostuvo las cartas frente a sí.
– Eran mis cartas… mis sentimientos, mi manera de hacer frente a la pérdida de mi esposa. Mías, no tuyas.
– No quise lastimarte.
Los músculos de la mandíbula se le tensaron.
– Usaste mis sentimientos por Catherine y trataste de manipularlos para convertirlos en lo que tú querías. Creíste que porque amaba a Catherine también te amaría a ti, ¿no es cierto?
De pronto Theresa se sintió incapaz de hablar.
– Lo planeaste desde el principio, ¿verdad? Todo el asunto estaba arreglado.
Él pareció aturdido un momento y ella se le acercó.
– Sí, Garrett, admito que quería conocerte. Las cartas eran tan hermosas… pero no sabía lo que iba a ocurrir. No planeé nada después de eso -lo tomó de la mano-. Te amo, Garrett. Esto tienes que creerlo.
Cuando terminó de hablar, él se soltó y se alejó.
– ¿Qué clase de persona eres? Estás atrapada en alguna de extraña fantasía…
– ¡Cállate, Garrett! -le gritó furiosa mientras las lágrimas se le agolpaban en los ojos.
Sostuvo en alto las cartas otra vez y con voz quebrada dijo:
– Crees que comprendes lo que tuvimos Catherine y yo, pero no es así. No importa cuántas cartas leas, no importa lo bien que me conozcas, nunca comprenderás. Lo que hubo entre ella y yo era real y verdadero. Fue real y ella también era real.
Luego, molesto, agregó algo que la lastimo mas que cualquier cosa de lo que había dicho hasta ese momento.
– Nuestra relación ni por mucho se acerca a lo que hubo entre Catherine y yo.
No esperó una respuesta. En vez de ello pasó a su lado y tomó su maleta. Con enorme furia arrojó todo en el interior y la cerró a toda prisa. Por un momento ella pensó en detenerlo, pero el comentario la había dejado aturdida.
Él cogió su maleta.
– Estas -dijo mostrándole las cartas- son mías, así que me las llevo-. Sin otra palabra que agregar se dio vuelta, atravesó la sala y se marchó.
Capítulo Ocho
Garrett tomó un taxi al aeropuerto, pero no halló vuelo de regreso y se encontró pasando la noche en la terminal, todavía furioso e incapaz de dormir. Durante horas caminó frente a tiendas que hacía mucho habían cerrado, deteniéndose sólo de vez en cuando para mirar a través de las barreras que mantenían a raya a los viajeros nocturnos.
A la mañana siguiente tomó el primer vuelo que pudo, llegó a su casa poco después de las once y fue directo a su habitación. Sin embargo, mientras estaba acostado en la cama, lo ocurrido la tarde anterior comenzó a repetirse en su cabeza, lo que lo mantuvo despierto. Al final, se dio por vencido. Se bañó, se vistió y se sentó otra vez en la cama. Contempló la fotografía de Catherine y la llevó a la sala. Encontró las cartas donde las había dejado, sobre la mesa de centro. Con la fotografía frente a sí, leyó las cartas con lentitud, casi con veneración, mientras sentía cómo la presencia de Catherine llenaba el cuarto.
– ¡Vaya! Pensé que habías olvidado por completo nuestra cita -dijo él mientras veía a Catherine caminar por el muelle con una bolsa de comestibles.
Ella sonreía, lo tomó de la mano y subió a bordo.
– No lo olvidé. Es sólo que tuve que desviarme un poco en el camino. Fui a ver al doctor.
Él le quitó la bolsa y la puso a un lado.
– ¿Ocurre algo? Sé que no te has sentido bien últimamente.
– Estoy bien -respondió ella-, pero no creo que pueda navegar esta noche.
– Te pasa algo malo, ¿verdad?
Catherine sonrió de nuevo y se inclinó para sacar un pequeño paquete de la bolsa. Garrett la miró y ella comenzó a abrirlo.
– Cierra los ojos -le pidió- y te lo contaré todo.
Todavía sin saber qué hacer, Garrett cerró los ojos y oyó como se rompía un papel de China.
– Muy bien, ya puedes abrirlos.
Catherine sostenía frente a ella una prenda de bebé.
– ¿Qué es eso? -preguntó sin comprender.
Estaba muy animada.
– Estoy embarazada -explicó con emoción.
– ¿Embarazada?
– Sí. Oficialmente tengo ocho semanas.
– ¿Ocho semanas?
Sorprendido y titubeante, Garrett tomó la ropita de bebé y la sostuvo delicadamente en la mano; luego se inclinó hacia delante y le dio a Catherine un abrazo.
– ¡No puedo creerlo!
– Pues es verdad.
Una amplia sonrisa se le dibujó en los labios cuando por fin comprendió lo que le estaba diciendo.
– ¡Estás embarazada!
Catherine cerró los ojos y le susurró al oído:
– Y tú vas a ser padre.
Los pensamientos de Garrett fueron interrumpidos por el chirrido de la puerta. Su padre metió la cabeza en la habitación.
– Vi tu camión afuera -le dijo-. No esperaba que volvieras hasta esta tarde -al ver que Garrett no le respondió, su padre entró y descubrió la fotografía de Catherine en la mesa-. ¿Estás bien, hijo? -preguntó con cautela.
Se sentaron en la sala mientras Garrett le explicaba la situación desde el principio: sus sueños recurrentes, los mensajes que había estado enviando en botellas, y por fin, la discusión sostenida con Theresa la noche anterior. Cuando terminó, su padre le quitó las cartas de la mano.
– Debe de haber sido una verdadera sorpresa -dijo al tiempo que miraba las hojas de papel-, pero, ¿no crees que te portaste un poco duro con ella?
Garrett movió la cabeza con cansancio.
– Ella sabía todo sobre mí. Ella lo planeó todo.
– No, no fue así -lo contradijo su padre con suavidad-. Tal vez haya venido a conocerte, pero no hizo que te enamoraras de ella. Eso lo hiciste solo.
Garrett desvió la cara antes de volver a mirar la fotografía que tenía sobre la mesa.
– Pero, ¿no crees que estuvo mal que no me lo dijera? ¿Crees que estuvo bien que lo ocultara?