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Aunque ella notó que él habló en plural al responderle, decidió no comentarlo.

– Debe de haber sido mucho trabajo.

Theresa sonrió al decirlo y Garrett sintió que algo tocaba una fibra en su interior. Era muy bonita.

– Lo fue, pero valió la pena -comentó-. Es más divertido navegar en él que en otros botes.

– ¿Por qué?

– Porque lo construyeron personas que lo usaban para ganarse la vida. Se esmeraron en su diseño y eso hace que navegar sea mucho más sencillo.

– Supongo que usted ha navegado desde hace mucho tiempo.

– Desde que era niño.

Ella asintió. Después de una breve pausa, Theresa dio un pequeño paso hacia el bote.

– ¿No le molesta?

Él negó con la cabeza.

– No. Adelante.

Theresa se acercó y pasó la mano por el costado del casco. Garrett no pudo evitar observarla, notar su figura esbelta y cómo el cabello oscuro y lacio le rozaba los hombros, pero no fue sólo la manera en que ella lucía lo que atrajo su atención. Se veía lo segura que era por el modo en que se movía. De pronto Garrett percibió que parecía saber exactamente lo que los hombres sentían al acercarse a ella. Movió la cabeza.

– ¿Cuánto tiempo tardó en restaurarlo? -preguntó ella al tiempo que se volvía a mirarlo.

– Tuvo que pasar casi un año antes de que pudiéramos volver a meterlo al agua.

Theresa notó de nuevo el uso del plural.

Después de admirar el bote unos cuantos segundos más, volvió al lado del hombre. Por un momento ninguno de los dos dijo nada.

– Bueno -dijo ella por fin al tiempo que se cruzaba de brazos-, probablemente ya le quité demasiado tiempo.

– No se preocupe usted -le aseguró él-. Me encanta hablar acerca de botes.

– Es interesante. Siempre me ha parecido muy divertido.

– Parece como si nunca antes hubiera navegado.

Ella se encogió de hombros.

– Es verdad, nunca lo he hecho. No se me ha presentado la oportunidad.

Ella lo miró mientras hablaba y cuando los ojos de ambos se encontraron, Garrett se oyó decir unas palabras que ya no fue posible detener.

– Bueno, si quiere ir, por lo general lo saco a navegar después del trabajo. Es bienvenida si desea acompañarme esta tarde.

No estaba muy seguro de por qué había dicho aquello. “Tal vez”, pensó, “es el deseo de compañía femenina después de todos estos años, aunque sea por corto tiempo”. O tal vez tendría que ver con la manera en que los ojos de aquella mujer se iluminaban siempre que hablaba.

También Theresa se sorprendió un poco, pero decidió aceptar de inmediato.

– Me encantaría. ¿A qué hora?

– ¿Qué le parece a las siete? El Sol comienza a bajar entonces y es el momento ideal para salir.

– A las siete me parece bien. Traeré algo de comer.

Ella pasó el peso de su cuerpo de un pie al otro, mientras esperaba a ver si él decía algo más. Como no lo hizo, se ajustó el bolso en el hombro distraídamente.

– Bueno, entonces lo veré esta noche. Me parece que está bien aquí, en el bote.

– De acuerdo -respondió él-. Será divertido. Lo disfrutará.

– Estoy segura. Hasta luego.

Theresa le dio la espalda y comenzó a caminar por el muelle con el cabello flotando en la brisa. Mientras se alejaba, Garrett se dio cuenta de que había olvidado algo.

– ¡Oiga! -le gritó.

Ella se detuvo y se volvió a mirarlo.

– ¿Sí?

Él dio un par de pasos hacia ella.

– Olvidé preguntarle. ¿Cómo se llama?

– Soy Theresa. Theresa Osborne.

– Yo me llamo Garrett. Garrett Blake.

– Bueno, Garrett. Te veré a las siete.

Después de eso se alejó con paso rápido. Garrett observó su Porte; trató de comprender sus conflictivos sentimientos. Aunque una parte de él estaba emocionada por lo que acababa de pasar, otra parte sentía que había algo mal en todo ese asunto. Sabía que no tenía razón para sentirse culpable, pero la sensación estaba ahí definitivamente y deseó que hubiera algo que pudiera hacer.

Pero, por supuesto, no había nada que él pudiera hacer. Siempre le pasaba lo mismo.

El reloj marcó la hora de la comida y continuó su marcha hacia las siete, pero para Garrett Blake el tiempo se había detenido tres años antes, cuando Catherine bajó de la acera y un anciano que perdió el control de su auto la atropelló. En las semanas posteriores al accidente la furia que sentía hacia el conductor se convirtió a poco en un dolor que lo hizo incapaz de decidir nada. Por las noches no podía dormir más de tres horas, lloraba cada vez que veía la ropa de Catherine en el clóset y bajó casi nueve kilos con su dieta que consistía en café y galletas Ritz. Su padre se hizo cargo temporalmente del negocio, mientras Garrett pasaba el tiempo en silencio en el porche de la parte trasera de su casa, tratando de imaginar el mundo sin ella. Algunas veces se quedaba ahí con la esperanza de que el aire húmedo y salado se lo tragara por completo y ya no tuviera que enfrentarse solo al futuro.

Lo que lo hacía todo tan difícil era que no podía recordar alguna época en la que ella no estuviera presente. Se habían conocido de casi toda la vida. En el tercer año fueron los mejores y él le regaló dos tarjetas el día de San Valentín, pero después se alejaron y sólo se veían de vez en cuando, mientras pasaban de un año escolar a otro. Catherine era flacucha y escuálida, la más bajita del grupo, y aunque Garrett siempre tuvo para ella un sitio especial en el corazón, nunca notó que poco a poco se convertía en una atractiva y joven mujer. Después de cuatro años en Chapel Hill, donde terminó sus estudios en biología marina, la encontró un día en Wrightsville Beach y ahí se dio cuenta de lo distraído que había sido. Ya no era la chica flacucha que él recordaba. En pocas palabras, estaba hermosa. Rubia y con aquellos ojos que encerraban un misterio infinito… y cuando por fin pudo cerrar la boca abierta por la sorpresa y le preguntó qué haría más tarde, comenzaron una relación que a la larga los condujo al matrimonio y a seis maravillosos años juntos.

En su noche de bodas, solos en la habitación de un hotel iluminada únicamente por la luz de las velas, ella le entregó las dos tarjetas de San Valentín que él le había dado cuando eran pequeños y rió a carcajadas por la expresión que vio en el rostro de Garrett cuando descubrió lo que eran.

– Claro que las guardé -le susurró mientras lo abrazaba-. Fue la primera vez que me enamoré y sabía que si te daba el tiempo suficiente volverías a mí.

Siempre que Garrett pensaba en Catherine la recordaba como era aquella noche o como se veía la última vez que salieron a navegar. Incluso recientemente esa tarde volvía a su mente con claridad, con el rubio cabello alborotado por la brisa, el rostro extasiado y sonriente.

– ¡Siente la brisa! -exclamó ella emocionada, de pie en la proa del velero. Sujeta a una cuerda, se inclinaba contra el viento y su esbelta silueta se delineaba en el cielo brillante.

– ¡Catherine, ten mucho cuidado! -le gritó Garrett mientras sostenía con firmeza el timón.

Ella se inclinó todavía más, con una expresión traviesa en el rostro.

– Oye, ¡lo digo en muy en serio! -volvió a gritarle él. Por un instante pareció como si se fuera a soltar. Garrett se alejó a toda prisa del timón sólo para oírla reír otra vez mientras se enderezaba. Siempre ligera de pies, regresó con gran facilidad hasta el timón y lo rodeó con los brazos.

Lo besó en la oreja y le susurró de manera juguetona:

– ¿Te puse nervioso?

Él la miró con actitud consternada.

– Siempre me pones nervioso cuando haces cosas como esa.

– No seas tan gruñón -le dijo mientras volvía a besarlo-. ¿Por qué no arriamos las velas y echamos el ancla?

– ¿Ahora?

Ella asintió.

– A menos, claro, que prefieras navegar toda la noche -con actitud seductora abrió la puerta de la cabina y desapareció en el interior. Cuatro minutos más tarde el bote estaba anclado y él abrió la puerta para unirse a ella.

Garrett exhaló sonoramente para hacer desaparecer aquel recuerdo como si fuera de humo. Aunque podía recordar los sucesos que ocurrieron esa tarde, notó que conforme pasaba el tiempo se hacía más difícil visualizar con precisión el aspecto de su esposa. Ahora sólo podía verla con claridad por las noches, cuando soñaba con ella, pero al despertar siempre se sentía cansado y deprimido.