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Entonces el joven sacó un ramo de rosas y dijo que Mia buscaba a diario en todas partes alguna publicación religiosa o recorte de periódico donde apareciera la fotografía del padre de su exmarido. Que se había convertido para ella en un trabajo a jornada completa, y que si averiguaba algo serían los primeros en saberlo.

Luego tendió las flores a Carl y dio las gracias.

Cuando se marcharon, se quedó un rato con mal sabor de boca y el ramo de rosas en la mano. Había por lo menos cuarenta rosas rojas. Carl habría preferido no tenerlas.

Sacudió la cabeza. No podían estar en su escritorio, no lo soportaría, pero tampoco debían terminar en casa de Yrsa y Rose. A saber qué consecuencias podría tener.

Dejó el ramo en la mesa de la señora Sørensen cuando pasaron a su lado.

– Gracias por mantenerte al timón, señora Sørensen -fue todo lo que dijo, dejándola en una vorágine de desconcierto y protestas mudas.

Se miraron entre ellos al bajar las escaleras.

– Ya sé lo que estáis pensando -dijo, haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.

Ahora tendrían que enviar un escrito a todas las instancias y autoridades de Dinamarca que pudieran disponer de información sobre un niño con la edad y aspecto de Benjamin, y que podría haber aparecido en algún lugar indebido. De hecho, esa era la información que ya había hecho circular la Policía.

Pero esta vez, con el pequeño añadido de que se pedía a los responsables de las instituciones que se encargaran personalmente del caso.

Así se daría con toda seguridad prioridad a la tarea y se encomendaría de inmediato a las personas adecuadas.

Las dos últimas semanas Benjamin había aprendido por lo menos cincuenta palabras, y a Eva le costaba seguir su ritmo.

Pero también habían hablado mucho los dos, porque Eva quería a aquel niño más que a nada en el mundo. Ahora eran una pequeña familia, y su marido pensaba lo mismo.

– ¿Cuándo van a venir? -preguntó su marido por décima vez aquel día. Había pasado horas trabajando. Pasar el aspirador, hornear pan, los pequeños quehaceres para con Benjamin. Todo debía estar perfecto para aquella reunión.

Eva sonrió. Era increíble cómo había transformado sus vidas aquel niño.

– Ya las oigo llegar. ¿Me acercas a Benjamin, Willy?

Sintió la suave mejilla del niño contra la suya.

– Ahora va a venir alguien que nos va a decir si puedes quedarte con nosotros, Benjamin -le susurró al oído-. Yo creo que sí que puedes. ¿Tú quieres quedarte con nosotros, cariño? ¿Quieres quedarte con Eva y Willy?

El niño se apretó contra ella.

– Eva -dijo, y se echó a reír.

Entonces ella notó que Benjamin señalaba hacia el pasillo, donde se oían voces.

– Viene alguien -dijo.

Ella lo abrazó y le ajustó un poco la ropa. Willy le había dicho que tuviera los ojos cerrados, que así no tenía un aspecto tan intimidatorio. Después aspiró hondo, rezó una oración y dio un fuerte abrazo al niño.

– Todo saldrá bien -susurró.

Las voces eran amables, las conocía. Eran las mujeres que debían encargarse de las formalidades, y ya la habían visitado antes.

Las dos se acercaron y le dieron la mano. Manos buenas, cálidas. Dijeron algo a Benjamin y se sentaron a cierta distancia.

– Bueno, Eva, hemos estudiado vuestras circunstancias, y no puede decirse que seáis los solicitantes más típicos que hayamos tenido.

»Aun así, has de saber que hemos decidido no tener en cuenta tu discapacidad visual. Otras veces ya hemos concedido a algún invidente autorización para adoptar, y en cuanto a la operatividad y actitud básica, no pensamos que vaya a ser ningún obstáculo.

Eva sintió que una fuente brotaba en su interior. Ningún obstáculo, decían. Así que sus plegarias habían sido atendidas.

– Estamos impresionados por vuestra capacidad de ahorro con vuestros modestos ingresos: habéis demostrado que sois capaces de llevar la economía mejor que la mayor parte de la gente. Y también nos hemos dado cuenta de que has adelgazado mucho en muy poco tiempo, Eva. Veinticinco kilos en apenas tres meses, dice Willy, es bastante extraordinario. Y tienes mejor aspecto, Eva.

Eva sintió calor en el cuerpo. Su piel se estremeció. Hasta Benjamin se dio cuenta.

– Eva es buena -dijo el chico. Eva notó que saludaba con la mano a las señoras. Willy decía que quedaba enternecedor cuando lo hacía. Aquel niño era una bendición.

– Estáis bien instalados aquí. Nos damos cuenta de que puede ser un buen hogar para crecer.

– También juega en vuestro favor que Willy haya conseguido un buen trabajo -explicó la otra. Una voz algo más grave, de alguien mayor-. Pero Eva, ¿no crees que puede ser un problema para ti que ahora no vaya a estar mucho en casa?

Eva sonrió.

– ¿Porque tendría que arreglármelas sola con Benjamin? -replicó, volviendo a sonreír-. Soy ciega desde la adolescencia. Pero no creo que haya muchos de los que ven que vean tan bien como yo.

– ¿Por qué lo dices? -quiso saber la voz grave.

– ¿No se trata acaso de percibir cómo están quienes te rodean? Yo lo percibo bien. Conozco las necesidades de Benjamin antes que él. Noto por la voz cómo se siente la gente. Por ejemplo, usted está muy contenta ahora. Creo que su corazón sonríe. ¿Se siente muy feliz por algo?

Ambas rieron un poco.

– Pues ahora que lo dices, sí. Esta mañana he sido abuela.

Eva le dio la enhorabuena y respondió un montón de preguntas prácticas. Sin duda, a pesar de su incapacidad y de la edad de Willy y de ella, iban a proponerles seguir adelante con los trámites. Y eso era lo que deseaban ellos. Si lo conseguían se habrían acabado los problemas.

– De momento se trata de un reconocimiento como familia adoptiva. Mientras sigamos sin saber qué ha ocurrido con tu hermano, es natural que sea lo único que podemos hacer. Pero, teniendo en cuenta vuestra edad, debemos considerar esto como una maniobra preparatoria a la adopción.

– ¿Cuánto tiempo lleváis sin noticias de tu hermano? -preguntó la primera. Era, quizá, la quinta vez que hacía la pregunta entre las dos visitas.

– Desde marzo, cuando vino a entregarnos a Benjamin. Nos tememos que la madre de Benjamin haya muerto por alguna enfermedad. Al menos, mi hermano decía que estaba muy grave -informó, y se santiguó-. Mi hermano era de naturaleza sombría. Si la madre de Benjamin ha muerto, mucho nos tememos que él la haya seguido.

– No hemos logrado averiguar quién es la madre de Benjamin. En el certificado de nacimiento que nos disteis es imposible leer el número de su registro civil. ¿Creéis que se ha mojado?

Eva se alzó de hombros.

– Lo más seguro. Estaba así cuando nos lo dieron -dijo su marido desde el rincón.

– Por lo visto, los padres de Benjamin eran una pareja de hecho. Al menos, partiendo del número de registro de tu hermano, no podemos ver que se haya casado nunca. En general, es bastante difícil seguir la trayectoria de tu hermano. Vemos que hace bastantes años quiso ingresar en las fuerzas especiales, pero a partir de entonces es como si toda la información sobre él empezara a difuminarse hasta desaparecer.

– Así es -corroboró-. Como he dicho antes, era de naturaleza sombría. La verdad es que nunca nos confiaba nada de su vida.

– Pero sí que os confió a Benjamin.

– Eso sí.

– Benjamin y Eva -dijo el niño, deslizándose hasta el suelo.

Eva lo oyó haciendo pinitos sobre la alfombra.

– Mi coche es grande -dijo Benjamin-. Muy bonito.

– Hay que ver cómo crece -dijo la voz grave-. Va muy adelantado para su edad.

– Sí, se parece a su abuelo. Era un hombre muy sabio.

– Ya conocemos tu historia, Eva. Eres hija de pastor. Tu padre era pastor no muy lejos de aquí, lo sé. Tengo entendido que era muy apreciado.

– El padre de Eva era un hombre fantástico -dijo Willy por detrás. Eva sonrió. Era lo que decía siempre su marido, pese a no haberlo conocido.