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– Solo Assad y yo, Yrsa -advirtió Carl-. Tengo que hablar con él a solas.

– Oh…

Parpadeó un par de veces.

– Cosas de hombres -dijo, dejándoles un vaho de perfume.

Miró a Assad con las cejas arqueadas. Tal vez bastara para que el hombre le diera alguna explicación; pero Assad se limitó a mirarlo como si justo después fuera a ofrecerle una pastilla contra la acidez.

– Ayer estuve en tu casa, Assad. En el 62 de Heimdalsgade. No estabas.

En la mejilla de Assad se formó una fina arruga que, de forma prodigiosa, se convirtió al instante en una sonrisa.

– Qué lástima. Deberías haber llamado antes.

– Intenté llamar, pero no cogiste el móvil, Assad.

– Podría haber estado bien. Bueno, otra vez será.

– Ya, pero entonces tendrá que ser en otro sitio, ¿no?

Assad asintió con la cabeza. Trató de alegrar la cara.

– Te refieres a citarnos en el centro, o sea. Podría ser divertido.

– Entonces trae a tu mujer, Assad. Tengo muchas ganas de conocerla. Y a tus hijas.

Uno de los ojos de Assad se entornó un poco. Como si su mujer fuera lo último que quisiera llevar a un lugar público.

– Hablé con algunas personas en Heimdalsgade, Assad.

El otro ojo se entornó también.

– No vives allí, hace tiempo que no lo haces. Y en cuanto a tu familia, nunca ha vivido allí. ¿Dónde vives, entonces?

Assad hizo un amplio gesto con los brazos.

– Era un piso muy pequeño, Carl. No cabíamos allí.

– ¿No deberías haberme comunicado la mudanza y cancelar el alquiler del pisito?

Assad pareció reflexionar.

– Sí, tienes razón. Lo haré.

– ¿Y dónde vives ahora, entonces?

– Hemos alquilado una casa, ahora es barato. Ahora muchos tienen dos casas a la vez. Ya sabes, el mercado inmobiliario.

– Bien, suena estupendo. Pero ¿dónde, Assad? Me hace falta una dirección.

Assad inclinó la cabeza un poco.

– Oye, Carl, hemos alquilado la casa en negro, si no sale demasiado caro. ¿No podemos guardar la vieja dirección como domicilio postal, entonces?

– ¿Dónde está, Assad?

– Pues en Holte. Es una casita de Kongevejen. Pero ¿llamarás antes, Carl? A mi mujer no le gusta que la gente se presente sin más.

Carl asintió en silencio. Ya volverían a tratar de todo aquello otro día.

– Otra cosa. ¿Por qué has dicho en Heimdalsgade que eras musulmán chiita? ¿No decías que eras sirio?

El asistente sacó hacia abajo su labio carnoso.

– Sí. ¿Y…?

– ¿En Siria hay musulmanes chiitas?

Las cejas pobladas de Assad dieron un salto hasta media frente.

– Oye, Carl -dijo sonriendo-, musulmanes chiitas los hay en todas partes.

Media hora más tarde estaban en la sala de reuniones con quince compañeros malhumorados por ser lunes, con Lars Bjørn y Marcus Jacobsen, el jefe de Homicidios, en medio del círculo.

Era evidente que nadie estaba allí por diversión.

Fue Marcus Jacobsen quien reprodujo lo que Carl había contado, porque así funcionaban las cosas en el Departamento A. Si había alguna duda, no había más que preguntar.

– El hermano pequeño del asesinado Poul Holt, Tryggve Holt, ha contado a Carl Mørck que la familia conocía al secuestrador, o quizá debiéramos decir al asesino -dijo Marcus Jacobsen algo más adelante en su presentación del caso-. El asesino frecuentó en una época las sesiones de rezos que el padre, Martin Holt, celebraba para los miembros locales de los Testigos de Jehová, y todos esperaban que aquel hombre pidiera ingresar en la comunidad.

– ¿Tenemos fotografías del hombre? -preguntó la subcomisaria Bente Hansen, una de las viejas compañeras de grupo de Carl. El subinspector Bjørn sacudió la cabeza.

– No, pero tenemos una descripción de su aspecto, y tenemos un nombre: Freddy Brink. Seguramente falso, el Departamento A ya lo ha mirado, y en la pantalla no aparece nadie que se ajuste a la edad descrita. Hemos logrado que unos compañeros de Karlshamn enviaran un dibujante de la Policía donde Tryggve Holt; veremos qué sale de ahí.

El inspector jefe de Homicidios se colocó frente a la pizarra blanca y escribió las palabras clave.

– O sea, que secuestra a los niños el 16 de febrero de 1996. Es viernes, el día que Poul ha invitado a su hermano pequeño Tryggve a visitar la Escuela de Ingenieros de Ballerup. El supuesto Freddy Brink pasa junto a ellos en su furgoneta azul celeste y bromea porque se hayan encontrado tan lejos de Græsted. Les ofrece llevarlos a casa. Por desgracia, Tryggve no pudo dar más detalles del coche, aparte de que era redondo por delante y cuadrado por detrás.

»Los jóvenes se sientan en el asiento delantero, y algo más tarde el hombre se detiene en un área de descanso vacía y los paraliza con una descarga eléctrica. No tenemos ninguna descripción de cómo lo hace, pero probablemente con algún tipo de arma de electrochoque. Después los mete en la parte trasera y les restriega la cara con un trapo, lo más seguro empapado con cloroformo o éter.

– Déjame añadir que Tryggve Holt no estaba seguro del curso de los acontecimientos -intercaló Carl-. Estaba semiinconsciente por la descarga eléctrica, y después su hermano mayor no pudo decirle gran cosa, ya que tenían la boca tapada con cinta adhesiva.

– Eso es -continuó Marcus Jacobsen-. Pero si he entendido bien, Poul dio a su hermano pequeño la impresión de que habían conducido una hora más o menos, claro que no es un dato fiable al cien por cien. Poul padecía un tipo de autismo y no captaba bien la realidad, pese a ser un superdotado.

– ¿Síndrome de Asperger, tal vez? Lo digo por el texto del mensaje, y porque Poul llegó a escribir la fecha exacta en aquella situación espantosa. Eso ¿no es sintomático? -preguntó Bente Hansen con el rotulador preparado.

– Sí, tal vez.

El inspector jefe asintió en silencio.

– Después del viaje en coche metió a los chicos en una caseta de botes que apestaba a alquitrán y agua podrida. Era una caseta bastante pequeña donde se podía estar justo de pie con la espalda muy encorvada. No era para botes de remo o veleros, sino más bien para canoas y kayaks. Y estuvieron encerrados allí cuatro o cinco días antes de que Poul fuera asesinado. Las indicaciones temporales son de Tryggve, pero no olvidemos que en aquella época tenía trece años y mucho miedo. Por eso pasó casi todo el tiempo dormido.

– ¿Tenemos alguna pista para reconocer el lugar? -preguntó Peter Vestervig, uno de los chicos del grupo de Viggo.

– No -respondió el inspector jefe de Homicidios-. Los chicos tenían los ojos vendados al entrar en la casa. Pero, aunque no vieron nada del exterior, Tryggve dijo que oían un ronroneo grave, que sonaba como los molinos de viento. Oían el sonido a menudo, pero otras veces no tan alto. Seguramente dependía de la dirección del viento y de las condiciones meteorológicas.

El inspector jefe fijó la vista un momento en el paquete de cigarrillos que tenía en la mesa. Últimamente le bastaba con eso para recuperar la energía. Suerte que tenía.

– Sabemos -continuó- que la caseta estaba al borde del agua, puede que estuviera construida sobre estacas, porque se oía el chapoteo de las olas justo debajo del suelo de tablas. La puerta debía de estar a medio metro por encima del suelo, así que había que trepar para entrar a la estancia de techo bajo. Tryggve es de la opinión de que debieron de construirla para guardar kayaks o canoas, porque dentro había pagayas. Y también cree que no estaba hecha con un tipo de madera que se asocia normalmente con la tradición escandinava, porque era de color marrón más claro y de diferente veta, pero luego sabremos más sobre eso. Laursen, nuestro viejo amigo de la Científica, encontró en el papel del mensaje una astilla, procedente del pedazo de madera que usó Poul a modo de pizarrín. En estos momentos está en manos de los expertos. Tal vez pueda ayudarnos a identificar de qué clase de madera estaba hecha la caseta.