Выбрать главу

– Así que lo expulsaron -añadió Lars Bjørn. Habían pasado varios segundos desde que había oído su molesta voz.

– Sí, Tryggve fue expulsado -concedió Carl-. Y lleva expulsado tres años. Se mudó unos kilómetros al sur, su relación con la chica se afianzó y empezó a trabajar de ayudante en un almacén de madera de Belganet. La familia y la comunidad no le dirigían la palabra, pese a que el almacén estaba cerca de la casa de sus padres. Solo han hablado una vez, después de haberme puesto yo en contacto con la familia. Y su padre hizo todo lo posible por presionar a Tryggve para que cerrase el pico, y a Tryggve le pareció bien, por lo que he oído. Y no habló hasta que le enseñé el mensaje de la botella. Aquello lo dejó noqueado. O tal vez justo lo contrario. Lo obligó a volver a la realidad, por así decir.

– ¿La familia volvió a tener noticias del asesino después del secuestro? -preguntó alguien.

Carl sacudió la cabeza.

– No, y no creo que vuelvan a tenerlas.

– ¿Por qué no?

– Han pasado trece años. Tendrán otras cosas que hacer, ¿no?

Un extraño silencio volvió a reinar en la estancia. Lo único que se oía era el parloteo sistemático de Lis en la antesala. Alguien tenía que ocuparse de hablar por teléfono.

– ¿Hay algo que indique la existencia de otros casos como ese, Carl? ¿Lo habéis investigado?

Carl miró agradecido a Bente Hansen. Era la única de la sala con quien no había tenido serias discusiones a lo largo del tiempo y, seguramente, la única del grupo que nunca había tenido necesidad de alardear de nada. Era un hacha, ni más ni menos.

– He puesto a Assad y a Yrsa, la sustituta de Rose, a buscar grupos de apoyo a los renegados de las diversas sectas. Puede que así consigamos saber algo de los niños expulsados o que han escapado de algunas comunidades. Es una pista débil, pero si nos dirigimos a las diversas comunidades no llegaremos a saber nada.

Algunos de los presentes miraron a Assad, que parecía recién salido de la cama. Con la ropa puesta, claro.

– Tendréis que dejarnos el caso a los profesionales que entendemos de esas cosas, ¿no? -dijo uno.

Carl levantó la mano.

– ¿Quién ha dicho eso?

Uno de los tipos dio un paso adelante. Se llamaba Pasgård y era un bruto. Macanudo en el trabajo, pero era de los que se abrían paso a codazos y empujones para chupar cámara cuando la gente de la tele andaba cerca. Probablemente se veía en la silla del jefe en poco tiempo. Pues sería pasando por encima de su cadáver.

Carl entornó los ojos.

– Vale. Entonces, como eres tan listo, quizá tengas la amabilidad de hacernos partícipes de tu extraordinario conocimiento de sectas y grupos afines en Dinamarca que pudieran ser objeto del ataque de un hombre como el que mató a Poul Holt. ¿Puedes nombrar alguna? ¿Unas cinco, digamos?

El tipo protestó, pero la sonrisa irónica de Jacobsen lo presionaba.

– ¡Hmm! -rezongó, y miró a la sala-. Testigos de Jehová. Los baptistas no deben de ser una secta, pero la familia Tongil… La Cienciología… los satanistas y… la Casa del Padre.

Miró victorioso a Carl y buscó la aprobación de los demás.

Carl trató de simular que estaba impresionado.

– Bien, Pasgård. Desde luego, no puede decirse que los baptistas sean una secta, pero tampoco puede decirse de los satanistas, a menos que estés pensando justo en el movimiento Church of Satan. O sea que tienes que buscar un sustituto; ¿lo tienes?

El hombre torció el gesto mientras todos lo miraban. Le pasaron por la mente las grandes religiones del mundo, y las rechazó todas. Se veía cómo movía los labios en silencio. Y por fin llegó.

– Los Niños de Dios -propuso, desencadenando aplausos dispersos.

Carl hizo lo propio y aplaudió un poco.

– Muy bien, Pasgård, así que enterremos el hacha de guerra. Hay muchas sectas, e iglesias libres parecidas a sectas, en Dinamarca, y nadie puede acordarse de todas. Por supuesto que no.

Se volvió hacia Assad.

– ¿Verdad, Assad?

El hombrecillo sacudió la cabeza.

– No, primero hay que, o sea, aprenderse la lección.

– Y tú, ¿la has aprendido?

– No del todo, pero puedo mencionar algunas más, entonces. ¿Las nombro? -Assad miró al inspector jefe, que hizo un breve movimiento de aprobación.

»Bueno, pues creo que hay que mencionar a los cuáqueros, la Sociedad de Martinus, la Iglesia de Pentecostés, Sathya Sai Baba, la Iglesia Madre, los evangelistas, la Casa de Cristo, los ovni-cosmólogos, los teósofos, Hare Krishna, Meditación Transcendental, los chamanistas, la Fundación Emin, los Guardianes del Pecado, Ananda Marga, el movimiento Jes Bertelsen, los que apoyan a Brahma Kumaris, la Cuarta Vía, la Palabra de Vida, Osho, New Age, tal vez la Iglesia de la Glorificación, los Nuevos Paganos, A la Luz del Maestro, el Círculo Dorado y puede que también la Misión Interna -dicho lo cual hizo una honda inspiración para recuperar el aliento.

Esta vez nadie aplaudió. Habían comprendido que ser experto era algo muy relativo.

– Sí -Carl esbozó una sonrisa-. Hay muchas comunidades religiosas. Y muchas de ellas rinden culto a un líder o colectividad, de modo que al cabo del tiempo se convierten automáticamente en unidades cerradas. Si se dan las condiciones adecuadas, existen desde luego unos cuantos territorios de caza bien surtidos para un psicópata como el que asesinó a Poul Holt.

El inspector jefe de Homicidios dio un paso adelante.

– Lo que habéis oído es un caso que terminó en asesinato. No ocurrió en nuestro distrito policial, pero casi. Y nadie ha sabido nada de lo ocurrido. Voy a decir la última palabra por esta vez. Carl y sus ayudantes se encargarán del caso.

Se volvió hacia Carl.

– Pedid ayuda cuando la necesitéis.

Jacobsen se volvió hacia Pasgård, cuyos pesados párpados colgaban indiferentes ante sus ojos fríos.

– Y en cuanto a ti, Pasgård, déjame decirte que tu entusiasmo es digno de alabanza. Es magnífico que pienses que estamos mejor capacitados para resolver este caso, pero en Homicidios debemos intentar seguir con lo que tenemos entre manos. Que tampoco es moco de pavo, ¿verdad? ¿Qué te parece?

El payaso hizo un gesto afirmativo. Cualquier otro comentario habría supuesto una nueva estupidez.

– Pero, de todas formas, te diré que si crees que estamos más capacitados que el Departamento Q para resolver el caso, tal vez debiéramos reflexionar sobre ello. Digamos, pues, que podemos prescindir de un hombre para ese caso. Y ese has de ser tú, Pasgård, puesto que muestras tanto interés.

Carl notó que se le caía la mandíbula y el aire de los pulmones se le bloqueaba. No era posible, ¿iban a tener que trabajar con aquel inútil?

A Marcus Jacobsen le bastó una sola mirada para darse cuenta del dilema.

– Tengo entendido que se ha encontrado una escama de pez en el papel donde se escribió el mensaje. Entonces, Pasgård, ¿puedes encargarte, por una parte, de averiguar de qué pez se trata y, por otra, de saber si esa clase de pez vive en aguas que estén a una hora en coche de Ballerup?

El inspector jefe de Homicidios no hizo caso a los ojos abiertos como platos de Carl.

– Y para terminar, Pasgård: recuerda que podría haber molinos de viento cerca del lugar, o algo que suene como ellos, y que lo que provoca ese sonido debía estar allí ya en 1996. ¿Lo has entendido?

Carl respiró aliviado. No tenía ningún inconveniente en que Pasgård se encargara de aquellas tareas.

– No tengo tiempo -dijo Pasgård-. Jørgen y yo estamos yendo casa por casa en Sundby.

Jacobsen miró al mocetón que estaba en un rincón asintiendo con la cabeza. Sí, era verdad.

– Pues durante un par de días Jørgen deberá trabajar solo -decidió Jacobsen-. ¿De acuerdo, Jørgen?

El hombrachón se encogió de hombros. No estaba entusiasmado. Y seguro que la familia que deseaba aclarar el ataque a su hijo tampoco lo estaría.