Выбрать главу

Miró a Rakel, que iba aferrada al volante, bien concentrada. ¿Qué diablos pensaba hacer?

– ¡No te acerques, Rakel! -gritó-. Dentro de poco los coches patrulla que nos siguen pedirán refuerzos. Van a ayudarnos. Conseguiremos que lo cacen. Cortarán la carretera en algún sitio.

– ¿Oiga…? -sonó por el móvil que tenía en la mano. Era una voz desconocida. De hombre.

– ¿Sí…?

La mirada de Isabel estaba concentrada en las luces traseras rojas que corrían delante de ellas, pero el resto de su ser giraba en torno a aquella voz. Años de frustraciones y derrota le habían enseñado a sentir temor ante cualquier cosa. ¿Por qué no hablaba Joshua?

– ¿Quién eres? -preguntó con voz ronca-. ¿Estás conchabado con ese cabrón? ¿Lo estás?

– Perdone, pero no sé de qué habla. ¿Era usted quien estaba hablando con el propietario de este móvil?

Isabel sintió que la frente se le perlaba de sudor frío.

– Sí, era yo.

Reparó en que Rakel se movía en su asiento. ¿Qué ocurre?, parecía preguntar todo su cuerpo mientras trataba de conducir recto por la estrecha carretera y la distancia con el cabrón de delante crecía y crecía.

– Me temo que se ha desplomado -informó la voz del móvil.

– ¿Qué dice? ¿Quién es usted?

– Otro pasajero que estaba trabajando con el ordenador cuando ha sucedido. Siento mucho tener que decirlo, pero estoy bastante seguro de que está muerto.

– ¡Eh! -gritó Rakel-. ¿Qué pasa? ¿Con quién hablas, Isabel?

– Gracias -se limitó a decir Isabel al hombre del móvil, y luego apagó el suyo.

Miró a Rakel y a los árboles, que se fundían sobre sus cabezas como una masa gris por la enorme velocidad. Si aparecía algún animal en el lindero del bosque o, simplemente, si se amontonaba demasiada hojarasca resbaladiza en la carretera iban a tener un accidente. Podía suceder a la mínima. ¿Cómo iba a contarle a Rakel lo que acababa de oír? ¿Quién sabía cómo iba a reaccionar? Su marido había muerto unos segundos antes, y ella iba conduciendo como una loca por el paisaje oscuro.

Isabel solía tener ataques de depresión por la vida que llevaba. La soledad la rodeaba como un manto, y las sombrías noches de invierno generaban a menudo ideas también sombrías. Pero ahora no se sentía así. Porque ahora que el ansia de venganza impulsaba sus actos, ahora que tenía la responsabilidad sobre la vida de dos jóvenes y que su secuestrador, el diablo en persona, huía a toda pastilla ante ellas, Isabel supo que deseaba sobrevivir. Supo que, por muy espantoso que fuera este mundo, podría encontrar un lugar en él.

La cuestión era si lo encontraría Rakel.

Entonces, Rakel volvió la cabeza hacia ella.

– Vamos, dilo, Isabel. ¡¿Qué ha ocurrido?!

– Creo que a tu marido le ha dado un ataque al corazón, Rakel.

No podía haberlo dicho con más suavidad.

Pero Rakel sospechó que tras la frase había algo, Isabel se dio cuenta.

– ¿Se ha muerto? -gritó Rakel-. Dios mío, ¿ha muerto, Isabel? Dime la verdad.

– No lo sé.

– ¡DILO! Si no…

Su mirada irradiaba furia. El coche empezó a dar ligeros bandazos.

Isabel alzó la mano hacia el brazo de Rakel, pero detuvo el movimiento.

– Mantén la mirada en la carretera, Rakel -dijo-. En este momento debes pensar en tus hijos, ¿vale?

Sus palabras produjeron un estremecimiento en el cuerpo de Rakel.

– ¡NOOO! -gritó-. Nooo, no es verdad. Oh, Madre de Dios, di que no es verdad.

Estrujó el volante entre sollozos, mientras la saliva goteaba de sus labios. Por un momento, Isabel pensó que Rakel iba a rendirse y parar el coche, pero entonces se echó hacia atrás de un tirón y apretó el acelerador tanto como pudo.

«Lindebjerg Lynge», anunciaba un letrero que apareció al borde de la carretera, pero Rakel no disminuyó la velocidad. La carretera describió un arco que atravesaba el grupo de casas, y después volvió a rodearlas el bosque.

El cabrón que iba delante empezaba a tener prisa, era evidente. En una curva su coche empezó a hacer eses, y Rakel gritó que María, la Madre de Dios, le perdonara haber faltado al quinto mandamiento, pero que iba a matar a una persona por una causa justa.

– ¡Estás loca! Vas a casi doscientos por hora, Rakel, ¡esto es peligrosísimo! -gritó Isabel, y pensó por un segundo en sacar la llave de contacto.

Ostras, no, entonces se bloquea el volante, recordó, y apretó los nudillos contra el asiento, preparada para lo peor.

La primera vez que golpearon al Mercedes la cabeza de Isabel salió despedida hacia delante, y después hacia atrás, con un tirón terrible. Pero el Mercedes siguió recto por la carretera.

– Bien -rugió Rakel al volante-. Así que eso no te impresiona, maldito diablo.

Entonces volvió a arremeter contra su parachoques trasero con tal fuerza que el capó se combó. Esta vez Isabel contrajo los músculos del cuello, pero no había pensado en el fuerte tirón del cinturón de seguridad.

– ¡PARA DE UNA VEZ! -ordenó a Rakel, y sintió enseguida un dolor en el pecho. Pero Rakel no escuchaba. Su mente estaba en otra parte.

Ante ellas, el Mercedes rozó el borde de la calzada y dio un bandazo, pero después enderezó la marcha en una recta donde la carretera estaba algo iluminada por la luz amarillenta del espacioso patio de una granja.

Y entonces ocurrió.

En el momento en que Rakel iba a golpear de nuevo la parte trasera del Mercedes, el conductor dio un volantazo repentino hacia el carril contrario y apretó el freno a fondo con gran chirriar de neumáticos.

El coche de ellas pasó volando, y de repente pasaron a estar delante de él.

Isabel notó que a Rakel le entraba el pánico: de pronto la velocidad era excesiva, porque el coche que habían tenido delante ya no estaba para reducir la velocidad en las embestidas. Las ruedas delanteras derraparon a un lado y enderezó el volante, frenó un poco, pero no lo suficiente, y en aquel momento se oyó un crujido de metal en el lateral de su coche, lo que hizo que Rakel, por instinto, frenara más.

Isabel se volvió horrorizada hacia la ventanilla lateral rota y hacia la puerta trasera, que se había empotrado casi hasta el asiento, y en aquel momento el Mercedes volvió a embestir. La parte inferior del rostro del cabrón estaba en tinieblas, pero sus ojos se veían bien. Era como si hubiera visto la luz. Como si todas las fichas encajaran.

Había ocurrido todo lo que no debía ocurrir.

Entonces el Mercedes embistió por última vez; Rakel perdió el dominio, y el resto fue dolor y una mirada al mundo que daba volteretas en la oscuridad que las rodeaba.

Cuando se hizo el silencio, Isabel se vio cabeza abajo. Junto a ella estaba Rakel exánime, con su cuerpo sanguinolento doblado sobre el volante.

Isabel trató de girar el cuerpo, pero este no le obedecía. Entonces tosió y notó que brotaba sangre de su nariz y garganta.

Es extraño que no duela, pensó por un breve segundo, antes de que todo su cuerpo estallara en impulsos dolorosos. Quería gritar, pero no podía. Voy a morir, pensó, y escupió más sangre.

Vio que en el exterior una sombra se acercaba al coche. Los pasos sobre los cascos de cristal eran acompasados y decididos. No presagiaban nada bueno.

Después trató de enfocar la vista, pero la sangre que manaba de su boca y nariz la cegaba. Al parpadear, era como si tuviera papel de lija bajo los párpados.

Cuando él se acercó lo bastante pudo oír lo que decía, y también percibir el objeto metálico que llevaba en la mano.

– Isabel -dijo-. Eres la última persona que esperaba ver hoy. ¿Para qué tenías que mezclarte en esto? Ya ves el resultado.

Se puso en cuclillas y miró por la ventanilla lateral, lo más seguro para ver la mejor manera de asestarle un golpe mortal. Isabel trató de girar la cabeza para poder verlo con más claridad, pero sus músculos se negaban a obedecerla.