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Empujó las puertas de vaivén.

La estancia no era grande, aunque lo pareciera. Lo que no había previsto era la energía que se desplegaba allí dentro. Se había imaginado una gran concentración y trabajo en silencio, pero no era el caso. Al menos en aquel momento, no.

Tal vez la hora elegida no era tan adecuada como había pensado.

Atravesó dos pequeñas salas para visitas y se encaminó directo a recepción. Un mostrador curvo multicolor capaz de detener a cualquiera.

La secretaria lo saludó con la cabeza; estaba ordenando sus papeles.

Mientras tanto, él miró alrededor.

Había médicos y enfermeras por todas partes. Algunos dentro de las habitaciones; otros se afanaban en los cubículos provistos de ordenadores, colocados a la entrada de las habitaciones de los pacientes. Y después, estaban los que se desplazaban por el pasillo con paso decidido.

Puede que sea por el cambio de turno, se dijo para sí.

– ¿He venido en un mal momento? -preguntó a la secretaria en un jutlandés cerrado.

Ella miró su reloj de pulsera y después lo miró con amabilidad.

– Bueno, un poco. ¿A quién busca?

Entonces afloró el semblante preocupado que había estado ensayando.

– Soy amigo de Rakel Krogh -dijo.

La secretaria ladeó la cabeza.

– ¿Rakel? Aquí no hay ninguna Rakel Krogh; querrá decir Lisa Krogh, ¿verdad? -aventuró, y miró a la pantalla-. Aquí pone Lisa Karin Krogh.

¿En qué diablos estaba pensando? Rakel era el nombre que empleaba en la comunidad, no su nombre verdadero. Si ya lo sabía.

– Ah, sí, perdone. Lisa, por supuesto. Verá, es que pertenecemos a la misma comunidad, y allí empleamos nuestros nombres bíblicos. Para nosotros, Lisa se llama Rakel.

La expresión facial de la secretaria se transformó ligeramente, pero no gran cosa. ¿No creía lo que estaba contándole o es que sentía aversión por la gente religiosa? ¿Iba a pedirle su documentación?

– Sí, y también conozco a Isabel Jønsson -añadió, antes de que ella reaccionara-. Somos amigos los tres. Las han ingresado juntas, por lo que tengo entendido, en la unidad de Traumatología, ¿no es así?

Ella asintió en silencio. Una sonrisa un tanto forzada, pero algo es algo.

– Sí -admitió-. Ahora están aquí las dos.

Señaló la sala y dijo el número.

En la misma habitación. Mejor, imposible.

– Tiene que esperar un momento. Vamos a trasladar a Isabel Jønsson a otra unidad, y los médicos y enfermeras están preparándola. Por cierto, ha venido otra visita para Isabel Jønsson, así que deberá esperar hasta que se haya marchado él. Preferimos que solo haya un grupo a la vez en la habitación -informó, señalando la sala de espera cercana a la salida-. Está esperando ahí. Puede que lo conozca.

Una información inquietante.

Se volvió rápido hacia la sala de espera. Sí, en la sala había un hombre cruzado de brazos, estaba solo. Llevaba uniforme de la Policía. Casi seguro que era el hermano de Isabel; sí, no cabía duda. Los mismos pómulos salientes, la misma nariz y el mismo rostro. No era una buena noticia.

Miró a la secretaria con expresión esperanzada.

– Isabel ¿está mejorando?

– Parece ser que sí -respondió ella-. No solemos hacer traslados a planta a menos que haya mejoría.

«Parece ser que sí», decía. Por supuesto que lo sabía con seguridad. Pero no sabía cuándo iba a hacerse el traslado, y seguro que podía ser en cualquier momento.

Muy desafortunado. Además, estaba el hermano de Isabel.

– Entonces, ¿podré hablar con Rakel? ¿Está consciente? Perdón, quiero decir con Lisa.

La mujer sacudió la cabeza.

– No, Lisa Krogh sigue en coma.

Él inclinó la cabeza.

– Pero Isabel está consciente, ¿verdad? -preguntó con voz queda.

– No lo sé, pregúntele a esa enfermera -dijo la secretaria, señalando a una mujer rubia de aspecto cansado que pasó trotando con un fajo de expedientes bajo el brazo. La secretaria se volvió hacia otro visitante que se había acercado al mostrador. La audiencia había terminado.

– Perdone -dijo a la enfermera con el brazo a media altura. En su chapa ponía «Mette Frigaard-Rasmussen»-. ¿Sabe si Isabel Jønsson está consciente? ¿Puedo entrar a hablar con ella?

Puede que no fuera su paciente, puede que no fuera su turno, puede que no fuera su día, o puede que estuviera exhausta; lo cierto es que lo miró por las delgadas rendijas de sus ojos y respondió abriendo unos labios igual de finos.

– ¿Isabel Jønsson? Ah, sí. Está… -Se quedó un momento mirando al frente-. Está consciente, pero la tenemos muy medicada y tiene la mandíbula rota, así que no habla muy bien. De hecho, por ahora no puede comunicar nada, pero todo llegará.

Después le sonrió haciendo un esfuerzo, y él dio las gracias y dejó que siguiera con su dura jornada.

Isabel no podía comunicar: por fin una buena noticia. Así que se trataba de aprovechar la situación.

Apretó los labios, se alejó de la sala de espera y continuó por el pasillo. Pronto tendría que salir rápido de allí. Prefería tomar el ascensor al exterior con total tranquilidad, pero si había otras posibilidades debía conocerlas.

Pasó junto a varias habitaciones donde yacían pacientes en situación extrema rodeados de médicos y enfermeras trabajando con esmero y de forma pausada. En la sala de observación, había varias personas con bata mirando concentradas a las pantallas y hablando en voz baja. Todo estaba controlado.

Un auxiliar pasó junto a él y tal vez se preguntó qué hacía allí. Después se sonrieron y él siguió adelante.

Las paredes estaban pintadas de colores. Colores y cuadros intensos. También cristal coloreado. Todo irradiaba vida. La muerte allí no era bienvenida.

Torció al llegar a una pared roja y observó que había un pasillo que discurría paralelo por el que había venido. La parte izquierda parecía componerse de una serie de pequeños cuartos para uso del personal. Al menos había rótulos con nombres y titulaciones junto a las puertas. Miró a su derecha y pensó que podría volver a bajar a recepción por allí, pero al acercarse vio que no tenía salida. Eso sí, había un ascensor. Tal vez su medio de huida.

Vio la bata colgada tras la puerta en un cuarto donde había ropa de cama y diversos utensilios en estanterías. Debía de ser para lavar, al menos había otras cosas para lavar allí.

Dio un paso lateral, cogió la bata, se la colgó del brazo y esperó un momento antes de volver a dirigirse a recepción.

En el camino saludó al mismo auxiliar de antes, y palpó el bolsillo de la chaqueta para comprobar si estaban las jeringas.

Desde luego que estaban.

Se sentó en un sofá azul en la primera y más pequeña de las salas de espera sin que el policía que estaba en la sala más grande de atrás levantara la cabeza. A los cinco minutos exactos el policía se levantó de su asiento y se dirigió a la recepción. Dos médicos y un par de ayudantes acababan de salir de la habitación donde estaba su hermana, y mientras tanto los nuevos rostros del personal se distribuían entre sus respectivos puestos.

Estaban en pleno cambio de turno.

El policía saludó con la cabeza a la secretaria y ella le devolvió el saludo. Sí, había vía libre. El hermano de Isabel Jønsson podía entrar.

Lo siguió con la vista y lo vio desaparecer en la habitación. Dentro de poco llegaría un celador a por su hermana. No era el mejor inicio para su plan.

Si Isabel estaba tan recuperada como para que la trasladaran, debía matarla a ella primero. Puede que no hubiera tiempo para más.

Todo dependía de que tuviera el tiempo suficiente. Por eso debía hacer salir al hermano enseguida, aunque fuera peligroso. No le gustaba nada la idea de tener que acercarse a aquel hombre. Puede que Isabel le hubiera contado algo, es lo que le había dicho. Y puede que supiera demasiado. Entonces tendría que cubrirse el rostro cuando se acercara a él.