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– Señora, he diseñado un plan tan ingenioso que no daréis crédito a vuestros oídos. Esta idea mía… -Negó con la cabeza-. Yo mismo casi no puedo creerlo.

Geertruid dejó la pipa a un lado. Apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia Miguel.

– Contádmelo todo.

Así que Miguel se lo contó todo. Le habló de su idea con una lucidez que desconocía en su persona: desde los primeros detalles del plan hasta las diferentes facetas de su ejecución y su conclusión, en extremo compleja y, sin embargo, elegantemente simple. Su lengua hablaba con fluidez, acaso a causa de la cerveza, pero lo cierto es que en ningún momento tartamudeó o se atascó. Tenía la elocuencia de un orador así que, antes de haber llegado siquiera a la mitad de su exposición, supo que se la había ganado.

Cuando terminó, Geertruid permaneció en silencio unos momentos. Finalmente, se recostó contra su silla.

– Notable. -La mujer se aventuró a dar un sorbo a su cerveza. Luego otro sorbo y levantó la vista como quien se ha quedado dormido sin querer y de pronto despierta-. Habéis dejado chicas mis expectativas más optimistas. ¿Creéis que algo semejante pueda funcionar? Porque… bueno, habláis en unos términos tan descomunales… Me cuesta hacerme a la idea.

Miguel se descubrió sonriendo como un imbécil. Su vida se estaba transformando ante sus propios ojos. ¿Cuántas veces permanece un hombre estúpidamente al margen mientras su vida cambia de forma, sin sospechar siquiera que esté sucediendo nada fuera de lo normal? Pero que un hombre consiguiera la gloria con un plan propio y supiera el momento preciso en que esa gloria se iniciaba… era algo que gustaba saborear.

– Tenemos un importante acuerdo entre manos, es cierto. Tenemos que planificarlo todo al detalle. Será menester contratar agentes, al menos una docena, para que actúen en nuestro nombre allí donde nosotros no podamos intervenir. Se trata de coordinación. Pero, una vez hecho, el negocio se cuidará solo.

Ella dio una palmada sobre la mesa… no demasiado fuerte, pero sí lo bastante para que la jarra vacía de Miguel se tambaleara.

– Por la gracia de Dios, este plan vuestro es… ¡Oh, ni siquiera sabría decirlo!

– Sin embargo… -Miguel se aclaró la garganta antes de continuar, haciendo un gran esfuerzo por borrar la sonrisa de su rostro. Después de todo, aquello era un tema muy serio-. Sin embargo, hará falta dinero. Es necesario que aclaremos esta parte del acuerdo. -Aquel era el momento que había estado temiendo. ¿Habría hablado Geertruid solo para impresionarlo o tenía realmente acceso a tanto capital como insinuaba? Sin dinero no podían hacer nada.

La mujer tomó su mano con suavidad, como si tuviera miedo de que cayera y se hiciera añicos.

– Llevo el suficiente tiempo siendo mi propia dueña para saber que el dinero solo es uno más de los elementos del negocio. No penséis que, por el hecho de que yo ponga el dinero, eso repercutirá en vos. Propongo que vayamos al cincuenta por ciento. Incluso invirtiendo todo el capital del mundo, no podría hacerlo sin vos. ¿No es así como se hacen las cosas en esta ciudad, no es eso lo que la ha convertido en lo que es? Si dominamos el mundo es porque hemos diseñado sociedades anónimas, empresas y asociaciones comerciales para compartir el riesgo. -Oprimió la mano de Miguel con fuerza-. Y la riqueza.

– El caso -terció Miguel algo vacilante- es que yo no puedo hacer ningún movimiento en mi nombre… debido a ciertas pequeñas deudas. Si esos molestos acreedores supieran del negocio, podrían plantearme ciertas exigencias que acaso nos acarrearan gran daño.

– Entonces utilizad mi nombre, puro y limpio como el de un niño. No importa el nombre que usemos.

– Por supuesto -concedió él-. Quizá deberíamos ser muy francos en cuanto al grado de unidad y comprometernos a no revelar este asunto a nadie, ni siquiera a nuestros amigos más íntimos.

– Os referís a Hendrick. -Geertruid rió-. Él apenas comprende la naturaleza de una transacción tan simple como comprar un pastel de ciruela. Jamás pondría a prueba su intelecto con un asunto como este, aun si no fuera un secreto. No tenéis que preocuparos por eso. E incluso si se enterara de algo y lograra entenderlo, nunca se lo diría a nadie. No encontraré hombre más leal que él.

Miguel calló unos momentos pensando cómo expresar adecuadamente su siguiente preocupación.

– Todavía no hemos hablado de las exigencias de este plan ni del alcance de vuestros medios.

– Mis medios tienen sus límites -concedió Geertruid-. ¿Cuánto necesitamos?

Miguel habló con rapidez, deseando resolver cuanto antes esta parte, la más difícil.

– Creo que, para realizar estas tareas, no serán menester más de tres mil florines.

Miguel esperó. Un hombre podía vivir muy cómodamente durante un año con tres mil florines. ¿Es posible que Geertruid tuviera tanto a su disposición? Su marido le había dejado una herencia de cierto valor, pero ¿llevaba la vida de una mujer que puede reunir tres mil florines con solo pedirlos?

– No es fácil -contestó Geertruid después de reflexionar unos momentos-, pero puede hacerse. ¿Para cuándo los necesitaréis?

Miguel se encogió de hombros, tratando con todas sus fuerzas de contener su alegría.

– ¿Un mes? -Lo mejor era actuar como si tres mil florines no fueran gran cosa. De hecho, viendo la rapidez con que Geertruid accedía, lamentó no haber pedido más. Con cuatro mil florines, habría utilizado el dinero de más para saldar algunas deudas y permitirse una cierta tranquilidad… sin duda un gasto legítimo del negocio.

Geertruid asintió muy seria.

– Haré las disposiciones necesarias para que el Banco de la Bolsa transfiera los fondos a vuestra cuenta, de modo que podáis proceder sin que nadie sepa que yo estoy en el negocio con vos.

– Sé que nunca es agradable hurgar en los asuntos de los demás, pero ahora que somos socios, y no simples amigos, comprenderéis que muestre cierta curiosidad por un par de cosillas.

– Me sorprendería si no fuera así -contestó Geertruid con alegría-. Os estáis preguntando cómo puedo disponer de una suma tan grande con tanta facilidad. -La mujer no dejó que Miguel advirtiera la menor señal de amargura. Después de todo, la pregunta era muy apropiada.

– Ya que habéis sacado el tema, debo reconocer que siento curiosidad, sí.

– No lo tengo enterrado en el sótano. He pensado desprenderme de algunos valores. Quizá necesite unas pocas semanas para asegurarme de conseguir el mejor precio, pero puedo reunir el dinero sin graves trastornos.

– ¿Queréis que sea vuestro corredor en este asunto?

Ella dio una palmada.

– Sería un placer. Me libraríais de una pesada carga. -Pero entonces entrecerró los ojos-. Aunque me pregunto si debo. Sé que teméis a vuestro perverso Consejo. ¿Realmente deseáis hacer algo en público que pueda poner de manifiesto nuestra asociación más de lo necesario?

– El Consejo no es perverso, solo peca por exceso de celo. Pero entiendo a qué os referís. ¿Tenéis alguna otra persona a quien recurrir?

– Yo me encargaré de todo. -Geertruid echó la cabeza hacia atrás y miró al techo, luego volvió a Miguel-. Debe de ser la voluntad de Dios la que nos ha reunido, senhor. Me tenéis admirada.

– Pronto el mundo se admirará de los dos -repuso él.

Este plan, este fruto de su mente, a Miguel se le antojaba tan simple que no acertaba a creer que nadie hubiera pensado en ello antes. Por supuesto, se necesitaban ciertas condiciones. Un hombre tiene que moverse en el momento preciso en la vida de una mercancía, y aquel era el momento -eso lo sabía con una feroz certeza- para el café.

Primero, Miguel lo arreglaría todo para que trajeran por mar un gran cargamento de café a Amsterdam -un cargamento tan grande que desbordaría el mercado, que en aquellos momentos era escaso y especializado-, en este caso, noventa barriles. Nadie sabría nada de tal envío, de modo que el elemento sorpresa era fundamental. Para sacar provecho del secreto, Miguel compraría una gran cantidad de opciones de venta que le garantizarían el derecho a vender a un precio predeterminado de unos 33 florines por barril.