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– Por supuesto, lo entiendo -dijo Miguel-, y tengo toda la intención del mundo de conseguiros esos quinientos florines que faltan. Sé que ha sido menester que adelantéis ese dinero de vuestra bolsa, pero no dudéis que llegará.

– Estoy seguro. Solo quería que comprendierais bien los términos del contrato porque he recibido ciertas noticias inquietantes.

Aquel asunto del contrato le había irritado, pero Miguel comprendió que Nunes iba por otro camino.

– ¿Cuán inquietantes?

– Espero que no demasiado. -Su voz era firme y mantenía la espalda muy recta, como quien espera un golpe-. Temo que vuestro cargamento se retrase.

Miguel golpeó la mesa.

– ¿Retrasarse? ¿Por qué? Pero ¿cuánto tiempo?

– Un asunto desafortunado, pero sabéis que solo puedo plantear mis peticiones a hombres embarcados en navíos de la Compañía de las Indias Orientales. El barco que se nos había prometido cambió sus planes por voluntad de la Compañía. No irá hacia Moca y por tanto no podrá conseguir el café. ¿Qué hacer ante tamaño infortunio?

Miguel se llevó las manos a la cabeza. Por un instante temió que acaso se desmayaría.

– Retrasado -musitó, y entonces se quitó las manos de la cara y se aferró a los bordes de la mesa. Miró a Nunes y se obligó a esbozar una sonrisa desencajada-. ¿Retrasado, decís?

– Sé que os parecerá muy mala señal, pero acaso no sea tan malo como pensáis -dijo Nunes enseguida-. Mi hombre en la Compañía me dice que nos conseguirá la mercancía. Solo que habrá menester algo más de tiempo. Yo solicité que se pospusiera el pago, pero el contrato, tal y como os he mostrado, solo dice que deben enviar la mercancía en el primer barco que consideren apropiado, y es la Compañía quien decide lo que más le interesa.

– ¿Cuánto tiempo? -la voz se le quebró, y hubo de repetir la pregunta, de nuevo forzando una sonrisa. No se atrevía a manifestar sus miedos, pero sintió que una sensación hormigueante de pánico se extendía rápidamente por sus extremidades. Los dedos se le entumecieron, y se puso a flexionar las manos como si se le hubieran dormido.

Nunes ladeó la cabeza haciendo como que calculaba.

– Es difícil precisarlo. Son tantos los detalles que han de tomarse en consideración cuando se trata de organizar un cargamento… Han de encontrar un barco que haga la ruta en cuestión y asegurarse de que tiene el suficiente espacio en las bodegas. Os preocupaba mantener en secreto la mercancía, cosa que imagino no habrá cambiado, y eso es algo que no todos los barcos aceptan. Cada detalle ha de planificarse con el mayor cuidado.

– Por supuesto, lo comprendo. -Alzó su mano y se la pasó con torpeza por la cabeza-. Pero podéis haceros una idea. -Su sombrero cayó al suelo, y Miguel se agachó para recogerlo.

– Hacerme una idea -repitió Nunes, tratando de no alterarse ante el evidente nerviosismo de Miguel-. En estas circunstancias, en ocasiones puede llevar incluso un año hacer todas las diligencias, pero he escrito ya algunas cartas y he pedido que se me compense por ciertos favores. Espero tener vuestro cargamento dos o tres meses después de la fecha original. Acaso algo más.

Dos o tres meses. Acaso aún pudiera evitar el desastre. Teniendo ya a los agentes dispuestos, sin duda podría retrasarlo todo ese tiempo. Sí, no había razón para que no pudieran retrasarlo. Unos meses no tenían importancia en el plan general, no si al cabo conseguían su café. Y, dentro de unos años, se reirían de esos dos o tres meses.

Pero estaba también el asunto de sus inversiones, las opciones de compra, que dependían de la llegada del cargamento, las cuales había adquirido con dinero de su hermano.

Miguel había apostado mil florines por la bajada del precio del café y, si no había ningún café que desbordara el mercado, no tendría forma de manipular los precios. Si perdía el dinero del café meses antes de que llegara el cargamento, en comparación con lo que se le echaría encima, su ruina anterior se le antojaría un mero inconveniente. Y cuando todos supieran que había comprometido a su hermano sin su consentimiento, su nombre se convertiría en sinónimo de engaño. Aun cuando lograra evitar un juicio, jamás podría volver a hacer negocios en la Bolsa.

– Hay otra cosa. -Nunes suspiró-. Como sin duda sabréis, desde que iniciamos este negocio, el precio del café ha subido. El café ha subido a 0,65 florines la libra, lo que suman treinta y nueve florines por tonel. Por supuesto, ya lo sabéis; vos comprasteis opciones de compra y demás. En cualquier caso habréis de pagar otros quinientos diez florines, la mitad de los cuales necesitaré de forma inmediata junto con los quinientos que ya me debíais. En caso contrario habréis de reducir el pedido de noventa a setenta y siete barriles para cubrir la diferencia de precios.

Miguel agitó la mano en el aire.

– Muy bien -dijo. Aunque se arriesgara a contraer una deuda mayor ya no podía perder nada más-. He de conseguir esos noventa barriles al precio que fuere.

– ¿Y el dinero? Detesto insistir tanto, pero yo mismo me hallo un tanto desbordado, no sé si me entendéis. Si acaso tuviere yo un pequeño espacio para mis propios asuntos, no os molestaría, pero en estos momentos 755 florines significan demasiado para mí.

– Justamente acababa de hablar con mis socios. -Le pareció que farfullaba, pero había pronunciado semejantes mentiras en tantas ocasiones que tenía la certeza de poder decirlas de nuevo, y de forma convincente, aun en sueños, si ello fuera menester. Dio una palmada y se frotó las manos vigorosamente-. Por supuesto, habré de hablar con ellos de nuevo. Van a llevarse una gran decepción, pero les gustan los desafíos acaso tanto como a mí.

– ¿Y el dinero?

Miguel apoyó una mano en el hombro de Nunes.

– Me prometieron poner el dinero en mi cuenta no más tarde de mañana. O pasado. Os prometo que recibiréis vuestro dinero.

– Muy bien. -Nunes se desembarazó de los brazos de Miguel-. Lamento el retraso. Estas cosas a veces suceden. Sin duda tuvisteis en cuenta la posibilidad de un retraso al hacer vuestros planes…

– Por supuesto. Por favor, tenedme informado si hubiera cualquier novedad. Tengo muchos asuntos que atender.

De pronto, a Miguel la taberna se le hacía insoportablemente calurosa, así que salió de allí con grandes prisas y no vio a Joachim hasta que lo tuvo a unos pocos metros. Si acaso fuera posible, el hombre tenía peor semblante que la última vez que se vieron. Llevaba las mismas ropas, las cuales estaban más sucias. La manga de su capote estaba rota del puño hasta casi el hombro, y el cuello estaba manchado de sangre.

– Siento no haber tenido mucho tiempo para vos últimamente -dijo Joachim-, pero he estado ocupado. -Se tambaleó un tanto, y su rostro se tornó bermejo.

Miguel no se detuvo a considerar, contemplar o medir. Negras nubes de odio enturbiaban su visión. Sentía una gran rabia, espoleada por el café, que mudaba sus humores en cosa negra y maligna. En aquel instante dejó de ser él para transformarse en una bestia, ajena a todo pensamiento racional. Se abalanzó sobre Joachim y lo empujó con fuerza con las dos manos, sin detenerse.

Aquello le hizo sentirse bien. La sensación de tener un frágil cuerpo contra sus manos… y entonces Joachim ya no estaba, había dejado de existir. Miguel se sintió dichoso, jubiloso. Se sintió como un hombre. Con un simple empujón había hecho desaparecer a Joachim de su vida.

Solo que Joachim no estuvo desaparecido mucho tiempo. Miguel pretendía seguir camino, pero por el rabillo del ojo echó de ver que su enemigo había caído al suelo con más dureza de la que pretendía. Estaba caído de costado, como un pescado sobre una cubierta resbaladiza.

Miguel se detuvo. Joachim estaba muerto. Solo un hombre muerto podía estar en aquella postura, flácido, inmóvil, derrotado.