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¿Qué podía dar a Parido que pudiera satisfacerle y a la par permitirle a él ganar algo de tiempo? La respuesta cayó sobre él en una súbita inspiración: miedo. Le daría motivos para temblar, para dudar de sus aliados, para que el futuro y lo desconocido se convirtieran en su enemigo.

Miguel asintió lentamente en un intento de parecer reflexivo.

– Por desgracia, no puedo daros detalles de mi negocio porque hay otras personas implicadas, y no tengo derecho a revelar cosas que pudieran afectar el bienestar de la asociación.

– ¿Os habéis unido a una asociación comercial? -preguntó Joachim buscando con ansia las migajas.

– Algo así. Nos hemos unido por mejor llevar un importante negocio. Cada uno de nosotros posee una habilidad particular o algo con lo que contribuir, con lo cual el todo resulta más fuerte que la suma de sus partes. -Miguel sintió una punzada de pesar. Tal había sido el caso en su asociación con Geertruid, al menos hasta que supo que ella lo había traicionado.

– ¿Y a qué se dedicará tal asociación?

– Eso no puedo decíroslo… no si no deseo quebrantar la promesa que hice a los otros. Por favor, debéis entender que por mucho que lo necesitéis, no puedo daros esos detalles.

– Debo tener alguna información. -Joachim casi le suplicaba-. Sin duda lo entendéis.

Por primera vez, Miguel echó de ver que acaso Joachim no fuera sirviente de Parido, sino su esclavo. Se veía verdaderamente temeroso de partir sin ninguna información concreta para su amo. ¿Con qué podía haberle amenazado Parido?

– Sin traicionar a nadie, os diré que hay una gran cantidad de dinero implicada. Vos no seguís ya los movimientos de la Bolsa, así pues, os confiaré un secreto si prometéis que no habéis de contárselo a nadie. ¿Lo prometéis solemnemente, Joachim?

Inexplicablemente, Joachim vaciló y tragó saliva incómodo.

– Lo prometo -dijo.

– ¿Lo juráis por vuestro Jesucristo? -preguntó Miguel, hurgando más en la herida.

– No hago yo tales promesas a la ligera. A pesar de cuanto ha sucedido, no deseo incurrir en blasfemias.

– No os estoy pidiendo cosa blasfema -explicó Miguel con una amplia sonrisa-. Solo que hagáis un juramento sagrado que me certifique en lo que habéis prometido. Imagino que podríais faltar a vuestra palabra. Un hombre capaz de amenazar a otro con quitarle la vida, sin duda el más grave de todos los pecados, podría faltar a una promesa hecha a su Dios. Pero, si hacéis ese juramento, cuando menos será un pequeño consuelo.

– Muy bien -dijo Joachim, mirando la luz que se colaba por una de las minúsculas ventanas-. Juro por Jesucristo no repetir lo que me habéis dicho.

Miguel sonrió.

– ¿Qué más podría pedir? Sabed entonces que, con este plan, pensamos ganar muchísimo dinero, una cantidad tan grande que los mil que pedís parecerán una nadería. De aquí a diez años, los hombres aún hablarán de ello. Habrá de convertirse en el modelo al cual aspiran los jóvenes advenedizos de la Bolsa.

Los ojos de Joachim se dilataron. Se enderezó en su silla.

– ¿No podéis decir más? ¿No podéis decirme si negociáis con un producto, o ruta, o mercancía determinada?

– No puedo contestar a esa pregunta sin quebrantar mis propios votos -mintió-. Hay otros judíos de importancia implicados y, con el fin de protegernos, todos hemos hecho un voto de silencio.

– ¿Otros judíos de importancia? -preguntó Joachim. Al parecer llevaba al servicio de Parido el suficiente tiempo como para saber cuándo algo era importante.

– Sí -le dijo Miguel. Su pequeño engaño era tan siniestro que le costaba contener el contento-. En este asunto comparto mi suerte con varios miembros de la comunidad del más alto rango. Por eso nunca temí que acudierais con vuestra historia al ma'amad; solo deseaba evitar que se me abochornara delante de mis socios. Tengo un enemigo en dicha cámara, pero también tengo amigos poderosos. -Hizo una pausa y se inclinó hacia delante, para adquirir la pose de quien cuenta un secreto-. Veréis, es que uno de los miembros del consejo forma parte de la asociación, y aun otro ha hecho una importante inversión en nuestra empresa.

Joachim asintió y pareció notablemente aliviado. Diríase que poseía ya la suficiente información para volver a su amo y no temer su enfado. Ya tenía la joya reluciente que buscaba.

– ¿Satisface esto vuestra curiosidad, Joachim?

– De momento. Aunque acaso tenga más preguntas más adelante.

– Cuando lo penséis, ¿cierto?

– Sí, es posible que se me ocurran más.

– Siempre fuisteis persona de natural curioso. Supongo que eso no tiene arreglo.

Miguel lo acompañó escaleras arriba y lo hizo salir por la puerta de la cocina. Cuando cerró, dejó escapar una risotada. Ya no sería menester que temiera nada del ma'amad. Sin duda, Parido no aceptaría jamás que Miguel volviera a ser interrogado. Tenía demasiado que perder.

28

Una semana más tarde, Miguel recibió una nota de Geertruid. Había regresado de su viaje, todo iba bien y deseaba reunirse con él aquel mismo día en la Carpa Cantarina.

Cuando Miguel llegó, se le antojó que la mujer estaba particularmente bella con aquel vestido de un rojo encendido, con el corpiño azul y una cofia roja ribeteada de azul. Sus labios eran de un intenso carmín, como si se los hubiera estado mordisqueando.

– Qué alegría estar de vuelta -dijo ella, dándole un beso en la mejilla-. Mi tía de Frisia, que estaba tan enferma, se ha recuperado totalmente… tan completamente que me pregunto si acaso ha llegado a estar enferma de verdad. Y ahora -tomó la mano de Miguel-, contadme qué noticias hay, mi apuesto asociado.

Miguel deseó haber podido equivocarse, pero sus ojos lo habían visto. Geertruid había trabado amistad con Miguel valiéndose de engaños, y Miguel aún no sabía el porqué.

– Me alegra saber que vuestra tía está mejor.

Miguel había considerado largamente en este problema, y había llegado a una reconfortante conclusión: si Geertruid trabajaba para Parido, le proporcionaría cualquier suma razonable que le pidiera; de otro modo, cualquier intriga que el parnass urdiera fracasaría. Miguel conseguiría el dinero que necesitaba para cubrir sus inversiones, y entonces mostraría a Parido qué gran necedad era tratar de superar a un hombre bien instruido en las historias de Pieter el Encantador. Pero, después de días de reflexión, aún no estaba seguro de cómo pedir lo que quería.

– Bien -dijo Geertruid. Dio un largo trago a su cerveza-. ¿Alguna noticia de nuestro cargamento? ¿Alguna noticia de la Bolsa? Ardo en deseos de seguir adelante.

– Ha habido ciertas noticias -empezó Miguel-, aunque no tan buenas como quisiera. Debéis comprender que tales diligencias nunca acontecen con la suavidad planeada, y, conforme avanza en su camino, el mercader ha de hacer cuanto esté en su mano por evitar peligros ocultos.

Geertruid se relamió los labios.

– ¿Peligros ocultos?

– Veréis, el precio de cada producto está sujeto a diferentes cambios durante un tiempo determinado. Nadie puede adivinar realmente sus movimientos… esto es, a menos que tenga el monopolio, claro, que es lo que nosotros planeamos hacer… aun cuando aún no lo tengamos.

– ¿El precio del café ha subido? -preguntó ella directamente.

– Lo ha hecho, y más de lo que cabía esperar. Y luego está la cuestión de los costes del cargamento, que han resultado significativamente más altos de lo que se me hizo creer. Y el secreto… eso también cuesta dinero. Untas una mano aquí, otra allá… y cuando te das cuenta tienes la bolsa vacía.

– Creo que ya sé adónde nos llevará esta conversación.

– Lo suponía. Veréis, creo que debemos tener más dinero para asegurar los cabos sueltos. Por solo un poco más, podría eliminar cualquier elemento dudoso.