– ¿Y cómo habéis llegado a tan inusual conclusión?
– Muy simple, senhor. Tengo una información que vos queréis. Tengo información de la que podéis obtener gran cantidad de dinero. De hecho tengo información que os salvará de la ruina. Si acaso temo algo es que seáis demasiado necio para creerla. Pero lo cierto es que la tengo y deseo compartirla con vos.
– ¿Y a cambio de tal información queréis los quinientos florines de los que tanto os he oído hablar?
El holandés rió.
– Lo que quiero es una parte de vuestros beneficios. Espero que sepáis ver la chanza. Deseo que mi éxito, mi fortuna, vuelvan a estar ligados al vuestro.
– Ya veo. -Miguel respiró hondo. Ya casi no reconocía ni su propia vida. Allí estaba, sentado en su sótano, negociando con Joachim Waagenaar. Si hubieren de atraparlo haciendo aquello, con toda probabilidad, Salomão Parido defendería ante el ma'amad que se le perdonara el delito. El mundo se había vuelto loco.
Joachim negó con la cabeza.
– No, no veis, Lienzo, pero lo haréis. Esto es lo que propongo: acepto daros una información de la que sacaréis sorprendentes beneficios. Si estoy en lo cierto, me daréis el diez por ciento de lo que saquéis por la información… la tasa habitual de un corredor, podríamos decir. Si me equivoco, no me deberéis nada, y jamás volveréis a saber de mí.
– ¿No os olvidáis de un importante detalle?
– ¿Qué detalle es ese?
Miguel tragó.
– Que sois un demente y no se puede confiar en nada de cuanto digáis.
Joachim asintió, como si Miguel hubiera pronunciado un sabio punto de la Ley.
– Os pido que confiéis en mi palabra. Nunca he sido un demente, tan solo un hombre en la ruina. ¿Podéis decirme qué sería de vos, senhor, si lo perdierais todo, si no tuvierais dinero, ni casa, ni alimentos? ¿Podéis asegurar que vos no caeríais en la locura de la desesperación?
Miguel no dijo nada.
– Jamás he deseado venganza -continuó Joachim-, solo quería lo que es mío, y no procuro permanecer al margen viendo como un hombre destruye a otro porque sí. Como bien sabéis, ya he aprendido qué cosa es la ruina. Y no deseo acarrearla sobre otra persona.
Ahora Joachim había conseguido atraer la atención de Miguel.
– Os escucho.
– Habréis de hacer más que escuchar. Habréis de estar de acuerdo.
– Suponed que escucho lo que queréis decirme y no os creo.
– Pues muy bien, pero si decidís que sí me creéis y actuáis guiándoos por esa información, habréis de darme el diez por ciento de lo que ganéis.
– ¿O…?
– Nada de «os» -dijo Joachim-. No puede haber más amenazas entre nosotros. No os haré firmar ningún contrato; sé bien que escribir algo sobre papel os expondría a la ruina. Dejaré a vuestro buen juicio el decidir cómo conviene obrar a un caballero.
Miguel dio un trago a su vino. Joachim ya no hablaba como demente. ¿Acaso sería suficiente el dinero de Parido para eliminar los vapores perniciosos de su cabeza o solo la claridad y determinación del propio Joachim podían hacer eso?
– Os escucharé.
Joachim respiró hondo.
– ¿Tenéis más de ese vino para mí? ¿O cerveza?
– No soy vuestro anfitrión, Joachim. Hablad ya o marcharos.
– No es menester ser descortés, senhor. Sin duda cuando escuchéis lo que vengo a deciros me serviréis cuantas bebidas quiera. -Hizo una pausa-. De acuerdo. Veréis, la última vez que vine a vos, no fui del todo sincero. Resulta que me había puesto de acuerdo con aquel hombre que me envió.
– Salomão Parido -dijo Miguel-. Acaso hubierais podido traerlo con vos, pues en ningún momento me engañasteis.
– Supuse que así era, pero nada le dije a él. Yo ya meditaba entonces en lo que pudiere pasar con nuestra triste amistad e imagino que dijisteis cuanto dijisteis porque deseabais que él lo creyera. Había empezado a odiarle a él más de lo que os odiaba a vos, de modo que tuve mi lengua.
– A ver, a ver, vayamos por partes. ¿Cómo fue que disteis en acabar al servicio de Parido?
– Es hombre astuto. Vino a mí y dijo que había llegado a su conocimiento que os había estado siguiendo por toda la ciudad, y que sabía por qué. Dijo que acaso pudiéramos hacer ciertos tratos juntos. Fue muy amable. Hasta me dio diez florines y dijo que vendría a verme al cabo de una semana. Pasó la semana y quiso que viniera yo a hablar con vos. Yo que le digo que tal cosa es imposible, que entrambos las cosas han tomado un giro muy malo. Reconozco que lo único que deseaba era saber lo que hubiera por ofrecerme. Pero no ofreció nada. Él me dice que si tal es mi pensamiento, que no he menester salvo pagar el préstamo y los intereses, y entrambos todo quedará saldado. Yo no podía saldar el préstamo, y él me amenazó con el Rasphuis. Él conoce a gente en el Consejo Ciudadano, me dijo, que me encerrará sin causa ni remordimiento, y acaso demuestren cierto interés por saber cómo fue que salí tan pronto después de mi detención anterior. Yo no deseaba volver a aquel calabozo, os lo aseguro.
– Proseguid.
– Así que hago lo que me dice un tiempo, pero no dejo de considerar aquello que pueda hacer por mí mismo, lo cual, según se es visto, tiene mucho que ver con lo que puedo hacer por vos. Por cierto, me gustó lo que tratabais de hacer, aunque él no lo creyó. Cuando le dije lo que habíais dicho, me dijo que de todos los conversos que conocía, vos erais el más gran mentiroso.
Miguel no dijo nada.
Joachim se frotó la nariz con la manga.
– De todas formas he conseguido encajar algunas piezas. ¿Conocéis a un tal Nunes, que comercia con mercancías de las Indias Orientales?
Miguel asintió, esta vez convencido realmente de que acaso Joachim pudiera tener algo importante que contarle.
– Pues el tal Nunes trabaja para Parido. Hay cierto asunto relacionado con un cargamento de café, el cual, por cierto, probé en una ocasión, y que se tiene por cosa repugnante por su sabor a orines.
¿Nunes trabajando para Parido? ¿Cómo era posible? ¿Por qué habría de traicionarle su amigo?
– ¿Y qué hay del cargamento? -Miguel habló tan quedo que casi ni él mismo se oyó.
– Nunes os mintió… os dijo que el barco va con retraso, que no lo consiguieron o alguna simplería semejante, pero todo es falso. Cambiaron el barco, así que el cargamento viaja en un navío llamado Lirio del Mar, el cual puedo deciros que atracará la semana que viene en el puerto. No sé mucho más, salvo que Parido no desea que sepáis esto y que trama hacer algo con los precios.
Miguel se puso a andar arriba y abajo, sin apenas fijarse en que Joachim lo observaba. ¡Parido y Nunes juntos! Jamás hubiera tenido a Nunes por tan gran traidor, pero ello explicaba muchas cosas. Si Nunes era hombre de Parido, le habría informado de la venta de Miguel, y el parnass habría empezado a conspirar por bien de hallar la forma de arruinarlo a la par que ganaba un buen dinero. Pero Parido solo tenía noticia del café en sí, y desconocía que Miguel hubiera apostado por la caída de los precios. Acaso tampoco supiera del plan para crear un monopolio. El conjunto de la trama se le escapaba, pero una cosa estaba clara: si Geertruid trabajaba también para Parido, no le había dicho todo lo que sabía.
– Mencionasteis con anterioridad a Geertruid Damhuis. ¿Trabaja ella para Parido? -preguntó Miguel, con la esperanza de aclarar por fin la pregunta.
– Haríais bien en manteneros alejado de esa mujer.
– ¿Qué sabéis de ella?
– Solo que es una ladrona y una fullera, ella y ese compañero suyo.
– Eso ya lo sabía. ¿Qué tiene que ver Parido con ella?