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– Vosotros ya habéis terminado, gracias.

Habría tenido que experimentar otra sensación después de recibir la llamada que confirmaba sus suposiciones, y, sin embargo, lo asaltó una especie de náusea que le cerró la boca del estómago.

– ¡Fazio! ¡Gallo!

– A sus órdenes.

– Id a casa a comer y después regresad aquí. Avisad a vuestras familias de que esta noche tendréis trabajo. -En un primer momento, los ayudantes del comisario se miraron con cara de sorpresa y después dirigieron los ojos con expresión inquisitiva al comisario-. Os lo contaré todo a vuestro regreso, no hay prisa. Pero, sobre todo, no digáis nada a nadie.

– ¿Qué vamos a decir si no sabemos de qué se trata? -replicó Fazio.

El comisario también abandonó su despacho, pues notaba que le faltaba el aire. Al llegar a la altura de la trattoria San Calogero, titubeó un instante: ¿entrar o no? Pero la sensación de náusea se intensificó. Entonces se dirigió al puerto y se detuvo a contemplar a los turistas que embarcaban en el ferry para trasladarse a las islas. La mayoría eran jóvenes extranjeros armados con sus sacos de dormir. Seguramente no enriquecerían las islas con su dinero, pero sí con el esplendor de su juventud. Lanzó un suspiro y dio comienzo a su habitual paseo hasta la punta del muelle.

– Sólo son conjeturas mías, pero están empezando a confirmarse. En la casa de los Piccolo, adonde llega a los cinco años porque se ha quedado huérfana, Grazia es tratada como una esclava. Me lo dijo ella misma y no creo que sea una exageración. Y, además, estoy convencido de que el tío Gerlando, siendo como era, debió de aprovecharse de la sobrina cuando todavía era una chiquilla. Después de la muerte de la tía, Grazia se convierte en la amante fija del tío cuando éste no tiene otra cosa mejor a mano. Con el paso del tiempo, al principio de manera confusa y después con certeza, la chica siente que lo aborrece, pero no puede rebelarse, no tiene ninguna salida. Hasta que, entre ella y Fonzio Aricò, el cobrador, el hombre de confianza, surge un entendimiento, una pasión, lo que sea. El tío no se entera de nada. Él está en su despacho del piso de arriba chupando la sangre de la gente, mientras Grazia y Fonzio hacen lo que les da la gana en la planta baja. Un día, a Grazia o a Fonzio, eso ya lo aclararemos, se les ocurre una idea: librarse de Gerlando Piccolo y quedarse con su negocio. La herencia de Gerlando irá a parar sin duda a Grazia, pues el hombre no tiene otros parientes. Pero ¿cómo llevar a cabo sus propósitos sin despertar sospechas? Lo ideal sería que una tercera persona matara a Gerlando. Y entonces Grazia, y estoy seguro de que fue a ella a quien se le ocurrió la genial idea, se acordó de Dindò, el repartidor del supermercado, un adolescente con la mente de un niño. Empieza a mostrarse amable con él, le da confianzas y, cada vez que lo ve, le manifiesta un cariño paulatinamente más profundo. Y Dindò cae en la trampa y se enamora de ella. Entonces Grazia le confiesa que jamás podrá ser suya, pues es prisionera de su tío, el cual se aprovecha vilmente de ella y la obliga a hacer cosas repugnantes. Dindò se enfurece, se siente un caballero antiguo y promete liberarla matando al que la tiene prisionera. Lo jura una y mil veces. Durante unos días, Grazia finge querer disuadir a Dindò de su propósito y después le dice que si está verdaderamente decidido, ella puede facilitarle una de las armas que hay en la casa. Una vez efectuado el disparo, Dindò tendrá que llevarse el arma.

– Pero hemos encontrado todas las armas que había en la casa -terció Fazio-. Y con ninguna de ellas se efectuó el disparo que mató a Piccolo.

– Claro, porque el arma pertenece a Fonzio Aricò. La noche convenida, Grazia, tras terminar de trabajar en la cocina, abre silenciosamente la puerta principal y deja el revólver que le ha facilitado Aricò en el primer peldaño de la escalera.

– ¿Puedo interrumpirlo? ¿Dónde está Fonzio mientras tanto? -preguntó Fazio.

– Creándose una buena coartada. Seguramente en un garito con otras cincuenta personas que declararán en su favor. Grazia quiere asegurarse de que Dindò realizará el disparo. Y por eso se encarga de que éste la sorprenda mientras su tío la obliga a hacer las guarradas que tanto la repugnan y que ella misma le ha contado al chico. Y eso es, en efecto, lo que sucede.

– Un momento -dijo Gallo-. La posición del cadáver…

– Sé lo que estás pensando. Pero tú, Gallo, ya eres bastante mayorcito, me parece. Y por eso sabrás que, para hacer el amor, no es obligatoria la posición tradicional. -Gallo se ruborizó y no dijo nada-. Dindò se retrasa y Grazia, después incluso de haber finalizado la relación, sigue abrazando a Gerlando. Finalmente, llega Dindò, Grazia lanza un grito y se aparta, el chico dispara, deja el revólver en algún sitio y pone el dormitorio patas arriba para simular un robo. Pero en ese momento la furia de Dindò se desvanece de golpe, éste se vuelve, mira al muerto, se da cuenta de lo que ha hecho, enloquece de desesperación y rompe los cuadritos y la pequeña imagen de la Virgen. Después huye de la habitación. Grazia se ve perdida. Piensa, tal vez con acierto, que tarde o temprano Dindò se vendrá abajo y lo contará todo. Abre el cajón de la mesilla de noche, coge el arma de su tío, persigue al muchacho y le pega un tiro, hiriéndolo de muerte.

– Eso no lo entiendo -dijo Fazio-. Si verdaderamente tenía intención de contarlo todo, de entregarse, y si tuvo la fuerza de llegar hasta el lugar donde lo encontraron muerto, ¿por qué no se dirigió a una casa cualquiera, la más cercana, para pedir socorro?

– Porque en el momento en que la bala de Grazia lo hirió, Dindò se convirtió en adulto.

– No lo entiendo -murmuró Fazio.

– Hasta ese momento era un chiquillo enamorado que no sabía lo que hacía. Un segundo después comprendió que era un asesino manipulado como una marioneta. El disparo no lo hirió de muerte sólo en el cuerpo, sino también y por encima de todo en el alma, pues le reveló la traición de Grazia. Se dejó morir.

– Pero aunque Grazia no hubiera disparado contra él, ella y Fonzio debían de tener un plan por si Dindò hablaba -objetó Fazio.

– Claro. Tenían intención de librarse de él cuanto antes, tal vez simulando un accidente. Continúo. Grazia, al ver que Dindò huye, lo persigue, enciende la luz que hay delante de la casa, un testigo lo dijo, aunque el fiscal dio otra interpretación, pero el muchacho ya se ha puesto en marcha y ha desaparecido. Grazia ve la sangre que empapa la tierra pero ignora la gravedad de la herida. Y eso la preocupa, la pone nerviosa, la induce a cometer un error. El único en un plan perfecto. Vuelve a subir al dormitorio de su tío, a nosotros nos dirá que para ver si podía hacer algo por él, arroja al suelo el revólver con el cual ha disparado, coge las llaves de la caja fuerte, se dirige al despacho, se apodera del dinero que hay dentro, y debía de haber mucho, deja unas doscientas mil liras, vuelve a colocar las llaves en su sitio y, en ese momento, se da cuenta de que sobre la cama o en algún otro sitio se encuentra el arma con que ha disparado Dindò, la que le facilitó Fonzio. No sabe qué hacer; según lo acordado, Dindò habría tenido que llevársela y después Fonzio ya se habría encargado de recuperarla y hacerla desaparecer. Grazia, temiendo que el arma pueda conducir hasta Aricò, la esconde en la casa junto con el dinero. Una casa que nosotros no registramos porque, aparte del dormitorio y el despacho, no había ningún motivo para registrar lo demás.

– Pero ¿usted cómo sabe todo eso del arma? -preguntó Gallo.

– No lo sé, lo supongo. Y, si queréis que os diga la verdad, éste es el punto más débil de mi reconstrucción. Pero si Dindò se derrumbó cuando todavía se encontraba en casa de Piccolo, lo primero que debió de hacer fue arrojar el arma lejos de sí. Sea como fuere, una vez escondidos el dinero y el arma, Grazia nos llama diciendo que han matado a su tío. Está muerta de miedo porque no sabe nada de Dindò y no sabe si éste tendrá el valor de denunciarla, pero consigue dominarse. La noticia del hallazgo del cuerpo del muchacho se la comuniqué yo mismo y ella interpretó su papel a la perfección.