Выбрать главу

Myron no se volvió a recuperar nunca más.

Un accidente bien raro, o eso pensó todo el mundo, incluido Myron. Durante más de diez años pensó que el accidente había sido una simple casualidad, la obra arbitraria del azar. Pero ahora sabía que había algo más, ahora sabía que el hombre que tenía delante había sido la causa, sabía que su rivalidad infantil, aparentemente inocente, se había convertido en algo monstruoso, había devorado su sueño, se había encarnizado con el matrimonio de Greg y Emily y, con toda probabilidad, había provocado el nacimiento de Jeremy Downing.

Sintió las manos apretadas como puños:

– Ya me iba.

Greg le puso la mano en el pecho:

– Te he hecho una pregunta.

Myron observó la mano:

– Hay una cosa positiva -dijo.

– ¿Cuál?

– Que no tendremos que perder tiempo con el traslado -dijo Myron-, porque ya estamos en el hospital.

Greg se rió, burleta:

– La última vez me diste un puñetazo.

– ¿Quieres recordarlo?

– Perdónenme -intervino Karen Singh-, pero ¿están hablando en serio?

Greg seguía mirando a Myron.

– Déjalo -dijo Myron-, o me mearé encima.

– Eres un hijo de puta.

– Bueno, yo tampoco te mandaría una felicitación de Navidad, Greg el cagado. -Greg el cagado… Una actitud muy adulta.

Greg se le acercó todavía más.

– ¿Sabes qué tengo ganas de hacerte, Bolitar?

– ¿Besarme en la boca? ¿Regalarme flores?

– Flores para tu tumba, a lo mejor.

Myron asintió con la cabeza:

– Muy buena, Greg. Quiero decir, uy, qué miedo…

Karen Singh dijo:

– Que estemos en un pabellón infantil no significa que tengan que portarse como niños.

Greg dio un paso atrás sin dejar de mirarle ni un segundo.

– Emily -escupió de pronto-. Te ha llamado, ¿no?

– No tengo nada que decirte, Greg.

– Te ha pedido que encuentres al donante, como me encontraste a mí.

– Siempre has sido un chico listo.

– Pienso convocar una rueda de prensa hoy mismo. Haré una petición directa al donante. Le ofreceré una recompensa.

– Muy bien.

– Así que no te necesitamos para nada, Bolitar.

Myron lo observó y por un momento fue como si volvieran a estar en la pista, con las caras bañadas en sudor, el público alrededor aclamándolos, el reloj avanzando, el balón botando. Nirvana. Nunca más. Arrebatado por Greg. Y por Emily. Y tal vez, por encima de todo, cuando lo analizaba con honestidad, por la propia estupidez de Myron.

– Tengo que irme -dijo Myron.

Greg volvió a retroceder. Myron pasó por su lado y llamó el ascensor.

– Oye, Bolitar.

Se volvió hacia Greg.

– He venido a hablar de mi hijo con la doctora -dijo Greg-, no a remover nuestro pasado.

Myron no respondió. Se volvió hacia el ascensor.

– ¿Crees que puedes ayudar a salvar a mi hijo? -preguntó Greg.

A Myron se le secó la boca.

– No lo sé.

El ascensor soltó un pitido y se abrieron las puertas. No hubo ni un adiós, ni un saludo con la cabeza, ni ningún tipo de comunicación más. Se metió dentro y dejó que las puertas se cerraran. Cuando llegó a la primera planta se dirigió al laboratorio de análisis. Se subió la manga. Una mujer le extrajo sangre, le desató el torniquete y le dijo:

– Su médico se pondrá en contacto con usted para comentarle los resultados.

8

Win estaba aburrido, de modo que llevó a Myron al aeropuerto a recoger a Terese. Apretaba el pedal del gas a fondo como si le hubiera ofendido. El Jaguar volaba. Como solía hacer cuando iban en el coche de Win, Myron mantenía la mirada desviada.

– Al parecer -explicó Win-, nuestra mejor opción sería localizar una clínica satélite de médula ósea, de esas que están en alguna zona remota. Por el interior del estado, o por el oeste de Jersey. Luego nos tendríamos que colar de noche con un experto en informática.

– No funcionará -dijo Myron.

– Pourquoi?

– El centro de Washington cierra la red informática a las seis en punto. Incluso si consiguiéramos colarnos, no podríamos acceder al registro principal.

Win musitó:

– Hum.

– No temas -dijo Myron-. Tengo un plan.

– Cuando hablas así -dijo Win-, se me ponen los pezones duros.

– Pensaba que sólo te excitabas con la acción real.

– ¿Y esto no es acción real?

Dejaron el coche en el aparcamiento de estancias cortas del JFK y llegaron a la terminal de Continental Airlines diez minutos antes de que aterrizara el avión. Cuando empezaron a salir los pasajeros, Win propuso:

– Esperaré ahí en el rincón.

– ¿Por qué?

– No me gustaría hacer sombra a vuestro reencuentro -explicó-. Y desde allí tendré una visión más buena de la retaguardia de la señorita Collins.

Por Dios, Win.

Al cabo de dos minutos, Terese Collins -por usar un término aeroportuario- desembarcó. Iba ataviada de manera desenfadada, blusa blanca y pantalones verdes. Llevaba el pelo castaño recogido en una coleta. La gente se avisaba disimuladamente con pequeños codazos, gesticulando y murmurando sutilmente, y la miraban de manera furtiva, de aquella manera que transmite «sé quién eres pero no quiero parecer un adulador».

Terese se acercó a Myron y le ofreció su sonrisa «pasamos a la publicidad». Era una sonrisa breve y contenida, que trataba de ser simpática pero, al mismo tiempo, de recordar a los telespectadores que les estaba hablando de guerra y pestilencia y tragedia y que tal vez una sonrisa feliz resultaría algo obscena. Se abrazaron un poco demasiado fuerte y Myron sintió que lo embargaba una tristeza conocida. Le ocurría cada vez que se abrazaban, una sensación de que algo en su interior volvía a desmoronarse, y tenía la impresión que a ella le ocurría lo mismo.

Win se les acercó.

– Hola, Win -lo saludó ella.

– Hola, Terese.

– ¿Mirándome el culo de nuevo?

– A mí me gusta más el término derrière. Y, sí.

– ¿Sigues encontrándolo de primera?

– Categoría selecta.

– Ehem -intervino Myron-. Os ruego que esperéis a que venga el inspector cárnico.

Win y Terese se miraron y pusieron los ojos en blanco.

Myron ya se había equivocado antes. Emily no era la preferida de Win, era Terese…, aunque eso era estrictamente porque vivía lejos.

– Eres el típico tío patético y necesitado que se siente incompleto sin una novia fija -le dijo Win en una ocasión-. De modo que, ¿qué mejor que una mujer comprometida con su profesión y que vive a más de mil kilómetros?

Win se dirigió a buscar el Jaguar mientras ellos esperaban que saliera la maleta. Terese observó a Win mientras se alejaba. Myron le preguntó:

– ¿Es su culo mejor que el mío?

– No hay ningún culo mejor que el tuyo -respondió ella.

– Eso ya lo sé. Sólo te estaba poniendo a prueba.

Terese siguió mirándolo:

– Win es un tipo interesante -comentó.

– Desde luego -asintió Myron.

– Por fuera es todo frío y distante -añadió-. Pero, por dentro, es todo frío y distante.

– Percibes muy bien a la gente, Terese.