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– ¿Por qué no se ha puesto en contacto con él el centro de médula ósea?

– Quizá lo hayan hecho -dijo Myron-. A lo mejor se le ha olvidado.

A Greg aquello no le gustó, ni tampoco a Myron.

– Entonces, ¿qué hacemos ahora?

– Hacer una comprobación del historial de Davis Taylor, averiguar todo lo que podamos sobre él.

– ¿Cómo?

– En la actualidad es fácil. Tecleando un poco, mi colega sabrá cómo hacerlo.

– ¿Tu colega? ¿Te refieres a aquel friki violento con el que compartías piso en la universidad?

– (a) Es poco sano llamar a Win friki violento, aunque parezca no estar cerca, y (b), no, me refería a mi socia en MB SportsReps, Esperanza Diaz.

Greg volvió a mirar la casa.

– ¿Qué hago yo?

– Vete a casa -dijo Myron.

– ¿Y?

– Hazle compañía a tu hijo.

Greg negó con la cabeza.

– No puedo verlo hasta el fin de semana.

– Estoy seguro de que a Emily no le importará.

– Sí, claro. -Greg esbozó una sonrisa de suficiencia y movió la cabeza-. Ya no la conoces muy bien, ¿no, Myron?

– Supongo que no.

– Si fuera por ella, yo no volvería a ver a Jeremy nunca más.

– Eso es un poco bestia, Greg.

– No, Myron. Y eso siendo generoso.

– Emily me dijo que eres un buen padre.

– ¿Te dijo también de qué me acusó en nuestra batalla por la custodia?

Myron asintió:

– De maltratar a los niños.

– No sólo de maltratarlos, Myron. De abusar sexualmente de ellos.

– Quería ganar.

– ¿Y eso es una excusa?

– No -accedió Myron-. Es deplorable.

– Peor que eso, es perverso. No tienes ni idea de lo que Emily es capaz de hacer para salirse con la suya.

– ¿Por ejemplo?

Pero Greg negó con la cabeza y puso el motor en marcha.

– Te lo volveré a preguntar: ¿qué puedo hacer para ayudar?

– Nada, Greg.

– Eso no me vale. No pienso quedarme de brazos cruzados mientras mi hijo se muere, ¿lo entiendes?

– Lo entiendo.

– ¿Tienes algo más, aparte de este nombre y esta dirección?

– Nada.

– Está bien -dijo Greg-. Te dejaré en la estación de tren y me quedaré aquí a vigilar la casa.

– ¿Crees que el viejo miente?

Greg se encogió de hombros.

– Tal vez está confundido y se le ha olvidado. O a lo mejor estoy perdiendo el tiempo, pero tengo que hacer algo.

Myron no dijo nada. Greg siguió conduciendo.

– ¿Me llamarás si descubres algo? -le pidió Greg.

– Claro.

Durante el trayecto de regreso a Manhattan, Myron estuvo pensando en las palabras de Greg. Sobre Emily. Y sobre lo que había hecho, y de lo que era capaz de hacer para salvar a su hijo.

11

Myron y Terese empezaron el día siguiente tomando una ducha juntos. Myron controlaba la temperatura y mantenía el agua caliente. Al parecer, eso previene las arrugas.

Cuando emergieron de la vaporosa cabina ayudó a Terese a secarse con la toalla.

– Sécame del todo -le pidió ella.

– Ofrecemos un servicio completo, señora -dijo él, secándola un poco más.

– Es algo que me ocurre siempre que me ducho con un hombre.

– ¿A qué te refieres?

– Que siempre acabo con los pechos inmaculados.

Win se había marchado hacía varias horas. Últimamente le gustaba llegar al despacho hacia las seis de la mañana. Algo que ver con los mercados de ultramar. Terese se hizo tostadas mientras Myron se preparaba un cuenco de cereales. Cereales Quisp. En Nueva York ya no se encontraban, pero a Win se los enviaban desde un lugar llamado Woodman's, en Wisconsin. Myron se zampó una cucharada de tamaño industrial y el subidón de azúcar le pilló tan rápido que casi se tuvo que agachar.

Terese dijo:

– Tengo que volver mañana por la mañana.

– Lo sé.

Tomó otra cucharada, sintiendo que ella lo miraba.

– Vuelve a escaparte conmigo -añadió Terese.

Myron levantó los ojos hacia ella. Le pareció más pequeña, más lejos.

– Puedo conseguir la misma casa en la isla. Podríamos coger un avión y…

– No puedo -la interrumpió.

– Vaya -dijo ella, y luego-: ¿Tienes que encontrar a ese Davis Taylor?

– Sí.

– Entiendo. ¿Y después de eso…?

Myron negó con la cabeza. Siguieron desayunando en silencio.

– Lo siento -dijo Myron.

Ella asintió.

– Huir no siempre es la respuesta, Terese.

– ¿Myron?

– ¿Qué?

– ¿Tengo cara de estar de humor para perogrulladas?

– Lo siento.

– Ya, eso ya lo has dicho.

– Sólo intento ayudar.

– A veces no puedes ayudar -dijo ella-. A veces, lo único que te queda es huir.

– No es mi caso -aclaró él.

– No -aceptó Terese-, no es tu caso.

No estaba enfadada ni molesta, simplemente decaída y resignada, y eso asustaba a Myron mucho más.

Al cabo de una hora Esperanza entró sin llamar en el despacho de Myron.

– Bueno -empezó, mientras tomaba asiento-, esto es lo que he encontrado sobre Davis Taylor.

Myron se recostó y se puso las manos detrás de la cabeza.

– Uno: no ha hecho nunca la declaración de Hacienda.

– ¿Nunca?

– Me alegro de que estés tan atento -dijo Esperanza.

– ¿Estás diciendo que nunca ha declarado ningún ingreso?

– ¿Piensas dejarme acabar?

– Perdón.

– Dos: prácticamente no tiene ningún documento; ni siquiera permiso de conducir. Una tarjeta de crédito, una Visa emitida hace poco por su banco, con muy pocos movimientos. Una sola cuenta bancaria con un saldo actual de menos de doscientos dólares.

– Qué sospechoso -dijo Myron.

– Sí.

– ¿Cuándo abrió la cuenta?

– Hace tres meses.

– ¿Y antes de eso?

– Niente. Al menos, niente que yo haya podido rastrear hasta ahora.

Myron se acarició el mentón:

– Nadie vuela tan por debajo de las antenas del radar -dijo-. Tiene que ser un alias.

– Es lo mismo que pensé yo -dijo Esperanza.

– ¿Y?

– La respuesta es sí y no. -Myron esperó a que se explicara. Esperanza se recogió unos mechones de pelo detrás de las orejas-. Parece que ha habido un cambio de nombre.

Myron frunció el ceño:

– Pero tenemos su número de seguridad social, ¿no?

– Correcto.

– Y la mayoría de datos se guardan por el número de seguridad social, no por el nombre, ¿no es así?

– Otra vez, correcto.

– Pues no lo entiendo -dijo Myron-. El número de seguridad social no te lo puedes cambiar. Un cambio de nombre te puede hacer más difícil de localizar, pero no es capaz de borrar tu pasado. Sigues teniendo declaraciones de renta y cosas así.

Esperanza agitó las dos manos:

– ¡Eso es lo que quería decir con «sí y no»!

– ¿Tampoco hay documentos por su número de seguridad social?

– Correcto.

Myron intentó asimilarlo.

– Pues, ¿cuál es el nombre real de Davis Taylor?

– Todavía no lo sé.

– Habría dicho que era fácil de averiguar.

– Lo sería -dijo ella- si tuviera algún tipo de documento, pero no lo tiene. El número de seguridad no tiene ninguna incidencia. Es como si esta persona no hubiera hecho nada en toda su vida.

Myron reflexionó un momento:

– Sólo se me ocurre una explicación -dijo.