Pero la cosa no acaba aquí.
– Le pregunto por los niños. Le digo sus nombres. Le digo el nombre de su colegio y de sus profesores y de sus cereales preferidos para el desayuno.
Le pregunto cómo sabe estas cosas.
Su respuesta es sencilla:
– Me las ha dicho papi.
Myron se dejó caer en su butaca:
– Dios mío -musitó.
Respira hondo, se dijo de nuevo. Inspira, expira, así. Reflexiona. Poco a poco. Con cuidado. Bueno, primero de todo: con todo lo horrible que es, ¿qué tiene que ver todo eso con Davis Taylor, nacido Dennis Lex? Probablemente nada. Sería demasiada casualidad. Y, de nuevo, pese a lo horrible que es, Myron sabía que la historia tenía más miga. Más y, en cierto sentido, menos.
Las columnas de Gibbs atrajeron la atención y las críticas de todo el país durante semanas… hasta que, Myron se acordaba, todo estalló de la manera más pública posible. ¿Qué había ocurrido exactamente? Myron tecleó, clicó e inició una búsqueda de artículos que tuvieran a Stan Gibbs como protagonista. Le aparecieron por orden de fechas:
LOS FEDERALES EXIGEN LAS FUENTES DE GIBBS
El FBI, que en las últimas semanas ha estado negando las alegaciones que aparecían en las columnas de Stan Gibbs, ha cambiado de estrategia: le ha pedido sus notas e información.
Dan Conway, portavoz del FBI, empezó diciendo: «No sabemos nada de estos crímenes», para luego añadir: «Pero si el señor Gibbs dice la verdad, significa que tiene información importante sobre un posible secuestrador y asesino en serie, a quien tal vez está dando protección o ayuda. Por tanto, tenemos derecho a esa información».
Stan Gibbs, popular columnista y periodista de televisión, se ha negado a revelar sus fuentes. «No estoy protegiendo a ningún asesino», declaró el señor Gibbs. «Tanto las familias de las víctimas como el secuestrador accedieron a hablar conmigo bajo la condición estricta de la confidencialidad. Es un hecho tan antiguo como nuestro país: no revelaré mis fuentes.»El New York Herald y la American Civil Liberties Union ya han denunciado al FBI y planean dar apoyo al señor Gibbs. El juez ha decretado el secreto de sumario.
Myron siguió leyendo. Los argumentos de ambas partes eran bastante corrientes. Como es natural, los abogados de Gibbs se escudaban en la Primera Enmienda, mientras que los federales replicaban, como también es natural, que la Primera Enmienda no es un absoluto, que uno no puede gritar «¡Fuego!» en un teatro abarrotado y que la libertad de expresión no incluye la protección de posibles criminales. En el país también se debatió sobre el tema. Salió mucho por la CNBC, la MSNBC y la CNN, y en un montón de otras cadenas de cable, animando las líneas telefónicas como si hubiera un sorteo radiofónico. Cuando el juez estaba a punto de dictar sentencia, la noticia explotó de una manera que nadie esperaba. Myron abrió el enlace:
¿ MIENTE GIBBS?
Un periodista acusado de plagio
Myron leyó el final sorprendente de la partida: alguien encontró una novela de misterio, publicada en 1978 por una pequeña editorial, con un tiraje minúsculo. La novela, Susurra hasta gritar, de un tal F. K. Armstrong, era casi igual a la historia de Gibbs. Demasiado igual. Había ciertos fragmentos de diálogo que estaban prácticamente copiados al pie de la letra. Los crímenes de la novela -secuestros sin resolver- eran demasiado parecidos a lo que Gibbs había escrito como para ser descartados como casualidad.
Espectros del plagio como Mike Barnicle y Patricia Smith y casos similares salieron de sus tumbas y se negaron a dispersarse. Rodaron cabezas. Hubo dimisiones y personajes que se frotaron las manos. Por su parte, Stan Gibbs se negó a comentar el asunto, lo cual no fue precisamente una gran ayuda. Gibbs acabó «cogiendo la baja», un eufemismo moderno de ser despedido. La ACLU emitió un comunicado ambiguo y se retiró del caso. El New York Herald retiró discretamente la historia, alegando que el asunto estaba en proceso de «revisión interna».
Al cabo de un rato, Myron cogió el teléfono y marcó un número:
– Sección de Sucesos. Bruce Taylor al habla.
– ¿Me acompañas a tomar una copa?
– Ya sé que hoy día no queda moderno, Myron, pero soy estrictamente hetero.
– Yo soy capaz de hacerte cambiar.
– No lo creo, tío.
– Hay varias mujeres con las que he salido que empezaron siendo hetero -dijo Myron-, pero… después de la primera cita conmigo, ¡pam!, cambiaron de acera.
– Me encanta cuando te denigras, Myron. ¡Suena tan real!
– Bueno, ¿qué me dices?
– Estoy de cierre.
– Tú siempre estás de cierre.
– ¿Invitas tú?
– Para citar a mis hermanos en los seders de la Pascua, ¿por qué ha de ser esta noche distinta a cualquier otra noche?
– A veces invito yo. -Ah, pero ¿tienes cartera?
– Eh, que no soy yo el que pide favores -dijo Bruce-. A las cuatro en punto en el Rusty Umbrella.
15
Las puertas de hierro forjado del Edificio Lex defendían una fachada de la Quinta Avenida de una vegetación tan densa que no dejarían pasar la luz de la explosión de una supernova al otro lado. El famoso edificio era una mansión remodelada de Manhattan con patio a la europea, un magnífico exterior art déco y un despliegue de seguridad suficiente para cubrir un enfrentamiento de boxeo de Tyson. La edificación tenía unas sublimes líneas antiguas y detallados toques venecianos, excepto por el hecho de que, para proteger la intimidad, las ventanas habían sido cubiertas con cristales ahumados. Eso hacía que la combinación resultara molesta y poco natural.
En la entrada había cuatro guardias con chaqueta azul y pantalones grises. Guardas de verdad, advirtió Myron, con mirada de policía y tics faciales dignos del KGB, no como esos de uniforme alquilado que vigilan los grandes almacenes o los aeropuertos. Los cuatro estaban en silencio y observaron a Myron como si llevara un escote bañera en pleno Vaticano.