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– Se equivoca, señor Bolitar -dijo ella.

Myron esperó a que dijera algo más, pero como no lo hizo, preguntó:

– ¿En qué?

– Si dice la verdad, está usted en un error. No le diré nada más.

– Con todos mis respetos -insistió Myron-, eso no me basta.

– Tendrá que bastarle.

– ¿Dónde está su hermano, señora Lex?

– Le ruego que se vaya, señor Bolitar.

– Todavía puedo hablar con la prensa.

Granito cruzó las piernas y empezó otra vez a hacer crujir los nudillos. Myron se volvió a mirarle:

– Sí, pero ¿a que no sabe usted hacer esto?

Se puso a darse golpecitos en la cabeza con una mano y a acariciarse la barriga con movimientos circulares con la otra.

A Granito no le gustó.

– Mire -prosiguió Myron-; no quisiera causarle ningún problema. Entiendo que son gente ocupada, pero necesito encontrar a ese donante.

– No es mi hermano -sostuvo Susan Lex.

– Entonces, ¿dónde está?

– Él no es el donante que busca. Todo lo demás no le importa.

– ¿Le dice algo el nombre Davis Taylor?

Susan Lex volvió a apretar los labios como si se le hubiera colado otro escarabajo. Se dio la vuelta y salió de la sala. Su hija hizo lo mismo. Con la misma precisión de antes, la puerta de detrás de Myron se abrió y aparecieron los dos tipos de chaqueta azul. Más miradas. Entraron en la sala. Granito se levantó finalmente, una maniobra que le llevó cierto tiempo. Desde luego, era grandote. Enorme.

Los hombres se acercaron a Myron.

– ¿Qué dicen los jueces? -dijo Myron, imitando los concursos de televisión-. ¿Puntuación?

El señor Granito se colocó delante de él con los hombros bien rectos y la mirada tranquila.

– Eso de no presentarse -le dijo Myron, tratando de imitar la manera de hablar de un conocido presentador de programas concurso, sin hacerlo muy bien-, me ha parecido que era muy macho. Y también toda esta actitud silenciosa, combinada con la mirada divertida. Lo ha hecho muy bien, de verdad. Muy profesional. Pero, y ahí es donde me ha desorientado, eso de hacer crujir los nudillos…, en fin, Gene, eso ha sido sobreactuar, ¿no cree? Puntuación globaclass="underline" un ocho. Comentario: intente ser más sutil.

El señor Granito dijo:

– ¿Ha terminado?

– Sí.

– Myron Bolitar, nacido en Livingston, Nueva Jersey. Madre, Ellen; padre, Al…

– Sí, les gusta que les llamen El-Al, como las líneas aéreas israelíes -puntualizó Myron.

– Jugador de la liga de baloncesto All-American en la Universidad Duke. Elegido en octava posición en el draft de la NBA por los Boston Celtics. Se reventó la rodilla en el primer partido de pretemporada, lo cual acabó con su carrera. Actualmente es propietario de MB SportsReps, una agencia de representación de deportistas. Salió con Jessica Culver desde que se graduó en la universidad, pero recientemente se separaron. ¿Quiere que continúe?

– Se ha dejado lo de que soy un bailarín muy elegante. Se lo puedo demostrar, si quiere.

Una sonrisita de suficiencia adornó el rostro de Granito.

– ¿Quiere que le dé ahora mi puntuación?

– Lo que usted quiera.

– Bromea demasiado -dijo el señor Granito-. Ya sé que lo hace para demostrar seguridad, pero se esfuerza demasiado. Y puesto que ha mencionado el tema de la sutilidad, su historia de la criatura moribunda que necesita un trasplante de médula ósea ha sido muy emocionante. Sólo le ha faltado un cuarteto de cuerda sonando de fondo.

– ¿No me cree?

– No, no le creo.

– Pues entonces, ¿por qué he venido?

Granito extendió las manos como platos de satélite:

– Eso me gustaría a mí saber.

Los tres hombres formaban un triángulo: Granito delante y los dos de la chaqueta azul detrás. Granito hizo un gesto con la cabeza. Uno de los de la chaqueta sacó un revólver y apuntó a Myron a la cabeza.

La cosa no pintaba bien.

Hay maneras de desarmar a un tipo con una pistola, pero todas tienen el mismo problema intrínseco: pueden no funcionar. Si calculas mal o si el oponente es mejor de lo que imaginabas -algo que no es improbable en un oponente que sabe manejar un revólver-, puedes acabar muerto. Eso es un gran inconveniente. Y en esta situación concreta había dos oponentes más, ambos con buen aspecto y probablemente también armados. La palabra que usaría un experto en lucha para designar un movimiento repentino en una situación así: suicidio.

– A quien sea que se encargó de investigar mi pasado, se le pasó un dato importante.

– ¿Y cuál es?

– Mi relación con Win.

Granito no movió ni una ceja:

– ¿Se refiere a Windsor Horne Lockwood Tercero? Su familia es propietaria de Lock-Horne Security and Investments de Park Avenue. Fue su compañero de habitación en Duke. Desde que usted se mudó del loft de Spring Street que compartía con Jessica Culver, vive en su piso del Dakota. Mantiene con él vínculos estrechos de negocios y personales, hasta se los podría llamar mejores amigos. ¿Habla de esa relación?

– Digamos que sería ésa, sí -ironizó Myron.

– Estoy informado de ella. Y también estoy informado de…

– hizo una pausa para buscar la palabra adecuada- los «talentos» del señor Lockwood.

– Pues entonces sabe que si ese bobo se pone nervioso -Myron señaló con un gesto de la cabeza al de la chaqueta y el revólver-, te mueres.

Granito luchó con su musculatura facial y logró dibujar una sonrisa, aunque no sin esfuerzo. A Myron le vino a la cabeza la canción «Barracuda».

– No carezco de mis propios, digamos, talentos, señor Bolitar.

– Si realmente lo cree -dijo Myron- es que no sabe lo bastante sobre los, digamos, talentos de Win.

– No voy a discutir sobre eso, pero sí quiero puntualizar que él no tiene un ejército como éste a su disposición. Y, ahora, ¿piensa decirme por qué anda preguntando sobre Dennis Lex?

– Ya se lo he explicado.

– ¿Piensa hacer durar mucho más lo de la criatura moribunda?

– Es la verdad.

– ¿Y cómo supo usted el nombre de Dennis Lex?

– Por el centro de médula ósea.

– ¿Se lo dieron allí, tal cual?

Le tocaba a Myron:

– Yo tampoco carezco de mis propios, digamos, talentos. -De alguna manera, sonaba raro cuando lo decía de sí mismo.

– Así, me está diciendo que el centro de médula ósea le dijo que Dennis Lex era el donante; ¿es eso?

– No le estoy diciendo nada -dijo Myron-. Mire, estamos en una calle de dos direcciones. Yo quiero cierta información.

– Se equivoca -dijo Granito-. La calle es de una dirección; yo soy un camión de carga, usted es un huevo en medio del asfalto.

Myron asintió con la cabeza.

– Cortante -dijo-, pero si no piensa darme ninguna información, yo tampoco le diré nada.

El tipo del revólver se le acercó un poco más.

Myron sintió un leve temblor en las piernas, pero no parpadeó. Tal vez sí que se había excedido con los chistes, pero no hay que demostrar nunca el miedo.

– Y no finjamos que piensa dispararme por esto. Ambos sabemos que no lo hará. No es usted tan tonto.

El señor Granito sonrió.

– Tal vez sólo le golpee un poco.

– Usted no quiere tener problemas, ni yo tampoco. No me importan ni esta familia, ni su fortuna, ni nada de eso. Sólo intento salvar la vida de una criatura.

Granito fingió tocar el violín unos instantes, y luego dijo: