– Dennis Lex no es su salvación.
– ¿Y se supone que, simplemente, me lo tengo que creer?
– No es el donante que busca, eso se lo puedo garantizar personalmente.
– ¿Está muerto?
El señor Granito cruzó los brazos por encima de su inmenso pecho:
– Si dice usted la verdad, en el centro de médula ósea le han mentido o bien se han equivocado.
– O bien es usted el que me miente -dijo Myron, y luego añadió-, o el que se equivoca.
– Los guardias le indicarán la salida.
– Todavía puedo hablar con la prensa.
El señor Granito se alejó:
– Los dos sabemos que no lo hará -dijo-. Usted tampoco es tan tonto.
16
Bruce Taylor llevaba la típica ropa de periodista de rotativo, como si hubiera ido a buscar ropa del cesto de las prendas recién lavadas y hubiera sacado lo del fondo de todo. Se sentó a la barra, cogió un puñado de pretzels y se los embutió en la boca como si quisiera tragarse la palma de la mano.
– Odio estas cosas -le dijo a Myron.
– Sí, ya lo veo.
– Estoy en un bar, por Dios. Tengo que comer algo, pero ya no hay nadie que sirva cacahuetes, porque engordan demasiado, o por cualquier tontería. Ahora ponen pretzels. Y ni siquiera pretzels de verdad, sino estas mierdas diminutas. -Levantó uno para enseñárselo a Myron-. De verdad, ¿qué pasa con esto?
– Y con los políticos -dijo Myron-, que se pasan la vida hablando del control de armas.
– Bueno, ¿qué quieres beber? Y aquí no pidas ese batido Yoo-Hoo, que hacemos el ridículo.
– ¿Qué tomarás tú?
– Lo que tomo siempre cuando pagas tú: whisky escocés de doce años.
– Yo sólo quiero una soda con lima.
– Eres un moñas. -Pidió las bebidas-. ¿Qué quieres saber?
– ¿Conoces a Stan Gibbs?
Bruce exclamó:
– ¡Caramba!
– ¿Qué? ¿Caramba, qué?
– Quiero decir que, vaya, normalmente te metes en unos lodazales del copón, Myron, pero… ¿Stan Gibbs? ¿Qué demonios puedes tener que ver con él?
– Probablemente nada.
– Ya.
– Sólo dime lo que sabes de él, ¿vale?
Bruce se encogió de hombros, tomó un sorbo de whisky.
– El muy hijo de puta ambicioso se pasó de la raya. ¿Qué más quieres saber?
– Toda la historia.
– ¿Desde qué momento?
– ¿Qué hizo exactamente?
– Plagió un artículo, el muy cretino. Pero eso no es infrecuente. Aunque, hacerlo con tanta estupidez…
– ¿Fue demasiado estúpido? -preguntó Myron.
– ¿Qué quieres decir?
– Quiero decir que, estamos de acuerdo en que copiar de una novela publicada no sólo es poco ético, sino una idiotez.
– ¿Y?
– Pregunto si es una idiotez demasiado grande.
– ¿Crees que es inocente, Myron?
– ¿Lo crees tú?
Se metió unos cuantos pretzels más en la boca.
– Por Dios, no. Stan Gibbs es tan culpable como el demonio. Y con todo lo estúpido que fue, conozco a muchos que todavía lo son más. ¿Qué hay de Mike Barnicle? El tío roba bromas de un libro de George Carlin. ¡De George Carlin, por el amor de Dios!
– Eso sí que parece bastante estúpido -accedió Myron.
– Y no es el único. Mira, toda profesión tiene sus trapos sucios, ¿no? Cosas que se quieren ocultar debajo de la alfombra. Los polis se cubren el uno al otro cuando alguno se sobrepasa con un sospechoso; los médicos hacen lo mismo cuando uno extirpa la vesícula que no toca, o lo que sea. Los abogados…, bueno, no me hagas hablar de los trapos sucios de los abogados.
– ¿Y el plagio es vuestro trapo sucio?
– No sólo el plagio -dijo Bruce-. La invención al por mayor. Conozco a periodistas que se inventan las fuentes. Sé de tíos que se inventan conversaciones, tíos que se inventan entrevistas enteras. Cuelan noticias sobre madres adictas al crack y cabecillas de bandas de los bajos fondos que jamás han existido. ¿Lees alguna vez esas columnas? ¿No te preguntas nunca cómo es que hay tantos drogadictos, por ejemplo, que suenan tan conmovedores, cuando en realidad ni siquiera serían capaces de mirar los Teletubbies sin que alguien se los explique?
– ¿Y dices que eso ocurre muy a menudo?
– ¿La verdad?
– Preferiblemente.
– Es una epidemia -dijo Bruce-. Hay tíos que son vagos; otros que son demasiado ambiciosos. También hay los que son mentirosos patológicos, ya sabes de qué hablo. Te mienten hasta sobre lo que han desayunado; mentir les resulta algo tan natural…
Les sirvieron más bebidas. Bruce señaló el cuenco vacío de los pretzels. El camarero le llevó uno nuevo.
– Pues, si es tan epidémico -dijo Myron-, ¿por qué pillan a tan pocos?
– De entrada, porque cuesta de detectar. La gente se esconde detrás de fuentes anónimas y luego alegan que el tipo se ha mudado, o cosas así. Y luego, es lo que he dicho antes: es nuestro trapo sucio, y lo mantenemos oculto.
– Pensaba que había algún interés por limpiar la casa.
– Oh, claro, igual que los polis, o los médicos.
– No es lo mismo, Bruce.
– Déjame describirte una situación a modo de ejemplo, Myron, ¿vale? -Bruce se terminó la copa y ahora la señaló para que le pusieran otra-. Pongamos que eres editor del New York Times. Te redactan una noticia. La publicas. Ahora te enteras de que la historia era inventada o plagiada, o, quizás, del todo inexacta, lo que sea. ¿Qué haces?
– Rectificarla -dijo Myron.
– Pero eres el editor. Eres el cretino responsable de su publicación. Eres probablemente el mismo cretino que, de entrada, contrató al redactor. ¿A quién crees que van a echar las culpas los de arriba? ¿Y crees que los de arriba estarán contentos de saber que su periódico ha publicado una noticia falsa? ¿Crees que el Times tiene algún interés en perder negocio frente al Herald o el Post? Y, qué demonios, los otros periódicos ni siquiera quieren enterarse. El público ya no confía en nosotros como institución, ¿no? Si la verdad sale a la luz, ¿quién sale perjudicado? La respuesta es: todos.
– De modo que se despide discretamente al culpable -dijo Myron.
– Puede ser. Pero, de nuevo, piensa que eres el editor del New York Times. Y despides a un columnista, por ejemplo. ¿No crees que alguien de arriba querrá saber por qué?
– Pues entonces, ¿qué? ¿Lo pasas por alto?
– Hacemos lo mismo que hacía la Iglesia con los pedófilos, o sea, intentar controlar el problema sin salir perjudicados. Trasladamos al tío a otro departamento; le pasamos el problema a otro; o, a lo mejor, lo ponemos a trabajar con otro redactor: inventarse tonterías siempre es más difícil si tienes a alguien vigilándote el pescuezo.
Myron tomó un sorbo de su soda con lima. Sosa.
– Bueno, entonces déjame hacerte una pregunta obvia. ¿Cómo descubrieron a Stan Gibbs?
– Fue el más tonto de los tontos. Era una noticia demasiado vistosa como para hacer un plagio tan bestia. Y no sólo eso, sino que Stan metió la cara de los federales en el cagadero público y tiró de la cadena, por así decirlo. Y eso no se hace si no tienes los datos, en especial con los federales. Lo que supongo es que se creyó que estaba a salvo porque la novela de la que copió había sido publicada por una editorial absurda de Oregón con un tiraje ridículo. No creo que sacaran más de quinientos ejemplares, y eso fue hace más de veinte años. Y, además, el autor hacía tiempo que había muerto.
– Pero se descubrió el pastel.
– Exacto.
Myron lo meditó:
– Es raro, ¿no te parece?