– ¿Qué cree usted que pasó?
Ella lo miró:
– Supuse que había muerto.
Sus palabras, aunque no eran del todo sorprendentes, actuaron como un aspirador, dejando la habitación seca y sin aire.
– ¿Por qué?
– Imaginé que se había puesto enfermo y que por eso lo habían sacado del colegio.
– ¿Por qué querría el señor Lex esconder algo así?
– No lo sé. Cuando su novela se convirtió en un éxito de ventas, se volvió celoso de su intimidad hasta el punto de la paranoia. ¿Está seguro de que ese donante al que busca es Dennis Lex?
– No estoy seguro, no.
Peggy Joy chascó los dedos:
– Ah, espere, tengo una cosa que puede interesarle. -Se levantó y abrió un cajón del archivador. Buscó por dentro, sacó un dossier, lo estudió un momento. Cerró el cajón de un codazo-. Esta foto fue tomada dos meses antes de que Dennis nos dejara.
Le dio una vieja foto de clase, no tanto descolorida sino más bien verdosa por el paso del tiempo. Había quince niños flanqueados por dos maestras, una de ellas Peggy Joyce mucho más joven. Los años no habían sido muy duros con ella, pero, de todos modos, habían pasado. Había unas letras blancas con fondo negro que decían Shady Wells Montessori School y el año de la foto.
– ¿Cuál de ellos es Dennis?
Señaló uno de los chicos sentados en primera fila. Llevaba un corte de pelo estilo Príncipe Valiente y una sonrisa que le dividía la cara en dos partes y que no le alcanzaba los ojos.
– ¿Me la puedo quedar?
– Si cree que puede ayudarle.
– Podría.
Ella asintió.
– Será mejor que vuelva con mis alumnos.
– Gracias.
– ¿Se acuerda usted de su centro de preescolar, señor Bolitar?
Myron asintió:
– Parkview Nursery School, de Livingston, Nueva Jersey.
– ¿Y de sus maestras? ¿Se acuerda?
Myron lo pensó:
– No.
Ella asintió con la cabeza, como si la respuesta hubiera sido la correcta.
– Que tenga mucha suerte -le dijo.
23
AgeComp. O programa informático para determinar la evolución con la edad, si se prefiere.
Myron había aprendido a utilizarlo mínimamente cuando buscaba a una mujer desaparecida llamada Lucy Mayor. La clave está en la imagen digital. Lo único que tenía que hacer Myron -o, en el caso de su despacho, lo único que tenía que hacer Esperanza- era coger la foto y escanearla. Luego, con algún programa corriente como el Photoshop o el Picture Publisher, sacas la cara del joven Dennis Lex. AgeComp, un programa de software que se está perfeccionando constantemente por parte de las organizaciones que buscan a niños desaparecidos, se encarga del resto. Mediante la aplicación de algoritmos matemáticos avanzados, AgeComp amplía, fusiona y mezcla fotos digitales de niños desaparecidos y produce una imagen en color de cómo podrían ser actualmente.
Naturalmente, muchos detalles están sujetos al azar. Cicatrices, fracturas faciales, vello facial, cirugía plástica, peinado o, en el caso de los más mayores, posible calvicie masculina. De todos modos, la foto de la clase podía ser una pista importante.
Ya de vuelta a Manhattan le sonó el móvil.
– He hablado con los federales -le dijo Win.
– ¿Y?
– Tu impresión era correcta.
– ¿Qué impresión?
– Están realmente asustados.
– ¿Has hablado con PT?
– Sí. Me puso con la persona adecuada. Me han pedido un cara a cara.
– ¿Cuándo?
– Very pronto. De hecho, te estamos esperando en tu despacho.
– ¿Ahora mismo tengo a los federales en mi despacho?
– Afirmativo.
– Llego en cinco minutos.
Más bien diez. Cuando se abrieron las puertas del ascensor, Esperanza estaba sentada en el sitio de Big Cyndi.
– ¿Cuántos? -preguntó.
– Tres -dijo Esperanza-. Una mujer rubia, un gilipollas extrafuerte, otro con traje elegante.
– ¿Win está con ellos?
– Sí.
Le dio la foto y le señaló la cara de Dennis Lex:
– ¿Cuánto podríamos tardar en tener una progresión de edad de éste?
– Dios, ¿de cuándo es esto?
– De hace treinta años.
Esperanza frunció el ceño:
– ¿Sabes algo de progresiones de edad?
– Algo.
– Se utiliza básicamente para encontrar a niños desaparecidos -dijo-, y normalmente se utiliza para períodos de cinco, de hasta diez años.
– Pero algo podremos obtener, ¿no?
– Algo muy aproximado, sí, es posible. -Encendió el escáner y colocó encima la foto boca abajo-. Si están en el laboratorio, probablemente nos lo puedan dar a última hora de hoy. Lo copio y se lo envío por e-mail.
– Hazlo más tarde -le dijo, señalándole a la puerta-. No debemos hacer esperar a los federales. Los pagamos con nuestros impuestos, y todo ese rollo…
– ¿Quieres que entre?
– Tú formas parte de todo lo que sucede aquí, Esperanza. Claro que quiero que entres.
– Entiendo -respondió-. ¿Ahora es cuando me esfuerzo por no echarme a llorar porque me estás haciendo sentir, oh…, ¡tan especial!?
Listilla.
Myron abrió la puerta de su despacho. Esperanza entró detrás de él. Win estaba sentado tras su mesa, probablemente para evitar que lo hiciera alguno de los federales. Win tenía tendencia a marcar territorio; era una de las cosas que lo hacían parecido a un dóberman. Kimberly Green y Rick Peck se levantaron, ambos con sonrisas forzadas y con bolsas en los ojos por falta de sueño. El tercer federal permaneció en su silla, sin moverse, sin volverse siquiera a mirar quién entraba. Myron vio su cara y se sobresaltó.
Caramba.
Win lo miró con una sonrisa divertida que le curvaba las comisuras de los labios. Eric Ford, director delegado del FBI, era el hombre del traje. Su presencia quería decir una cosa: el asunto era rematadamente grave.
Kimberly Green señaló a Esperanza:
– ¿Qué hace ésa aquí?
– Es mi socia -dijo Myron-. Y señalar es de mala educación.
– ¿Tu socia? ¿Crees que estamos haciendo negocios?
– Se queda -dijo Myron.
– No -replicó Kimberly Green. Seguía llevando los pendientes de cadenita y bola, los vaqueros y el jersey negro de cuello de cisne, aunque la chaqueta era ahora verde hierbabuena-. No es que sea precisamente un placer hablar contigo y el chico de los pómulos aquí presente -dijo, señalando a Win-. Pero al menos vosotros tenéis permiso. A ella no la conocemos. Que se vaya.
La sonrisa de Win se ensanchó y sus cejas dibujaron un leve saltito. El chico de los pómulos: estaba encantado.
– Que se vaya -insistió Green.
Esperanza se encogió de hombros:
– No importa -dijo.
Myron estuvo a punto de decir algo, pero Win negó con la cabeza. Tenía razón, había que reservar fuerzas para las batallas importantes.
Esperanza salió. Win se levantó y cedió a Myron su butaca. Se quedó de pie a su derecha, con los brazos cruzados, totalmente confiado. Green y Peck se movían nerviosamente. Myron se volvió hacia Eric Ford.
– Creo que no hemos sido presentados.
– Pero usted ya sabe quién soy -dijo Ford. Tenía una de esas voces suaves de DJ de rock melódico.
– Sí.
– Y yo sé quién es usted -dijo-, de modo que, ¿de qué sirve que nos presenten?
De acuerdo. Myron miró otra vez a Win, que encogió los hombros.