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– Quería escribir un artículo sobre ellos. Sacar su historia a la luz, vaya. Hasta tenía a un editor listo para firmar el contrato para hacer un libro. Pero entonces los Lex se enteraron. Me advirtieron que me apartara del tema. Un hombretón vino a verme a casa. No me enteré de su nombre, pero se parecía mucho al Sargento Rock.

– Debía de ser Grover.

– Me dijo que si no lo dejaba, me podían destruir.

– Y eso no hizo más que exacerbar tu curiosidad.

– Supongo.

– Y descubriste lo de Dennis Lex.

– Sólo que existió. Y que desapareció sin dejar rastro cuando era niño. -Stan se volvió hacia él. Myron redujo la velocidad y sintió como si algo se le encaramara hasta la coronilla.

– Como las víctimas de Sembrar las Semillas -concluyó Myron.

– No.

– ¿Por qué no?

– Eso es distinto.

– ¿En qué? -preguntó Myron.

– Te parecerá una tontería -dijo Stan-, pero esa familia no tiene el mismo sentido del terror que tienen las demás familias.

– Los ricos son buenos fingiendo.

– Es algo más que eso -insistió Stan-. Aún no he conseguido saber qué es exactamente, pero estoy seguro de que Susan y Bronwyn Lex saben lo que le ocurrió a su hermano.

– Pero quieren mantenerlo en secreto.

– Sí.

– ¿Tienes alguna idea del porqué?

– No -dijo Stan.

Myron miró hacia atrás. Los federales los seguían a una distancia bastante prudente.

– ¿Crees que Susan Lex es responsable de que apareciera esa novela?

– La idea se me ha pasado por la cabeza.

– ¿Pero no la has investigado nunca?

– Empecé a hacerlo, después de que estallara el escándalo, pero recibí una llamada del grandullón. Me dijo que eso era sólo el principio. Que sólo estaba moviendo un dedo, pero que a la próxima me aplastaría con las dos manos.

– Ese tipo puede llegar a ser muy poético -dijo Myron.

– Sí.

– Pero hay algo que sigo sin entender.

– ¿Qué?

– No eres de los que se asustan fácilmente. La primera vez que te advirtieron que te mantuvieras al margen, los ignoraste. Después de lo que te han hecho, pensaba que ibas a contraatacar todavía con más fuerza.

– Te olvidas de algo -dijo Stan.

– ¿De qué?

– Melina Garston.

Silencio.

– Piénsalo -dijo Stan-. Mi amante, la única persona que podía confirmar que me había reunido con el secuestrador de Sembrar las Semillas, acaba muerta.

– Su padre alega que se retractó de su declaración.

– Sí, claro. En una extraña confesión antes de morir.

– ¿Crees que los Lex están también detrás de eso?

– ¿Por qué no? Mira lo que ocurrió aquí. ¿Quién es el principal sospechoso del asesinato de Melina? Soy yo, ¿no? Eso es lo que los federales te habrán contado; ellos creen que fui yo. Sabemos que los Lex tienen el estómago suficiente para desenterrar esta novela que se supone que plagié. ¿Quién sabe qué más son capaces de hacer?

– ¿Crees que te pueden incriminar en el asesinato?

– Como mínimo.

– ¿Estás diciendo que ellos mataron a Melina Garston?

– Es muy posible. También pudo haber sido el secuestrador de Sembrar las Semillas, no lo sé.

– Pero crees que lo de Melina fue una advertencia.

– Desde luego que fue una advertencia -dijo Stan Gibbs-. Lo único que no sé es de quién.

Por la radio, mientras, Stevie Nicks cantaba sobre un desprendimiento de tierra. Oh, yeah.

– Te olvidas de algo, Stan.

Stan mantenía la mirada al frente.

– ¿De qué?

– En este asunto hay una conexión personal -dijo Myron.

– ¿A qué te refieres?

– Susan Lex mencionó a tu padre. Dijo que era un mentiroso.

Stan se encogió de hombros.

– Tal vez tenga razón.

– ¿Qué tiene que ver él con todo esto?

– Llévame a casa.

– Ahora no me escondas cosas.

– ¿Qué quieres realmente, Myron?

– ¿Disculpa?

– ¿Cuál es tu interés real en este asunto?

– Ya te lo dije.

– ¿Ese menor que necesita un trasplante de médula ósea?

– Tiene trece años, Stan. Sin él se morirá.

– ¿Y si no me lo creo? Yo también he investigado un poco. Has trabajado para el gobierno.

– De eso hace muchos años.

– Y a lo mejor ahora estás ayudando al FBI. O incluso a la familia Lex.

– No.

– No puedo correr ese riesgo.

– ¿Por qué no? Me estás diciendo la verdad, ¿no? La verdad no puede hacerte daño.

Stan resopló:

– ¿De veras lo crees?

– ¿Por qué mencionó a tu padre Susan Lex?

Silencio.

– ¿Dónde está tu padre? -insistió Myron.

– Basta ya.

– ¿Qué?

Stan lo miró:

– Desapareció. Hace ocho años.

Desapareció. Otra vez esa palabra.

– Sé lo que estás pensando y te equivocas. Mi padre no estaba bien. Estuvo entrando y saliendo de instituciones mentales durante toda su vida. Siempre hemos supuesto que había huido.

– Pero no has sabido nada más de él.

– Así es.

– Dennis Lex desaparece. Tu padre desaparece…

– Con más de veinte años de diferencia -se interpuso Stan-. No hay ninguna conexión entre ellos.

– Sigo sin entenderlo -dijo Myron-. ¿Qué tiene que ver tu padre, o su desaparición, con los Lex?

– Ellos creen que mi padre es el motivo por el que yo quise escribir el artículo. Pero se equivocan.

– ¿Y por qué iban a creerlo?

– Mi padre fue alumno de Raymond Lex, antes de que saliera Confesiones a medianoche.

– ¿Y?

– Pues que mi padre alegaba que la novela la había escrito él. Dijo que Raymond Lex se la robó.

– Dios mío.

– Nadie le creyó -añadió Stan rápidamente-. Como te he dicho, no estaba muy bien de la cabeza.

– Y, sin embargo, de pronto tú decides investigar a la familia.

– Sí.

– ¿Y me dices que es todo pura coincidencia? ¿Que tu propia investigación no tenía nada que ver con las acusaciones de tu padre?

Stan apoyó la cabeza en la ventanilla del coche, como un niño ansioso por llegar a casa.

– Nadie creyó a mi padre -dijo-. Tal vez se lo debía para, al menos, darle el beneficio de la duda.

– ¿Crees que Raymond Lex plagió a tu padre?

– No.

– ¿Crees que tu padre está todavía vivo?

– No lo sé.

– Ahí tiene que haber una conexión -dijo Myron-. Tu artículo, la familia Lex, las acusaciones de tu padre…

Stan cerró los ojos:

– Basta ya.

Myron cambió de tema:

– ¿Cómo se puso en contacto contigo el secuestrador de Sembrar las Semillas?

– No revelo nunca las fuentes.

– Vamos, Stan.

– No -dijo con firmeza-. Es posible que haya perdido muchas cosas, pero no esta parte de mí. Sabes que no puedo decir nada sobre mis fuentes.

– Sabes quién es, ¿no?

– Llévame a casa, Myron.

– Es Dennis Lex… ¿o tal vez secuestró a Dennis Lex?

Stan se cruzó de brazos.

– A casa -insistió.

Myron se percató de que su rostro se había vuelto totalmente hermético. Esa noche no le daría nada más. Giró a la derecha y emprendió el trayecto de vuelta. Ninguno de los dos hombres volvió a hablar hasta que Myron detuvo el coche frente a su casa.

– ¿Me dices la verdad, Myron? ¿Sobre lo del donante de médula?