– ¿Cerca? -repitió Myron.
– Sí -dijo Jeremy. Volvió a sonreír y, ¡pum!, Myron sintió otro vuelco en el pecho-. Cerca, ya me entiende.
– Sí, te entiendo.
– Creo que me gustaría.
– A mí también -dijo Myron.
Jeremy asintió:
– Guay.
– Sí.
El reloj del gimnasio emitió un gruñido y avanzó. Jeremy lo miró.
– Mi madre debe de estar fuera esperándome. Normalmente paramos en el súper de camino a casa. ¿Quieres venir?
Myron negó con la cabeza.
– Hoy no, pero gracias.
– Guay. -Jeremy se levantó, mirando a Myron a la cara-. ¿Estás bien?
– Sí.
El muchacho sonrió.
– No te preocupes, todo irá bien.
Myron trató de responderle con otra sonrisa.
– ¿Cómo has salido tan listo?
– Con unos buenos progenitores -dijo-. Combinado con una buena genética.
Myron se rió:
– Tal vez debas plantearte un futuro en la política.
– ¿Por qué no? -dijo Jeremy-. Cuídate, Myron.
– Tú también, Jeremy.
Miró cómo el chico salía del polideportivo, de nuevo con aquella manera de andar conocida. Jeremy no se volvió para mirarlo. Se oyó la puerta que se cerraba, los ecos, y luego Myron se quedó solo. Se volvió hacia la canasta y miró el aro hasta que se nubló la imagen. Vio los primeros pasos del niño, oyó sus primeras palabras, sintió el olor dulce y limpio de un pijama de niño. Sintió el golpe de una pelota contra un guante de béisbol, el acto de inclinarse a ayudar con los deberes, de quedarse despierto toda la noche cuando tenía un virus, todo eso, como lo había hecho su padre, un torbellino de imágenes burlonas y dolorosas, tan irrecuperables como el pasado. Se vio a sí mismo vigilando el umbral a oscuras del chico, cual centinela silencioso de su adolescencia, y sintió que lo que quedaba en su corazón ardía en llamas.
Todas las imágenes se dispersaron con un parpadeo. El corazón le volvió a latir. Volvió a mirar la canasta y esperó. Esta vez, nada se le nubló. Nada ocurrió.
AGRADECIMIENTOS
El autor desea dar las gracias a Sujit Sheth, doctor en medicina del Departamento de Pediatría del Babies and Children's Hospital de Nueva York, a Anne Armstrong-Coben, doctora en medicina del Departamento de Pediatría del Babies and Children's Hospital (y mi amor) y a Joachim Shiltz, director ejecutivo del Fanconi Anemia Research Fund. Todos ellos me han aportado una valiosísima información médica con la que luego me han observado tomarme libertades; a dos compañeras escritoras, amigas y expertas en sus campos, Linda Fairstein y Laura Lippman; a Larry Gerson, por la inspiración; a Nils Lofgren, por sacarme a empujones del último bache; a una de las primeras lectoras y colega de hace muchos años, Maggie Griffin; a Lisa Erbach Vance y Aaron Priest por otro trabajo bien hecho; a Jeffrey Bedford, agente especial del FBI (y no mal consejero de residencia de estudiantes). Como siempre, a Dave Bolt y, en especial, a Jacob Hoye, mi editor de toda la serie de Myron Bolitar y ahora padre. La dedicatoria es también para ti, Jake. Gracias, colega.
Para todos aquellos interesados en hacerse donantes de médula ósea y tal vez en salvar una vida, os suplico que os pongáis en contacto con el National Marrow Donor Program en
www.marrow.org o 1-800-MARROW2
Para más información sobre la anemia de Fanconi, se puede consultar:
www.fanconi.org
Harlan Coben