– De acuerdo. ¿Cuándo estarás de vuelta? En caso de que la señorita Lang lo pregunte.
– No lo hará.
Durante las últimas semanas se había sentido paralizado de rabia por la manera en que su carrera tan prometedora se había visto suspendida y por tener que dejar de lado una vida tan satisfactoria.
¿Matty habría sentido lo mismo tras el accidente? Ni siquiera podía imaginar el cambio brutal de su vida. Un cambio permanente, como volver a aprender incluso las cosas más sencillas de la vida cotidiana, cosas que una vez había dado por descontadas.
Él no había perdido nada. Dentro de seis meses volvería a retomar una vida que lo estaba esperando. Y si no la retomaba exactamente donde la había dejado, sería un poco más lejos.
En esos momentos era necesario dejar de sentir autocompasión y hacer lo posible para convertir a Coronel en una empresa que los principales competidores se pelearan por comprar. Y tras esos seis meses de experiencia, sería un profesional mucho más eficaz en su trabajo.
Y su trabajo era lo único que le importaba.
– A mí también me interesa saberlo. Así que dime cuándo volverás a la oficina.
– El jueves por la mañana. Podrás defender el fuerte hasta entonces, ¿verdad?
– No sería la primera vez -observó Blanche, con suavidad.
Matty dio un brinco al oír el sonido del teléfono. No podía ser él. No quería que fuese él… Y odió la expectación que la dejaba sin aliento, el salto del corazón anticipando aquella voz que anhelaba oír, el hecho de delegar en otro toda perspectiva de alegría.
Había renunciado al derecho a la autoindulgencia. Esos sentimientos eran para otras personas.
Dejó pasar unos cuantos timbrazos antes de levantar el auricular con el corazón galopante. Entonces respiró lentamente.
– Matty Lang. ¿Diga? -dijo con voz clara, imperturbable.
Una voz que no la traicionaba. Una lección duramente aprendida.
– Señorita Lang, me llamo Blanche Appleby. Soy… soy la coordinadora de compras de la empresa Coronet Cards -la saludó. «No es él», pensó Matty con el corazón más tranquilo, aunque se debatía entre la desilusión y el alivio-. Señorita Lang, ¿está ahí?
– Lo siento, sí…
– Espero no importunarla, pero me gustaría hablar con usted respecto a la compra por parte de Coronet Cards de una opción por seis meses de las ilustraciones de su abecedario.
– Vaya…
¿Coronet Cards? ¿Sebastian quería sus dibujos y le había pedido a otra persona que la llamara para hacerle una oferta?
Desilusionada, Matty tragó saliva. ¿Qué había esperado? Aquello no era nada más que un asunto de negocios. Los bocadillos y el vino habían sido su modo de ganarse las ilustraciones. Y en ese momento las tenía. ¿Así que para qué perder más tiempo con ella?
Aunque también había dicho que había ido a verla porque ella lo hacía reír.
«Baja a la tierra, Matty», se dijo con firmeza. «Él sabía que tú tenías algo que podía serle útil y fue lo suficientemente listo como para que pareciera una ocurrencia tardía».
– ¿Señorita Lang?
– Lo siento. Estaba… atendiendo a alguien. Ahora sí que la escucho.
– Decía que tal vez podríamos reunimos para discutir los detalles. ¿Le viene bien aquí en la oficina? -sugirió. Blanche Appleby no era tan sutil como Sebastian Wolseley. Él no habría hecho una petición tan abierta y con ello darle una oportunidad para negarse. Habría ofrecido dos alternativas, obligándola a elegir una-. O si lo prefiere, podríamos comer en algún lugar de su gusto. Lo que sea más conveniente para usted.
– Realmente, señora Appleby…
– Blanche, por favor.
– Blanche, no me interesa vender una opción. Tal vez Sebastian no le dijo que estoy buscando un editor -puntualizó. Desde luego, hablaba por puro orgullo. Sebastian Wolseley estaba dispuesto a pagarle bien simplemente por conservar sus ilustraciones durante seis meses. No había ilustradores en el país que no tuvieran un abecedario que ofrecer a los editores, y la mayoría habría brincado ante tamaña oferta. Era un dinero que ganaría sin tener que trabajar y que podría destinar al fondo para su futura casa campestre. Además, en seis meses el libro volvería a sus manos y tal vez pudiera encontrara un editor interesado en publicarlo-. ¿Eso es todo?
– ¡No! -exclamó Blanche precipitadamente-. Sebastian quería que conversara con usted sobre el mercado en general. Quedó realmente impresionado con su trabajo. Volvió a la oficina lleno de planes respecto a una serie alfabética. Desgraciadamente nada utilizable, pero me autorizó para que le ofreciera una comisión por cualquier idea que a usted se le ocurriera.
– ¿Y de eso quiere hablar conmigo?
– Sí -contestó, claramente aliviada.
Bueno, aquello era diferente. Tal vez se mostrara un tanto dura. Ya había echado a Sebastian una vez y quizá por eso enviara un delegado en aquella ocasión.
Una demostración de su interés por los negocios. Tal vez fuera hora de dejar de soñar y de adoptar un criterio más mercantil.
– ¿Está ahí? ¿Puedo hablar con él?
– Me temo que no es posible. No vendrá a la oficina hasta el jueves -la informó. De acuerdo, él se estaba tomando el asunto verdaderamente en serio-. Me haría un gran favor personal si al menos considerase la opción, señorita Lang. Ésta es una promoción para mí, y cuando Sebastian vuelva a Estados Unidos va a necesitar a alguien que se haga cargo de la empresa y…
Blanche se paró en seco, pero el mensaje estaba claro.
– Y usted necesita ese cargo, ¿no es así?
Matty se dio cuenta de que Blanche Appleby ignoraba lo que estaba sucediendo en la empresa. Sebastian le había dado un cargo de adorno y ella había pensado que tendría la oportunidad de probarse a sí misma. Pero la triste la verdad era que, con o sin comprador, la iban a echar. ¡Qué bastardo!
– Durante los últimos tres años he tenido que encargarme casi totalmente de la empresa. He hecho de todo, menos la elección final del material gráfico. Para serle sincera, George… George Wolseley… el fundador de la compañía…
– Sebastian me habló del señor Wolseley -Matty fue en su rescate cuando le pareció que la voz de Blanche Appleby se quebraba-. ¿Trabajaste para él durante mucho tiempo? -preguntó amistosamente.
– Fui la primera persona que contrató. Yo acababa de terminar mi carrera de Secretariado. Él era muy fino, muy apuesto.
Venía de familia. Estaba claro que George Wolseley había robado el corazón de su joven secretaria y nunca se lo había devuelto.
– No lo dudo.
– A pesar del triple bypass se recuperó muy bien, pero nunca volvió a ser el mismo. Probablemente debió de haberse retirado, tomarse las cosas con más calma, pero realmente disfrutaba viniendo a la oficina. Si puedo demostrarle a Sebastian que soy capaz de manejar el material gráfico y encontrar nuevos diseños, tendrá que darme una oportunidad, ¿no crees? Porque a mi edad nunca volveré a tenerla.
– Blanche…
– Pero qué digo. Seguramente querrá a alguien más joven. Así que es mejor olvidar lo de las oportunidades. Tendré suerte si consigo otro…
– ¡Blanche!
La secretaria se detuvo en seco.
– Cielo santo, lo siento mucho. No sé qué me ha pasado -dijo muy turbada.
– De acuerdo, Blanche. Sí, acepto la opción -declaró. No lo hacía por Sebastian, ni siquiera por sí misma, sino por otra mujer que estaba en apuros. Haría lo posible por contribuir a la venta de la empresa para que Blanche no lo perdiera todo-. La opción sobre el abecedario es tuya y será un placer conversar contigo.
Sebastian pasó la tarde del martes y la mayor parte del miércoles hablando con los comerciantes al por menor y, aparte de examinar una creciente colección de artículos de gran salida, todos producidos por la competencia, no aprendió nada útil, salvo que el público de cualquier edad parecía mostrar un apetito insaciable por las tarjetas con ositos y erizos.