También tuvo oportunidad de enterarse de que cualquier persona con acceso a un ordenador podría hacer lo que él había deseado: una tarjeta personalizada con el nombre de un niño. De hecho, tenían una inmensa ventaja sobre él, ya que podían utilizar el nombre que quisieran, por muy especial que fuera.
Fue en ese momento cuando se hizo una luz en su cerebro que brilló como un faro luminoso. Y había una sola persona con la que quería compartir su descubrimiento.
Una hora más tarde, Sebastian aparcó ante la casa de Matty sin hacer caso del cartel que indicaba «Sólo para Residentes». Bajó la escalera que conducía al sótano y tocó el timbre.
– ¿Quién es? -preguntó una voz con acento claramente extranjero.
Bueno, Matty ya le había advertido que podía recurrir a esos trucos cuando no quería recibir a nadie.
– Matty, soy Sebastian -dijo, con una sonrisa. Se produjo una pausa.
– Matty no está aquí.
– Muy divertido. Déjate de bromas y abre la puerta. Tengo algo importante que decirte.
– Ya le he dicho que Matty no está aquí -repitió la voz lenta y claramente.
Sebastian volvió a llamar. Luego golpeó con los nudillos, y luego la llamó a voces.
– Matty, no me hagas esto. ¡Ya sé cómo utilizar tus ilustraciones! ¡Mi idea es brillante!
El portero automático hizo un ruido y oyó la misma voz de antes.
– Márchese.
– De acuerdo. Mensaje recibido. Estás ocupada, llámame cuando tengas un momento libre.
Sebastian subió la escalera con la esperanza de que en cualquier momento se abriera la puerta. Sólo cuando llegó a la calle aceptó el hecho de que eso no iba a suceder, y observó que una agente del tráfico le dejaba la papeleta de una multa en el parabrisas.
– ¿Os dedicáis a la producción de papel de envolver?
– Sí, pero… ¿Qué piensas? -Blanche la miró desconcertada.
– Pensaba que si se pudiera aplicar la imagen ampliada sobre papel de tamaño estándar… -Matty negó con la cabeza-. No, la imagen aumentaría demasiado y aparecería punteada. Tendré que pensar en eso. Pero no veo ninguna razón para no ofrecer reproducciones, en cambio. La mayoría de las tiendas de tarjetas también venden regalos, y una tarjeta de cumpleaños con su correspondiente etiqueta, que haga juego con el regalo, podría ser muy sugerente. Valdría la pena probar con compradores importantes y…
En ese instante se dio cuenta de que Blanche ya no le prestaba atención. Miraba fijamente a la puerta.
– Así da gusto verlas. Tienen buen aspecto -comentó Matty, examinando las maquetas que el departamento de producción había hecho de los impresos botánicos.
– Creo que ésa es la diferencia entre nosotras. Donde yo sólo veo deterioro, tú ves antigüedad. Impresas sobre una tarjeta a juego tienen un aspecto fino y de gran calidad.
Capítulo 5
SEBASTIAN se detuvo un minuto en el umbral de la puerta antes de que las mujeres se dieran cuenta de su presencia, absortas como estaban en lo que hacían.
Se concedió un minuto entero de gracia para observar a Matty llevarse los dedos a los cabellos, desordenando algunos rizos, mientras examinaba con atención los impresos desplegados ante sus ojos.
Un minuto para observar el ceño que se fruncía y luego se alisaba cuando una idea la complacía.
Un minuto para sentir el agrado de verla en su terreno y para reconocer otra emoción: algo más oscuro, celos de que hubiera respondido a la llamada de Blanche cuando parecía que su propia llamada había caído en oídos sordos.
Era ridículo. ¿Celoso? En absoluto. Había que estar emocionalmente comprometido para sentir algo tan inútil, una pura pérdida de tiempo, en todo caso.
El brillo de los aretes de oro en las orejas y una camisa de seda de color ámbar, que sabía que combinaba perfectamente con el color de sus ojos, atrajeron su atención hacia la parte superior del cuerpo. Los hombros eran fuertes y los brazos, largos y ágiles. Un vaquero de color verde enfundaba las piernas que terminaban en unas botas de ante de color chocolate.
¿Cómo pudo haber pensado que era una mujer común y corriente? Estaba claro que aquella mujer irradiaba fuerza y poder.
Sebastian no se movió, ni siquiera hizo ruido; pero de pronto ella se volvió bruscamente, como si instintivamente hubiera sentido su presencia. Y tuvo otro instante de gracia cuando por un segundo ese rostro fue enteramente suyo antes de ocultarlo tras la máscara protectora, cálida e inteligente que hasta entonces él ignoraba que llevara habitualmente.
Un instante que le hizo creer que ella estaba tan contenta de verlo como él de encontrarla allí.
– Sebastian, creí que no vendrías hasta mañana.
¿Por eso había ido a la oficina? ¿Porque estaba segura de que él no estaría allí? ¿Intentaba evitarlo deliberadamente?
– Hola, Matty -saludó, más intrigado que ofendido.
– Hola -respondió ella.
En lugar de besarla en la mejilla como hubiera sido su deseo, se acercó a la mesa, a sabiendas de que un gesto tan casual como ése no tenía lugar en su relación con Matty.
– ¿Blanche te ha traído en calidad de asesora? -preguntó en tono fingidamente ligero al tiempo que tomaba una de las maquetas.
– Sí -Blanche intervino rápidamente antes de que ella pudiera negarlo. Matty se encontró atrapada entre exponer a Blanche o participar en la mentira-. Al menos he hecho la oferta. Aunque voy a necesitar un poco de ayuda para convencerla.
– Encantado de ayudarte, Blanche -dijo mirando fija-mente a Matty-. Estas ilustraciones tienen clase -comentó al tiempo que pensaba: «Igual que la mujer»-. También me gusta tu idea de imprimirlas en tarjetas, Matty.
– Gracias.
Sebastian no había apartado los ojos de ella, y ella le devolvió la mirada. Una mirada directa, desafiante. Tuvo la clara impresión de que estaba enfadada con él, aunque no podía imaginar cuál era la razón.
– Blanche, ¿por qué no consigues muestras de marcos y evalúas los costes?
– Voy de inmediato -dijo la secretaria antes de salir y cerrar la puerta.
Todavía con los ojos fijos en Matty, él volvió la tarjeta de modo que quedó frente a ella.
– Cuando encontré estas ilustraciones botánicas pensé que no eran más que basura.
– Estaban un poco manchadas solamente. Utilicé tu ordenador para hacerles un escáner y limpiarlas. El truco consiste en no limpiarlas demasiado para que no pierdan su pátina, sólo quitarles el aspecto raído.
– Un buen trabajo -aseguró, y al darse cuenta de que Matty tenía que esforzarse para mirarlo, se sentó junto a ella-. ¿He hecho algo que pudiera haberte contrariado, Matty?
Ella sintió una sacudida eléctrica cuando el hombro de Sebastian rozó el suyo. Desde el principio, se había dado cuenta de que había sido un error mirarlo con enfado, aunque se suponía que ese día no iría a la oficina. Blanche se lo había asegurado.
– ¿Qué te hace pensar que estoy enfadada? -preguntó. Pero él permaneció en silencio-. ¿Qué cosa podrías hacer que tuviera el más mínimo efecto sobre mí?
– No lo sé, Matty. Tu mirada fue elocuente. Pensé que éramos amigos.
– ¿Sí? ¿Y Blanche? ¿También es tu amiga?
– ¿Es por Blanche?
– La has ascendido, Sebastián. Está loca de contento, ansiosa por demostrarte su eficacia. Pero todo es una mentira. Vas a quitarle el puesto en unos meses y dejarla en la calle…
– Cuando me hice cargo de la empresa me encontré con esta situación. No podía… no puedo hacer otra cosa -le recordó.
– ¡Sí que puedes! -exclamó, consciente de su propia actitud poco razonable-. ¿Sabías que durante años había estado enamorada de George?
– ¿Te lo dijo?
– Claro que no. Pero se le nota en la voz, y en todo lo que dice de él. Y los hombres siempre lo saben. Él la utilizó, y ahora tú haces lo mismo.