Matty se preguntó cuánto tiempo habría estado en el umbral de la puerta antes de que ella sintiera el hormigueo de advertencia en la nuca.
– Lo del bocadillo era una broma. Ahora sí que me siento incómoda.
– Como sé que ahora no me vas a rechazar, te perdono.
– ¿No será una excusa para no trabajar? ¿No deberías estar organizando tu plan maestro para salvar a Coronet?
– Tú eres mi plan maestro.
Eso era bueno. A Matty la hacía feliz ser su plan maestro. El problema era lo de tomarse de la mano continuamente y el picnic en el parque.
Finalmente reunió la fuerza suficiente para librar su mano de la de Sebastian.
– Una buena razón para volver a mi tablero de dibujo y empezar la adaptación de las ilustraciones para ti.
– Esto será una comida de trabajo. Primero tenemos que negociar tus honorarios por todo el trabajo extra que tendrás que hacer. Luego tendremos que discutir sobre la gama de productos basados en tu abecedario. Me preguntaba si has hecho algo más para Toby. Tengo algunas ideas, pero…
– ¿Estás planeando una gama completa de artículos basados en el abecedario? -preguntó, en tono dudoso.
– Sí que sabes cómo desinflar el ego de un hombre -comentó Sebastian, con una sonrisa.
– ¿Qué tiene que ver tu ego con esto? Como asesora de Coronet es mi deber sacar el máximo partido de las inversiones de la empresa. Y como diseñadora de la nueva gama que me propones, tengo que velar por mis propios intereses.
– ¿Entonces aceptas hacerte cargo de ambas cosas?
– Sí.
– ¿Nos vamos entonces?
Sebastian iba junto a la silla de Matty cuando cruzaron la calle y entraron en el parque.
– Así está mejor -dijo ella antes de detener su silla junto a un banco a la sombra de los árboles.
– ¿Qué? -preguntó Sebastian mientras se sentaba a su lado.
– Que por fin te has tranquilizado.
– Nunca he estado intranquilo -se defendió, pero al ver que ella se limitaba a sonreír, añadió-: De acuerdo, tal vez me puso ansioso ver que lo peatones ni siquiera se apartan para dejarte pasar.
– ¿Y por qué deberían hacerlo?
– Bueno, ese chico de los patines casi chocó contigo.
– ¿Piensas que debería ir con una campanilla para pedir a los peatones que me cedan el paso?
Sebastian se dio cuenta de que se había metido en un problema.
– La verdad es que no pienso nada -optó por decir.
– ¿Quieres que cambiemos de tema? -sugirió ella, con una sonrisa.
– ¿Estaba bueno el bocadillo? -preguntó Sebastian un poco más tarde, cuando Matty terminó de comer y retiró las migas de las piernas antes de arrojárselas a los gorriones, que rondaban expectantes.
– Estaba delicioso. Gracias. Decididamente podría acostumbrarme a esto.
– Todavía queda uno de queso con pepinillos en vinagre ¿O prefieres un postre?
– ¿Postre? -preguntó. Cuado se inclinó a examinar la bolsa, uno de sus rizos tocó la mejilla de Sebastian y él sintió que todas las células de su cuerpo respondían a su cercanía-. ¿Qué postre? -inquirió alzando la vista, con los ojos más oscuros que el ámbar a la tenue luz bajo los árboles-. Aquí no hay más que una manzana.
– ¿Nunca me vas a conceder el beneficio de la duda? -preguntó al tiempo que le tomaba la cara cuando ella, un tanto confundida, intentó echarse hacia atrás-. ¿Cuándo piensas confiar en mí, Matty?
– Bueno… -empezó a decir y se quedó sin palabras.
– No importa -murmuró Sebastian mientras inclinaba la cabeza hasta sentir la suavidad de los generosos labios de Matty bajo los suyos.
Capítulo 6
MATTY apenas tuvo tiempo de darse cuenta de que la había besado antes de que él se levantara, sin duda arrepentido del impulso y ansioso por alejarse de ella.
– Vamos, hay un carrito de helados junto al estanque.
«Es demasiado tarde para arrepentirse», pensó Matty. Todo lo que podía hacer era ignorar su pulso acelerado y actuar como si nada hubiera ocurrido.
– Realmente sabe cómo llegar al corazón de una mujer, señor Wolseley -dijo con la esperanza de que su voz fingidamente radiante y despreocupada lograse convencerlo.
– ¿Tú crees? -respondió en un tono extrañamente neutro mientras miraba hacia el estanque, sin que ella lograra ver su expresión-. Tal vez tengas razón pero, según mi experiencia, se necesita algo más que un helado para conseguirlo.
– No me cabe duda de que tú puedes hacerlo.
Nadie la había besado de ese modo desde el día en que su coche se deslizó por una capa de hielo y fue a estrellarse contra un muro. Y su pobre cuerpo traidor se había encendido de tal modo que con toda seguridad él lo había notado.
Se había encendido de una manera que Matty no creyó que todavía fuera posible. No se trataba sólo del ramalazo sexual, sino de algo más profundo. Y deseó quedarse quieta, reviviendo ese instante una y otra vez.
Sin embargo, Sebastian había empezado a recoger los desperdicios para arrojarlos a un basurero no lejos de allí, ansioso por moverse y sin duda preguntándose qué le había sucedido.
Ambos se sentirían tal vez más cómodos si ella se marchara con una excusa. Aunque el negocio que se traían entre manos era demasiado importante como para permitir que una momentánea insensatez por ambas partes lo arruinara todo.
Si él podía sacarlo adelante y vender la idea a un mayorista, posiblemente el dinero por derechos de autor le proporcionaría a ella unos ingresos regulares con los que podría ahorrar para comprarse una casa.
Eso era más importante que una incomodidad momentánea. Eso y asegurar las pensiones de jubilación de Blanche y del resto del personal de la empresa.
Esas cosas perdurarían aun después de que Sebastian hubiera regresado a Nueva York y olvidado todo lo sucedido entre ellos.
Tenía que comportarse como si nada hubiera ocurrido. Como si el beso de un hombre tan apuesto fuese algo normal, algo que no merecía un segundo pensamiento.
Así que Matty escondió sus sentimientos y toda la magia de lo ocurrido tras una radiante sonrisa.
– El que llegue el último paga los helados.
– ¿Quieres echar una carrera conmigo?
– ¿Crees que podrías ganarme? Oye, sería una pena desperdiciar ese bocadillo. Estoy segura de que los patos te lo agradecerían.
– ¿Los patos? -preguntó Sebastian, que todavía intentaba recuperarse de la caricia que lo había dejado tembloroso-. De acuerdo -dijo al tiempo que volvía sobre sus pasos para recuperar el bocadillo de la basura.
No había tenido intención de besar a Matty. Había sido un gesto espontáneo que le sirvió para darse cuenta de que en los últimos años había controlado excesivamente sus emociones.
No había habido el menor artificio en la caricia, el menor cálculo. Había sucedido tan repentinamente que sintió que era algo bueno.
Y todavía le parecía bueno al recordar el modo en que los labios femeninos habían buscado los suyos, el aroma de su piel. Sí, perfecto.
Si por primera vez en muchos años se dejaba llevar por el corazón más que por la cabeza, tenía que reconocer que la experiencia había sido algo más que un susto. Aunque en ese instante no habría sabido decir si su corazón latía de deseo o de terror.
– ¿Estás segura de que los pepinillos no le harán daño a los patos? -preguntó, y al no tener respuesta, se volvió hacia ella; pero Matty se había alejado aceleradamente.
Por un segundo temió que hubiera aprovechado su distracción para escapar de él, pero al ver que se detenía junto al carrito de los helados y hablaba con el hombre, no pudo menos que reír.
Era posible que el beso la hubiera tomado por sorpresa, lo mismo que le había ocurrido a él, pero no la había escandalizado aquella descarada libertad. De hecho, Sebastian estaba seguro de que, tras la sorpresa, ella le había devuelto la caricia.
Aunque no podía negar su terror, reconoció que es-taba preparado para correr el riesgo por esa mujer. Así que, sonriendo, se reunió con ella.